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lunes, 7 de julio de 2025

Gestos y signos de vida y de salvación hemos de saber tener con los que nos rodean para hacer más presente el Reino de Dios en el mundo que nos rodea

 



Gestos y signos de vida y de salvación hemos de saber tener con los que nos rodean para hacer más presente el Reino de Dios en el mundo que nos rodea

Génesis 28, 10-22ª; Salmo 90; Mateo 9,18-26

La vida toda está rodeada de gestos, para comunicarnos, para relacionarnos, para expresar lo que queremos o lo que sentimos, para significar todo lo que es la vida en si misma; los podemos llamar gestos, como lo llamamos también signos; son señales que dicen en si mismas, y que de alguna manera tienen un lenguaje universal; no son necesarias traducciones porque muchas veces dicen algo más y más hondo que lo que expresamos con palabras, siendo también éstas gestos y signo de lo que pensamos o de lo que llevamos dentro.

Nos damos la mano para saludarnos en nuestros encuentros o en nuestras despedidas, es expresión de amistad y también de acuerdo de paz; ponemos la mano en el hombro de alguien y queremos expresar nuestro apoyo y la fortaleza que el otro recibe con nuestro gesto; damos un abrazo como expresión de cercanía más honda, porque de alguna manera es hacer vibrar el corazón al unísono; nos atrevemos a tocar al otro porque queremos llamar su atención o para decirle que cuente con nosotros que estamos ahí; nos cogemos del brazo de la otra persona porque queremos caminar juntos pero que significa mucho más porque en ese camino vendrán los desahogos y las confidencias;  nos sentamos al lado del otro y hacemos silencio porque simplemente queremos escuchar lo que el otro tenga que decirnos; miramos a los ojos porque le estamos diciendo que queremos llegar más hondo, o porque ofrecemos la sinceridad de nuestro corazón que ofrece confianza; muchos son los gestos con los que nos expresamos y todos son siempre bien significativos aunque algunas veces casi los hagamos sin darnos cuenta, pero siempre queriendo decir algo.

El evangelio está lleno de gestos, en Jesús que nos manifiestan muchas cosas por algo incluso a sus milagros los llamamos signos, pero no son solo esas cosas extraordinarias los gestos que hemos de contemplar en Jesús, pero gestos también en quienes se acercan a El con una petición o con un deseo, expresando también un sentimiento o queriendo ser señales también de una búsqueda que llevamos en nuestro interior y que no siempre sabemos expresar con palabras.

El texto que hoy se nos ofrece muchas veces lo hemos meditado y reflexionado; un hombre importante – algún evangelista lo llama jefe de la sinagoga – que se acerca a Jesús porque su hija está en la ultimas; una mujer con una triste enfermedad por todas las connotaciones incluso sociales que tenía y que también se acerca a Jesús buscando su curación. Ya sabemos bien cómo se desarrolló todo el episodio.

Una petición de un hombre que sufre y que se postra ante Jesús; Jesús que escucha y que se pone en camino, una mujer que se atreve a tocar la orla del manto de Jesús, un silencio penetrante que hace despertar los espíritus, una palabra de aliento para quien tanto ha confiado y que ahora se siente curada, una palabra invitando a la confianza para quien le parece que todo ya está perdido, una mano que se tiende y que levanta a la niña de su enfermedad y sueño de muerte.

¿Queremos más gestos cuando tantos se nos han ofrecido en esta corta página del evangelio? Pocas son las palabras que escuchamos a Jesús, salvo para invitar a la fe y a la confianza por una parte o para resaltar la fe de aquella mujer que se atrevió a tender la mano hasta el manto de Jesús con la confianza total de que sería curada. ‘Animo, hija, tu fe te ha curado…’ que le dice a la mujer de las hemorragias, ‘Basta que tengas fe’ que le repite Jesús a Jairo. No son necesarias cosas especiales o extraordinarias, una mano que se acerca a Jesús y una mano que acerca a Jesús. Pero en medio la fe.

¿Dónde está nuestra fe? ¿Cuáles son los gestos con los que nosotros queremos trasmitir vida, como lo hizo Jesús en aquella ocasión? ¿No tendremos que comenzar a decir menos palabras y a tener más gestos con los que manifestemos de verdad la presencia del Reino de Dios entre nosotros? La mujer se curó y la niña se levantó… ¿qué señales de curación, de salud, de vida estamos dando o estamos viendo en lo que vamos haciendo cada día?

domingo, 6 de julio de 2025

‘Quedaos en la casa donde entréis y comed la comida que os pongan…’ convivencia y acogida para crear la armonía de la paz, señal del Reino de Dios

 


‘Quedaos en la casa donde entréis y comed la comida que os pongan…’ convivencia y acogida para crear la armonía de la paz, señal del Reino de Dios

Isaías 66, 10-14c; Salmo 65; Gálatas 6, 14-18;  Lucas 10, 1-12. 17-20

Aquello que llevamos en el corazón es lo que vamos a expresar con nuestras palabras, con nuestros gestos y con nuestras actitudes. ¿Cuáles son las conversaciones más espontáneas que nos salen cuando nos encontramos con los demás? Aquello, por ejemplo, que son nuestras preocupaciones. Decimos muchas veces que enseguida cogemos el socorrido tema del tiempo, pero ¿por qué lo hacemos? Porque queremos estar bien, nos molesta el calor o el viento, tenemos miedo de un temporal que se nos pueda venir encima o ansiamos las lluvias para nuestros campos, porque la necesitamos.

Son quizás nuestras preocupaciones más elementales y por eso comenzamos por eso más fácil; pero pronto nos damos cuenta que van a ir surgiendo otros temas de nuestras preocupaciones o de nuestros anhelos, de las cosas dichosas que llenan nuestra vida o de aquellas cosas que nos hacen sufrir. Es la vida, es lo que somos, es lo que llevamos dentro que va a brotar casi de forma espontánea por nuestra boca o por nuestras actitudes.

Cuando entramos en otro ámbito de la vida con mayor profundidad, cuando la fe significa no sólo algo sino una cosa muy importante para nuestra existencia, porque ella encontramos sentido y encontramos valor, hace trascender nuestra vida y lo que hacemos, y eleva nuestro espíritu, nos hace sentir la presencia de Dios y su amor de salvación para nosotros, cuando llevamos de verdad eso en el corazón también tiene que brotar de forma como espontánea en nuestras palabras y en nuestras actitudes y manera de actuar en la vida. Será algo que no podemos callar. Como le decían los apóstoles a los mandatarios de Jerusalén que les prohibían mencionar el nombre de Jesús, hablar de Jesús, no podían callar, tenían que obedecer a Dios antes que a los hombres.

Eso es lo que tendríamos que hacer en nuestra vida cristiana, eso es lo que tendría que definir de alguna manera nuestra vida cristiana, aquello que llevamos en lo más hondo de nuestra vida tenemos que transmitirlo, tenemos que darlo a conocer, tiene que ser motivo de nuestras conversaciones, de nuestras palabras, de nuestra comunicación con los demás. Pero ¿qué hacemos? ¿En verdad ha sido una experiencia importante para nuestra vida nuestra fe, nuestro encuentro con el Señor, el sentirnos amados de Dios, la vivencia de nuestras celebraciones? ¿Habrá algo que nos está fallando? Es algo que tenemos que plantearnos con toda seriedad.

El evangelio de hoy nos habla del envío por parte de Jesús de aquellos setenta y dos discípulos que habían de ir por aquellas aldeas y pueblos por donde habría de ir luego también Jesús, haciendo el anuncio del Reino de Dios. Es importante que nos fijemos bien en este evangelio.

No es el envío de los doce apóstoles, es el envío de aquel grupo grande de los que comenzaban a ser sus discípulos para que fueran a transmitir aquello que ellos ya estaban viviendo. No han de hacer grandes cosas; Jesús habla sencillamente de que se sientan acogidos por aquellas casas donde los reciban y con ellos hagan una vida por así decirlo familiar. ‘Quedáos en la casa donde entréis… comed lo que os pongan…’ y su saludo sería siempre un saludo de paz; con esa presencia y esa acogida simplemente tenían que decirles que allí estaba llegando el Reino de Dios. Sí, no era solo el anuncio que tenían que hacer, sino cómo habían de sentirse ellos en aquellos hogares, acogidos y partícipes de lo que aquella gente compartía con ellos, su hospitalidad y su acogida. ¿No son esos signos del Reino de Dios? ¿No estaban viviendo una nueva armonía en aquella acogida y en aquel compartir?

¿Le estará faltando a la Iglesia de hoy esa manera de hacer presente el reino de Dios en nuestro mundo? Pastores que dediquen su tiempo a estar con la gente, a convivir con el pueblo, a sentirse uno con las gentes que les rodean. ¿No tendría que ser eso lo que también resplandeciera en la pastoral de nuestras parroquias y comunidades?

A la vuelta contaron a Jesús cómo los habían recibido y acogido, y venían contentos de la misión que habían realizado. No había habido cosas extraordinarias, pero sin embargo Jesús les dirá que Él veía cómo los espíritus malignos eran arrojados de aquellos lugares.Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo, les dice Jesús. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno’. Donde había aquella acogida y aquel compartir reinaba la paz, la armonía y la convivencia, el espíritu maligno allí no tenía nada que hacer.

¿Será eso lo que nosotros transmitimos a los que nos rodean? ¿Será eso lo que en verdad estamos construyendo en nuestros hogares y familias? ¿Seremos en verdad esos instrumentos de paz y de armonía, trabajando por la buena convivencia en nuestros hogares, entre nuestros vecinos y con aquellos con los que convivimos, o en nuestros lugares de trabajo? En nuestras familias cristianas ¿estará faltando algo de esto tan sencillo de lo que nos habla hoy el evangelio? ¿Se notará en verdad en esos lugares por esa buena sensación de armonía que allí se respira que está la presencia de un cristiano que con sus actitudes está así dando señales del reino de Dios?

No serán necesarias quizás grandes palabras, pero si son importantes nuestras actitudes, esas sensaciones buenas que provocamos con nuestra presencia. Mucho tenemos que hacer. De lo que llevamos en el corazón hablara nuestra vida y será lo que despertemos en los demás.


sábado, 5 de julio de 2025

Comencemos a vivir un tiempo nuevo de mayor sensibilidad y humanidad que siempre será la novedad del evangelio

 


Comencemos a vivir un tiempo nuevo de mayor sensibilidad y humanidad que siempre será la novedad del evangelio

Génesis 27, 1-5. 15-29; Salmo 134;  Mateo 9, 14-17

¡Cómo han cambiado los tiempos!, decimos muchas veces cuando observamos la evolución que se va produciendo en la vida en todos los aspectos; cosas que hasta no hace muchos años utilizábamos en muchas de nuestras tareas ahora han quedado en el olvido porque se nos ofrecen otros materiales, otros instrumentos con lo que lo hacemos ahora con toda facilidad; es la evolución de la ciencia y de la técnica que facilita tantas cosas, es todo este mundo de la informática, de Internet, de las redes sociales, de los medios de comunicación que a muchos coge a traspiés y si no sabemos irnos actualizando continuamente pronto nos quedaremos bien obsoletos con toda la carga de su significado que tiene la palabra. No digamos de las costumbres, de las leyes que regulan la convivencia y la vida social y también, por qué no hay que decirlo, de valores que quizás se están perdiendo. ¿A dónde vamos? ¿En qué nos quedamos?

Sin embargo a veces surgen resabios de añoranzas en algunos que quisieran volver para detrás, pero aunque busquemos unos valores estables, que siempre hemos de buscar, no significa que nos encerremos en cosas que solamente hacemos como una vieja costumbre, muchas veces como una rutina, y que las hacemos porque sí, pero sin buscarle o darle un verdadero sentido. Quizás en la propia evolución de la vida del hombre, de las costumbres y de la mayor profundización en nosotros mismos, en otras épocas se vivían unas normas o costumbres que respondían a lo que era la vida del hombre en aquellos momentos; muchas veces quizás dejándonos arrastrar por viejas tradiciones que podían tener su sentido entonces, pero que en la medida en que crece la libertad interior de la persona no necesitamos de aquellos corsés para mantener una rectitud de vida.

No podemos perder de vista nunca lo que es la dignidad de la persona, de toda persona, que en nuestra antropología cristiana la describimos desde la dignidad con que Dios nos creo, como nos dice la Biblia, a su imagen y semejanza; a eso tienen que ir unidos unos valores, unos principios de vida, unos fundamentos que van a garantizarnos esa dignidad. Es con lo que Cristo quiero hacer que nos encontremos. Cuando nos está hablando del Reino de Dios nos está hablando de la grandeza del hombre, de la persona, desde ese Dios a quien llamamos nuestro Señor, pero que es nuestro Padre y Creador, encontramos la dignidad del hombre, su valor y su grandeza. Y de ese camino nada ni nadie nos pueden desviar.

En la rigidez de un pueblo que se veía acosado por todos los pueblos de alrededor, con otros valores u otros principios de vida, Moisés marcó unas pautas muy rígidas para que el pueblo no se desviara de los caminos de Dios. Era toda la ley de Moisés fundamento del camino de todo el Antiguo Testamento. Pero los profetas ya fueron señalando lo que tenía que ser fundamental en esa fe del pueblo creyente y anunciaban unos tiempos nuevos, unos tiempos mesiánicos, en que se haría presente aquel Salvador que Dios había prometido, desde la caída en el pecado en el paraíso terrenal. Llegaban esos tiempos nuevos.

Es lo que significaba la presencia de Jesús, ese tiempo nuevo de una nueva liberación para crear un hombre nuevo y un mundo nuevo. Aquellos tiempos oscuros del pasado tenían que quedar atrás, porque quien viviera esa alegría de la nueva liberación, ya no tendría que vivir con los crespones negros de la tristeza. La Ley de Dios que a través de Moisés había guiado al pueblo en su camino creyente ahora alcanzaba la plenitud. Por eso Jesús no dice que venga a abolir la ley, sino que lo que quiere es darle plenitud. Era una renovación, porque era una nueva vida lo que Jesús nos ofrecía; Jesús nos enseñaba a vivir en una libertad nueva, la libertad de los hijos de Dios, porque la verdad nos hace libres. Y era el encuentro con la verdad, el encuentro con Jesús Camino, Verdad y Vida.

Para eso Jesús nos está pidiendo unas actitudes nuevas, porque nos está dando un nuevo sentido a la vida y a lo que hacemos. Todo parte del amor, porque es una manifestación de lo que es el amor de Dios, pero que ha de ser también nuestro camino. Y quien ama de verdad vive la mayor y mejor alegría del corazón. Por eso nos dirá que los amigos del novio no pueden estar tristes en la boda del novio. Por eso nos hablará Jesús que no nos valen los remiendos, sino el vestido nuevo del hombre nuevo; por eso nos hablará que el vino nuevo no puede seguir en los odres viejos, sino que necesitarán unos odres nuevos.

Los tiempos nuevos que nosotros hemos de vivir no son simplemente los tiempos de las nuevas tecnologías o de los nuevos medios de comunicación; no pueden consistir en que ahora tengamos unas nuevas formas de vestir tan distintas a las que usábamos en otros tiempos; no es cuestión solamente de que la ciencia haya avanzado y se hagan o se vean las cosas de otra manera.

El tiempo nuevo que hemos de vivir es el que nos traza el evangelio, que no es volver a viejas costumbres o a viejos ritos, sino descubrir lo hondo que nos enseña el evangelio para hacer crecer más y más la dignidad de la persona, y que seamos capaces de entrar en un mundo de una verdadera comunicación, no porque tengamos unas nuevas redes sociales para relacionarnos, sino porque vayamos siempre a lo más hondo de la persona en el respeto y valoración de toda su dignidad, pero haciendo que en verdad hagamos un mundo de una nueva humanidad.

No podemos perder esa humanidad y a pesar de todos los medios que tenemos hoy para relacionarnos y comunicarnos, estamos perdiendo sensibilidad, vivimos demasiado en la indiferencia, y no hay verdadera relaciones humanas entre unos y otros porque muchas veces vamos como desconocidos por el mundo de los que están a nuestro lado.

Comencemos a vivir un tiempo nuevo de mayor sensibilidad y humanidad. Es lo que siempre será la novedad del evangelio.

viernes, 4 de julio de 2025

Dios se revela a los humildes y a los sencillos porque los que se creen entendidos y sabios en su orgullo ponen una coraza que se cierra a la semilla de la Palabra de Dios

 


Dios se revela a los humildes y a los sencillos porque los que se creen entendidos y sabios en su orgullo ponen una coraza que se cierra a la semilla de la Palabra de Dios

Génesis 23,1-4.19; 24, 1-8.62-67; Salmo 105; Mateo 9,9-13

Cuando queremos emprender una obra que consideramos importante además de pensarnos bien lo que queremos proyectar y saber si podemos llevarla a cabo, buscaremos los mejores asesores que nos ayuden a elaborar el plan y llevarlo adelante, pero también aquellos mejores colaboradores a los que entregaremos la realización del proyecto. Eso lo hacemos normalmente procurando también los mejores medios, pero también las mejores y más capaces personas que nos lo ayuden a realizar. Muchos ejemplos podríamos poner, en el proyecto de un negocio, por ejemplo, en la construcción de una casa, o en cualquier obra de envergadura.

Tendríamos que decir también que es lo que tenemos que hacer en nuestro propio proyecto de vida como persona, para el desarrollo de nuestros valores y nuestra personalidad, para encontrar ese lugar en nuestro mundo, para seguir esa podemos llamar también vocación de la persona que de alguna manera ha de desarrollarse en la vida. ¿Estaremos buscando los mejores asesores, los mejores medios, la mejor preparación nuestra personal para realizar ese nuestro personal proyecto de vida? Esto ya tendría que darnos mucho que pensar, que revisar, que plantearnos con seriedad, porque quizás muchas veces no es precisamente a lo que damos más valor; y la persona tiene mucho más valor que cualquier obra por importante que sea que vayamos a realizar en la vida. Está bien que nos planteemos todo eso y actuemos, es cierto, con esa responsabilidad en la vida.

Me estoy planteando todo esto que en si mismo tiene mucha importancia y siempre que nos enfrentamos a páginas del evangelio todo eso personal de nuestra vida hemos de mirarlo y de tenerlo en cuenta; pero lo estoy haciendo también en el contexto de lo que hoy en esta página se nos presenta.

En primer lugar está la invitación a Mateo por parte de Jesús para seguirle. Dios siempre tiene grandes proyectos para nosotros. Pero vamos a fijarnos en unos detalles; Jesús está en el momento en que va formando en torno a si a ese grupo, al que un día llamará de manera especial para hacerlos apóstoles, y le vemos que va llamando a distintas personas unas que se acercan a El y otras que Jesús mismo va a buscar. Es grande el proyecto del Reino de Dios que Jesús tiene entre manos, pero los que ha ido llamando no se destacan por especiales cosas, muchos de ellos unos simples pescadores del lago de Tiberíades. Pero hoy vemos que se fija en alguien distinto, un cobrador de impuestos, un hombre dedicado a los negocios, aunque los publicanos tuvieran tan mala fama entre los judíos, que podíamos pensar que Jesús lo escoge porque acostumbrado a ese tipo de vida quizás podría ser un buen estratega para toda esa tarea que Jesús tiene por delante.

Pero no son esos los planes de Dios, simplemente es el Dios que quiere que todo nombre se salve, porque para todos sin distinción es la salvación. Pero hemos visto que Jesús se ha ido rodeando de gente sencilla, pero entre ellos a los que son menos considerados en aquella sociedad, como son los pecadores. Ahora vemos el juicio que están haciendo sobre ese actuar de Jesús los que se consideraban los más justos y cumplidores. Se quejan y critican que Jesús se rodee de publicanos y pecadores; eso era ya también un juicio sobre aquella elección de Mateo por parte de Jesús.

Qué difícil es entender los caminos de Dios, cuando ponemos nuestros caminos o nuestros criterios por delante. Es lo que le estaba sucediendo a aquellos escribas y fariseos, no podían entender los caminos de Dios y que los caminos de Dios se manifestarán precisamente en ese actuar de Jesús.

Pero ¿qué es lo que Dios quiere? ¿Cuáles van a ser los parámetros de ese Reino de Dios anunciado por Jesús? No va a ser al estilo de los poderosos de este mundo, no va a realizarse el Reino de Dios desde la prepotencia y el orgullo, desde las vanidades y las apariencias. Solo quienes tienen un corazón humilde serán los que podrán entender lo que Jesús quiere para nosotros. Los que se sienten pecadores, los que tienen la humildad de reconocer que son pecadores serán los que como los que se sienten enfermos van a acudir al médico para que los cure. Dios se revela a los humildes y a los sencillos y se oculta a los que se creen entendidos y sabios porque su orgullo es como una coraza que se han puesto  por la que no puede penetrar la semilla de la Palabra de Dios.

El médico ha venido para curar a los enfermos; por eso llama hoy también a Mateo, como un día quiso hospedarse en la casa de Zaqueo, como ahora aceptar comer en casa de Mateo rodeado de publicanos y pecadores. Porque, ¿qué es lo que quiere Dios? ‘Misericordia quiero y no sacrificios’.

¿Cuáles son los criterios que nosotros tenemos para tener en consideración a los que están a nuestro lado? Porque aquí también tendríamos mucho que revisar.

 

jueves, 3 de julio de 2025

Aprendamos a decir, ‘¡Señor mío y Dios mío!’ para que se desvanezcan todas las desilusiones y dudas, y nos pongamos en su camino, seguir los pasos con Jesús

 


Aprendamos a decir, ‘¡Señor mío y Dios mío!’ para que se desvanezcan todas las desilusiones y dudas, y nos pongamos en su camino, seguir los pasos con Jesús

Efesios 2, 19-22; Salmo 116; Juan 20, 24-29

Hay ocasiones en la vida, que quizás porque estamos pasando por esos baches que tanta veces se nos presentan, lo vemos todo negativo, nos cuesta aceptar lo que otros desde su experiencia nos puedan decir, todo lo queremos más que comprobado, pero no por otros, sino por nosotros mismos; la desilusión nos embarga, lo que nos da ganas es de huir, de escondernos, de no estar con nadie, de echar a rodar todo lo que hasta ahora hemos conseguido, porque sentimos que en algunas cosas somos unas fracasados, o las promesas que nos hicieron, al menos tal como nosotros desde nuestro prisma escuchamos, es que todo iba a ser maravilloso, y ahora hemos visto lo contrario.

He querido describir aquí esa situación de desaliento y desilusión que hayamos podido pasar en alguna ocasión, porque con esa mirada quiero ver lo que estaban pasando los discípulos después de la pasión de Jesús – estaban encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos – y que además vemos prolongarse más en el apóstol Tomas. Se había ausentado de donde estaban reunidos todos los compañeros, sirviendo paños de lágrimas los unos de los otros, cuando habían experimentado la presencia de Jesús resucitado. Es lo que ahora cuentan a Tomás a su vuelta, pero es lo que tomas en su desilusión y desánimo no quiere aceptar. Lo quiere comprobar por sí mismo, con los dedos en las llagas de las manos y la mano en la herida del costado por la lanza. Eso era lo único que tenía cierto y que ahora quería comprobarlo.

Tomás no era de los que se quedan callados y se convencen fácilmente por aquello que le cuentan por mucho entusiasmo que pongan. Pero no es solo en este momento que nos narra el evangelio del día; en páginas anteriores lo encontramos también. Será en la Cena pascual que no termina de entender lo que Jesús está diciendo de volver al Padre y es lo que le suelta a bocajarro a Jesús. ‘Pero si no sabemos a dónde vas…’, le dice. Si supiéramos a donde vas podríamos entender el camino para ir y hasta nos apuntaríamos, parece decirle Tomas.

El quiere las cosas claras y en el momento, aunque algunas veces sea difícil tomar la decisión. Había sucedido antes, cuando se habían retirado más allá del Jordán porque sabían que los judíos maquinaban contra Jesús. Han llegado noticias de la enfermedad de Lázaro y aunque en principio parecía que Jesús no le había dado importancia, permaneciendo allí algunos días más, al final decide ir a Betania. ‘Lázaro está dormido y hay que despertarlo’, les dice aunque no entienden.

Y Jesús toma la decisión de ir aun con el desconcierto y rechazo de la mayoría. Si nos habíamos venido aquí porque te buscaban para matarte, ahora quieres volver. Los prudentes, siempre hay prudentes que previenen los peligros y no quieren meterse en la boca del lobo, y hay reticencia ante la decisión de Jesús. Pero será Tomás el que se adelante. ¿Cómo podemos dejarlo solo en estos momentos? Tenemos que ir, aunque él no vea las cosas claras, pero está decidido a estar con Jesús. ‘Vayamos con El y si es necesario muramos con Él’.

Unas palabras tremendas que comprometen, pero que quizás muchas veces olvidamos pronto. También Pedro dirá en la cena que está dispuesto a morir por Jesús, que lo daría todo por Él, pero qué pronto se aflojó y se durmió cuando Jesús les dijera que oraran como Él lo estaba haciendo allí en Getsemaní, pero un rato más tarde negaría conocer a Jesús, aquel que decía que iría con Él a donde fuera y estaría dispuesto a dar la vida por El. Hasta se había llevado una espada, por si acaso, cuando fueron al huerto.

Tomás también nos dice que vayamos con Jesús y muramos con El, aunque luego vengan las dudas y los retrocesos, porque sería de los que lo abandonaron en el huerto y huyeron ante la avalancha de guardias y soldados. Pero Él quería conocer el camino, aunque le costara encontrarlo y pasara también por dudas y huidas. No estaba en el cenáculo cuando Jesús había venido y seguía con sus dudas. Pero todo se va a venir abajo cuando de verdad se encuentre frente a frente con Jesús. Ya no necesitará meter el dedo en la llaga, ya no serán necesarios más convencimientos. Ahí está su hermosa fe: ‘Señor mío y Dios mío’. ¿Se puede decir más en tan poquitas palabras? Lo está diciendo todo, que ha encontrado el camino, que está dispuesto a todo y un día derramará su sangre, que no necesita palpar con sus manos porque lo está sintiendo en el corazón.

Algunas veces hemos visualizado mucho el contemplar a Cristo resucitado con la corporeidad y nos hemos olvidado donde en verdad lo estamos sintiendo y que solo lo podemos hacer desde la fe.

Aprendamos a decir, ‘¡Señor mío y Dios mío!’ para que se desvanezcan todas las desilusiones y todas las dudas, para que nos pongamos en su camino que es hacer los pasos con Jesús.


miércoles, 2 de julio de 2025

El evangelio ha de ser siempre un impacto de vida que nos haga salirnos de nosotros mismos y nuestros apegos y rutinas para vivir intensamente la novedad de vida que nos ofrece

 


El evangelio ha de ser siempre un impacto de vida que nos haga salirnos de nosotros mismos y nuestros apegos y rutinas para vivir intensamente la novedad de vida que nos ofrece

Génesis 21,5.8-20; Salmo 33; Mateo 8,28-34

¿Cómo nos enfrentamos a las situaciones difíciles, o al mal con que nos topamos diariamente en la vida? ¿Nos damos por derrotados viendo la inmensidad a la que tenemos que enfrentarnos, o nos vamos ingeniando, o buscando ayuda, o dejando que otros también puedan iluminar nuestra mente para afrontarlo y para buscar cómo salir cómo vencer en aquella situación en que nos encontramos? Algunos sintiéndose derrotados se resignan y hasta ese sentimiento queremos darle un valor cristiano, o se dan a la huida, o rechazan todo lo bueno que se les pueda ofrecer.

Como cristianos amantes de la vida, como creyentes en Jesús que nos ha dicho que Él ha vencido al mundo, aunque nos pueda parecer derrotado en una muerte de cruz, ¿qué es lo que tenemos que hacer? El evangelio siempre es un camino o nos abre caminos, nos da pautas o se convierte en una luz que guía nuestra vida.

Hoy nos encontramos con una situación que desde una lectura un tanto superficial nos pueda parecer paradójica. Jesús se acerca a una región que no es totalmente judía, la región de los gerasenos y allí se va a encontrar con una situación, que en principio vamos a llamar difícil. Dos hombres poseídos por el espíritu del mal tienen aterrorizados a todos los habitantes. Pero a la llegada de Jesús, estos hombres poseídos por el mal se acercan a Jesús. Pareciera una actitud de rechazo, porque sienten que en Jesús llega la verdadera liberación.

Podríamos decir que hay un diálogo y un acuerdo final. Jesús libera a aquellos hombres de su mal, aunque sus espíritus vayan a poseer a una piara de cerdos que está osando por los derredores y que se arrojarán al lago pereciendo todos con escándalo para quienes los cuidaban que se ven desposeídos, por así decirlo, de sus ganancias. Pero aquellos hombres están liberados de su mal. Más tarde se dirá que quieren seguir a Jesús pero Jesús les conmina para que vayan a dar testimonio ante sus vecinos de lo que Dios ha hecho con ellos. Aunque habían estado poseídos por el mal, habían buscado a Jesús, es una primera conclusión.

Pero ahora las gentes del pueblo, a pesar de haber visto liberados del tormento de aquellos endemoniados, vienen a pedirle a Jesús que se marche a otros lugares. ¿Qué había pasado? Sus intereses se habían puesto en entredicho con la presencia de Jesús. En aquellos cerdos estaban sus ganancias que ahora perdían. ¿Y si fueran muchas más las cosas de sus intereses que se pusieran en entredicho por la presencia de Jesús entre ellos? Algunas cosas tendrían que cambiar en sus vidas, pero parece ser que ellos se encontraban bien como estaban, Jesús era para ellos una molestia.

¿También nos dejaremos arrastrar por unos intereses, que pueden ser de muchas clases ciertamente y eso nos motivará a rechazar una nueva forma de vivir? Nos olvidamos muchas veces de la verdadera liberación que con Jesús vamos a encontrar y preferimos seguir con nuestras ataduras, nuestras viejas costumbres que no queremos renovar, con nuestras rutinas que nos llevan a una vida cómoda y sin esfuerzo de las que no queremos arrancarnos; y ponemos nuestras excusas, es que siempre se ha hecho así, es que a estas alturas de mi vida cómo voy a cambiar, es que es lo que hace todo el mundo y le va bien, y seguimos con una letanía interminable de excusas, pero no queremos el cambio, no buscamos lo nuevo, no nos dejamos transformar por lo que nos dice el evangelio.

¿También queremos huir, irnos a otra parte, encerrarnos en nuestro castillo, hacernos los oídos sordos?


martes, 1 de julio de 2025

Hemos de saber ver y reconocer cuántas veces Jesús se ha levantado en medio de nuestras tormentas – reconozcamos los recorridos de nuestra vida - para traernos la paz

 

Hemos de saber ver y reconocer cuántas veces Jesús se ha levantado en medio de nuestras tormentas – reconozcamos los recorridos de nuestra vida - para traernos la paz

Génesis 19,15-29; Salmo 25; Mateo 8,23-27

Son cosas que escuchamos con frecuencia cuando los pueblos pasan por situaciones difíciles o incluso catastróficas que pronto surge la queja por parte de la población de que las autoridades correspondientes no supieron estar con el pueblo en aquellos momentos difíciles, que no dieron quizás la respuesta adecuada con la celeridad y prontitud que exigía la gravedad de lo sucedido y cosas así; en nuestro país después de meses de la DANA que azotó Valencia aún se siguen escuchando las quejas y la petición de responsabilidades. Nos sentimos solos y como abandonados cuando suceden cosas así y esa es una de las peores angustias, más que incluso lo que se haya perdido. No entramos en el juicio de los sucedido en el hecho comentado, que por otra parte fue hermosa la respuesta solidaria de la gente, sino que lo estamos comentando como testimonio de lo que ahora vamos a comentar del evangelio.

Los discípulos que Jesús había ido reuniendo en torno así, pescadores conocedores de aquellos lagos, estaban atravesando con Jesús Tiberíades cuando se desató una tormenta, algo que era muy habitual en aquel lago por todas las circunstancias geográficas que lo rodean, su depresión al principio del valle del Jordán más baja que el nivel del mar, los altos del Golán que lo rodean en parte, los cambios de temperatura tanto del agua como del ambiente, precisamente por esa situación de depresión.

En aquella ocasión parece que la tempestad iba a mayores; aquellos pescadores habituados a andar en aquellas aguas se veían en el peligro de que la barca se hundiera. Pero lo insólito era que impertérrito ante todo lo que estaba sucediendo, la tempestad que los envolvía y la angustia de los que iban en la barca, Jesús dormía allá por un rincón de la misma. Era la indefinición y la soledad en la que sentían los discípulos, porque no echara una mano, porque con aquel que había manifestado en los signos que realizaba ahora les dejara que se enfrentaran solo ante aquella tempestad.

¿Será la imagen de las luchas y las tempestades en que tenemos que enfrentarnos en la vida? Dificultades no nos faltan, problemas nos aparecen por doquier, en nuestro interior también sentimos los embates cuando queremos ser mejores pero las pasiones nos dominan, la convivencia no siempre es fácil y nos encontraremos quien siempre nos va a la contra, mantener el ritmo de nuestra fe y el testimonio que tenemos que dar de nuestra vida cristiana no siempre es fácil, la semilla de evangelio que queremos sembrar se ve amenazada por muchas cizañas que al mismo tiempo se están sembrando en nuestro mundo.

Y mientras algunas veces parece que nos sentimos solos y abandonados, nos sentimos sin fuerzas, no sabemos como afrontar todas esas tormentas que se nos vienen encima; a nivel de nuestra fe en ocasiones nos sentimos débiles y aunque pedimos y rogamos a Dios pareciera que no nos escucha, o al menos no nos da las cosas como nosotros se las pedimos. Este texto del evangelio de hoy viene a ser un reflejo de nuestras situaciones, pero es también una señal, un signo para nosotros de que ahí está Dios, aunque parezca que está durmiendo, ahí está Jesús que nos ha prometido estar con nosotros siempre, ahí está la fuerza de su Espíritu, nuestra luz y nuestro guía. Sepamos sentir su presencia, su gracia, su vida.

‘¿Por qué dudáis?, hombres de poca fe’, les dice Jesús. Nos dice Jesús. ‘Y levantándose increpó a los vientos y al mar, y vino la calma’. Al final todos daban gracias, al final todo eran reconocimientos del actuar de Jesús. ¿Sabremos ver también nosotros y reconocer cuántas veces Jesús se ha levantado en medio de nuestras tormentas para traernos la paz?

lunes, 30 de junio de 2025

Seguir a Jesús algo más que buena voluntad, una búsqueda de compensaciones, o unos compromisos con condiciones

 


Seguir a Jesús algo más que buena voluntad, una búsqueda de compensaciones, o unos compromisos con condiciones

Génesis, 18, 16-33; Salmo 102; Mateo, 8, 18-22

Hemos oído muchas veces aquello de nadar y guardar la ropa; es una imagen que solemos emplear para manifestarnos algo que si no imposible sí que resulta bien difícil, porque mientras nadamos nos despojamos de la ropa, que se queda abandonada en la orilla a merced de quien quiere adueñarse de ella; pero sin embargo queremos expresar actitudes de cierta doblez con las que actuamos muchas veces en la vida, aparentamos una lealtad que luego interiormente no tenemos, queremos contentar algunas cosas como para prevenir y salvarnos luego cuando las cosas se vuelvan en contra, porque siempre tenemos algo de lo que agarrarnos.

Ya decimos que el juego de la política es ese en cierto modo, porque para sacar nuestros proyectos adelante tenemos que negociar con quien sea para cediendo en algunas cosas poder conseguir aquello que aspiramos; lo que nos sucede con frecuencia es que ese juego se vuelve sucio, muchas veces injusto, y donde se oculta mucho la identidad de lo que realmente nosotros queremos. Así andamos en muchas cosas de la vida con politiqueos.

Pero hay cosas que son mucho más serias y que realmente nos piden una autenticidad verdadera y una congruencia entre palabras y acciones. Nuestro camino de seguimiento de Jesús no puede andar con esos politiqueos. Ya veremos que muchas veces Jesús nos pide radicalidad hasta el punto de que nos arranquemos un ojo o una mano si nos hacen pecar.

En el caso del evangelio de hoy se trata del seguimiento de Jesús, de lo que podíamos llamar vocación a la vida cristiana en todas sus consecuencias. La Palabra que va anunciando Jesús llama la atención y entusiasma a las gentes; ‘nadie ha hablado como El’, se dicen las gentes, ‘habla con autoridad’, lo que da una garantía de veracidad; pero además sus palabras van acompañadas de numerosos signos, como cumplimiento de lo anunciado por los profetas y que Jesús recordó en la sinagoga de Nazaret. ‘los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son curados…’ Eso hará que muchos quieran seguirlo, o aquellos a los que Jesús va llamando desde esos signos que va realizando quieran en verdad seguirle, aunque muchas veces se sientan inseguros y pongan por así decirlo sus condiciones.

Uno se ofrece a seguirle a donde quiera que vaya con todo el impulso y vehemencia de su buena voluntad. Pero Jesús lo hace pensar, le hace ver que hay unas exigencias, que va a haber un nuevo estilo de vida, que seguirle a El no es para conseguir unos beneficios o privilegios. ‘Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza’, le dice Jesús.

¿Estaremos dispuestos a esa disponibilidad total? ¿Estaremos a hacernos pobres así, a vivir con esa pobreza de no tener ni siquiera un techo donde cobijarnos cuando llegue la noche? ¿Seguiremos aun hoy en el siglo XXI buscando esos privilegios, esos puestos de honor, esa placa de reconocimiento  porque un día hicimos una cosa buena y trabajos quizás en la Iglesia?

A otro es al que Jesús directamente le invita a seguirle. Parece que al hombre le agrada, le parece bien y estaría dispuesto, pero está pidiendo que le den un tiempo, que tiene que hacer unas cosas en la familia, que tiene que atender porque se le ha muerto un familiar. ‘Tú sígueme y deja que los muertos entierren a los muertos’, le dice Jesús.

Queremos la luz, pero aún queremos permanecer en las sombras un ratito más por si acaso luego fuera demasiado el calor. Y nuestros arreglos siguen retrasando nuestros pasos, porque tenemos que dejarlo todo atado y bien atado. Y los apegos de los que tenemos que arrancarnos nos duelen, el cambiar nuestras costumbres nos parece imposible y decimos que tenemos que darle tiempo al tiempo, las rutinas van ralentizando nuestros pasos que no nos dejan actuar con la autentica libertad que en Jesús vamos a encontrar. Y tenemos que dejar las cosas bien arregladas en casa, por si acaso no resulte y tener donde volver a refugiarnos. ¿Nos seguirán sucediendo cosas así también hoy?

Tú, sígueme’, nos está diciendo Jesús. ¿Qué haremos? ¿También queremos nadar y guardar la ropa?

domingo, 29 de junio de 2025

Seguridad de la piedra sobre la que está fundamentada la Iglesia que es nuestra fe en Jesús y que vivimos en torno a Pedro en comunión de toda la Iglesia

 


Seguridad de la piedra sobre la que está fundamentada la Iglesia que es nuestra fe en Jesús y que vivimos en torno a Pedro en comunión de toda la Iglesia

Hechos 12, 1-11; Salmo 33; 2Timoteo 4, 6-8. 17-18; Mateo 16, 13-19

Todos queremos tener un piso firme bajo nuestros pies mientras caminamos; si es inestable, si se mueve o fluctúa parece que no nos da seguridad y nos entra el miedo y la desconfianza. Valgan esos puentes flotantes para un juego como vemos muchas veces en actividades recreativas, nosotros queremos pisar firmes y no nos falle bajo nuestros pies. Ya sabemos quienes no se sienten seguros en un barco y se marean con el balanceo del barco como consecuencia del movimiento de las aguas; hay quien no se siente seguro en las alturas en que vuela un avión porque nos parece que hay mucho vacío bajo nuestros pies.

¿Será así como queremos andar en la vida? Las fluctuaciones en la vida social parece que crean inestabilidad, y de ahí surge toda una lucha política porque siempre el adversario ve inseguridad que crea inestabilidad en lo que propone el gobernante y de ahí ya sabemos las consecuencias para toda la sociedad. Pero queremos estabilidad en las familias, queremos estabilidad allí donde realizamos la vida, queremos estabilidad en nuestros trabajos porque eso nos da seguridad y nos puede hacer pensar en un posible futuro mejor.

Aunque tenemos en cuenta estos aspectos de la vida, porque también son cosas que nos preocupan, hoy desde la Palabra de Dios en esta solemnidad que estamos celebrando de los Apóstoles san Pedro y san Pablo se nos está hablando de la seguridad sobre la que queremos fundamentar nuestra vida de fe, todo lo que atañe a nuestra vida cristiana. El evangelio nos habla de piedra y de fundamento de nuestra fe y de la Iglesia de manera que el poder del enemigo no la derrotará.

No puede ser una piedra inestable. Todo ha partido de una confesión de fe de Pedro; más bien con la pregunta que hace Jesús tomando el pulso de lo que le gente opinaba de él, pero fundamentalmente de lo que ellos, los discípulos más cercanos, sentían sobre Jesús. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Era necesaria aquella clarividencia de los que le seguían más de cerca, aquellos que un día había escogido, no solo los había ido llamando por los caminos, sino que en un momento determinado los había llamado por su nombre para que estuvieran con El, porque iban a ser como el principio de aquella Iglesia. De ahí la importancia de la fe de los apóstoles.

Es Pedro el que se ha adelantado para confesar su fe. ¿Era consciente totalmente de lo que estaba diciendo? Como le dirá Jesús no lo dice por si mismo, sino porque el Padre del cielo se lo ha revelado en su corazón. Por eso les dice que ese va a ser el fundamento de la Iglesia, la piedra sobre la que se edificará la Iglesia, en la que va a tener seguridad, que no se mueva bajo los pies, como hemos comenzado diciendo. La imagen de ello va a ser Pedro, le ha cambiado el nombre de Simón por piedra, por Pedro, que es lo que viene a significar la palabra. En otro momento le dirá a Pedro que cuando pasen los momentos de zozobra, él tendrá que mantenerse firme para que confirme en la fe a los hermanos.

Este es el sentido bonito que tiene la fiesta de este día; decimos normalmente de san Pedro y san Pablo y así es, pero tenemos que decir que es la fiesta de la Iglesia, de la proclamación del fundamento de la Iglesia. Qué bonito es lo que hemos vivido recientemente con la muerte del Papa Francisco, con la expectativa de quien iba a ser el nuevo Papa, y la elección de León XIV.

En estos momentos hemos visto de forma palpable de lo que nos ha hablado hoy la primera lectura. Mientras Pedro estaba en la cárcel, la comunidad entera oraba al Señor por Pedro; es lo que hemos visto en aquellos momentos de oración intensa en la enfermedad del Papa y en su muerte, pero luego pidiendo por la elección del nuevo Pontífice. Los medios de comunicación hacían sus cábalas, quien tenía más probabilidades y quien no, pero la Iglesia oraba con esperanza, aunque de eso no hablaban los medios ni les interesaba.

Y Dios nos ha dado el Papa que necesita hoy la Iglesia; no podemos hablar ni de continuidades ni de rupturas, porque esas no son las formas del actuar de Dios y ese no puede ser el verdadero sentimiento de los cristianos. Es lo que Dios quiere hoy para su Iglesia, con sus matices y con peculiaridades, porque no tiene que haber mimetismos que son monstruosos. 

Son los caminos de Dios que con fe nosotros hemos de caminar. Son los caminos en los que nos sentimos seguros porque Jesús nos prometió que estaría siempre con nosotros, y la fuerza de su Espíritu se manifestando en cada momento según lo que la Iglesia va necesitando. Es la seguridad de esa piedra sobre la que está fundamentada la Iglesia que es nuestra fe en Jesús y que vivimos en torno a Pedro sintiendo la comunión de toda la Iglesia.

sábado, 28 de junio de 2025

Hoy miramos el Corazón de María, que guardaba tantas cosas y del que tenemos tanto que aprender pero que siempre destilemos la miel dulce del amor

 


Hoy miramos el Corazón de María, que guardaba tantas cosas y del que tenemos tanto que aprender pero que siempre destilemos la miel dulce del amor

Génesis 18,1-15; Lc 1,46-55; Lucas 2, 41-51

Quizás tenemos nuestros planes o proyectos para nuestra vida desde los cuales hemos ido construyendo nuestra vida, nos hemos preparado y formado, los hemos hecho desde lo que nos gustaba, donde veíamos que podríamos desarrollar nuestros valores y cualidades; quizás en un momento determinado algo hizo que las cosas cambiaran, tuviéramos quizás que orientar todo lo que hasta entonces habíamos venido haciendo porque se nos presentaban otras perspectivas, pero aun así a lo largo de la vida siempre surgirán imprevistos, cosas que nos suceden que muchas veces ni entendemos – un accidente, una enfermedad… -  y reorientamos nuestros esfuerzos en algo nuevo y distinto que se nos pide o que tenemos que afrontar, o que viene con las exigencias propias de la vida.

Caminos que desearíamos rectos y sin cambios pero que la vida misma reorienta, nos hace ver algo nuevo o surgen nuevas expectativas. Pero de alguna manera no abandonamos nuestra meta primera que es nuestro desarrollo, por ejemplo, como persona, la forja de nuestra personalidad. Ha habido una capacidad de acogida de lo nuevo en nosotros que al final nos ha enriquecido. ¿Habremos sabido hacer un recorrido así en nuestra vida o acaso nos habremos sentido frustrados por los imprevistos o contratiempos?

Me hago esta reflexión, sobre algo que es nuestra vida o cosas que nos pasan en la vida, porque de alguna manera quiero ver hoy en esta reflexión que nos hacemos sobre María. Una mujer de fe profunda era María y su vida era para Dios, pero Dios se le va manifestando para embarcarla, por decirlo de alguna manera, en su proyecto divino de salvación para la humanidad. Cuando no pensaba en la maternidad Dios le ofrece ser la Madre del Altísimo y se siente desconcertada ante aquellos nuevos caminos que le abren en la vida. Ya nos dice el evangelio que se puso a considerar lo que le había dicho el ángel. Pero allí está la que se siente humilde esclava del Señor para que en ella se cumpla su palabra. ¡Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!, como le dice su prima Isabel.

Lo que sigue en la vida de Maria no son caminos fáciles. Su peregrinaje de servicio a las montañas a la casa de Isabel, su prima, su camino a Belén donde encontrará las puertas cerradas porque no hay sitio en la posada para ellos, el nacimiento de Jesús en la extrema pobreza de un establo en medio del campo, su huida a Egipto y su vuelta a Nazaret. Tenemos que pensar en aquellos recorridos y en su pobreza pero ella está para realizar cuanto el Señor le ha dicho, cuanto el Señor le pida. Caminos nuevos y no fáciles se irán abriendo continuamente ante sus pasos.

Hoy nos narra el evangelio un episodio que también como madre le llenaría de desconcierto. La pérdida de Jesús en su subida a Jerusalén para la Pascua, o más bien en su regreso con la angustia de tres días de búsqueda. ¿Qué era de todas aquellas promesas que le había dicho el ángel? ¿En qué se podía quedar todo? Cuantas veces los sueños de los padres se ven frustrados por acontecimientos que les suceden a los hijos o sus reacciones. ‘¿No sabíais que yo tenía que ocuparme de las cosas de mi Padre?’ fue la respuesta de aquel adolescente ante la imprecación de los padres que llevaban tres días buscándolo sin encontrarlo.

Pero hay unas cosas muy hermosas que nos dice el evangelio. Es cierto que no comprendieron en aquel momento entremezclado de angustia y alegría las palabras de Jesús, pero apostilla muy sabiamente el evangelista que ‘María conservaba todas estas cosas en el corazón’.

Guardar en el corazón. Tenemos que aprender. De lo guardado en el corazón se aprende y puede salir algo positivo; pero tenemos que saber poner un filtro porque no son las frustraciones lo que tenemos que guardar; fácilmente guardamos muchas cosas con resentimiento, con amargura, con demasiados tintes negros. Ahí no podrá brillar el amor que necesita luz, que necesita de otros colores que inviten a la esperanza, que nos hagan mirar al cielo.

Guardemos siempre lo mejor, lo positivo que nos enriquezca, sepamos olvidar lo que nos amarga, porque con corazón que está lleno de amarguras destilará hiel en lugar de miel, y por eso la vida de tantos se hace tan difícil y tan insoportable.

¿Comparamos con aquellos recorridos de nuestra vida de los que antes hablábamos? Tengamos en cuenta siempre lo que nos enriquezca, aunque a veces nos encontremos con curvas en los caminos de la vida, quizás detrás de una de esas curvas nos va aparecer una perspectiva brillante que nos va a enriquecer el espíritu.

Hoy miramos el Corazón de María, que guardaba tantas cosas y del que tenemos tanto que aprender.

viernes, 27 de junio de 2025

Se nos manifiesta la mansedumbre del Corazón de Jesús, pero para que aprendamos llenar también de esa misma ternura y mansedumbre nuestro corazón

 


Se nos manifiesta la mansedumbre del Corazón de Jesús, pero para que aprendamos llenar también de esa misma ternura y mansedumbre nuestro corazón

Ezequiel 34, 11-16; Salmo 22; Romanos 5, 5b- 11; Lucas 15, 3-7

Se sintió enormemente sorprendido. No lo esperaba. Aquello parecía salido de lo normal. Reconocía que el recorrido de su vida no había sido nada ejemplar, es más había cometido muchos errores que no admitían disculpa, sentía el remordimiento en su corazón  por el mal que había hecho, él mismo se había alejado de los suyos y daba la impresión que vivía como si los hubiera olvidado para siempre. Y cuando no esperaba ser bien recibido a su vuelta, se había encontrado poco menos que una fiesta, no solo estaban las puertas abiertas sino que a su encuentro salían los suyos, aquellos a los que había de alguna manera olvidado y dañado con su manera de vivir. Era una mano tendida la que se le estaba ofreciendo para hacerle entrar, era un abrazo que todo lo perdonaba. Allí estaba comenzando a palpar lo que era el amor verdadero.

Nos pueden recordar estas palabras alguna parábola del evangelio, pero son cosas que también nos encontramos en la vida; personas dispuestas a seguir amando, personas dispuestas a perdonar, personas dispuestas incluso a olvidar para siempre lo que les hayan hecho sufrir; parecen imposibles, y así lo ven algunos, pero son realidades que también nos encontramos en la vida. Hay quien sabe lo que es tener un amor auténtico que está por encima de todas las posibles ofensas y llega más allá. Hay también quien lo ha experimentado en su corazón y nunca lo olvidará. Repito, no son sueños o imaginaciones, sino son realidades.

Pero si he querido comenzar mi reflexión con estas hermosas experiencias humanas es simplemente para recordar que es una experiencia que está por encima de todo eso que todos podemos experimentar y vivir. De eso nos está hablando la fiesta litúrgica que hoy celebramos y de eso nos está hablando la palabra de Dios. Podemos comenzar recordando lo que nos dice san Pablo para hablarnos del amor que Dios nos tiene; nos ama, no porque nosotros lo merezcamos, sino que a pesar de que somos pecadores, Dios nos amó. Cuantas veces nosotros decimos que solo amamos a aquellos que nos aman, que somos amigos de los que saben ser amigos con nosotros, ‘amigo de mis amigos’ decimos tantas veces. Pero mira lo que es el amor, mira cómo es Dios como nos diría san Juan ‘es amor’, y el amor no está en que nosotros hayamos amado sino en que ‘Dios nos amó primero’. La iniciativa siempre parte de Dios.

Pero es también lo que nos decía el profeta Ezequiel. ‘Buscaré la oveja perdida, recogeré a la descarriada; vendaré a las heridas; fortaleceré a la enferma; pero a la que está fuerte y robusta la guardaré: la apacentaré con justicia’. Será también en lo que abundará el evangelio. El Pastor no se contenta con las ovejas que tiene en el redil, va a buscar a la perdida allá donde quiera que esté. Una cosa tan sencilla pero al mismo tiempo tan hermosa, una cosa que nosotros no siempre sabemos hacer, porque cuantas veces pasamos de largo ante las ovejas perdidas y descarriadas. ¿No es de alguna manera lo que muchas veces pensamos cuando vemos a muchos a nuestro alrededor que han echado a perder sus vidas y para los que decimos que ya no tienen remedio y nada hacemos por ellos?

No sé si os dais cuenta que cuando estamos contemplando todo lo que es el amor que Dios nos tiene, ahí están las palabras de Pablo, ahí están esas imágenes del pastor y de las ovejas descarriadas que el buen pastor siempre buscará, nos está haciendo pensar en nuestras actitudes, en nuestra manera de actuar, en nuestra forma de reaccionar ante el mal que podemos ver en nuestro mundo; cuantas reticencias seguimos poniendo, cuantas lamentaciones que se quedan, eso si, en muchas palabras quizás hasta llenas de lágrimas, pero que no se traducen en actitudes nuevas, en acercamiento por nuestra parte a los otros para decirles que el amor es posible y nosotros se lo manifestemos con nuestros gestos, cuando nuestra nueva manera de actuar.

Hoy estamos celebrando la fiesta grande del Sagrado Corazón de Jesús, que es de alguna manera celebrar la fiesta del amor que Dios nos tiene, la fiesta del amor que experimentamos en nuestra vida, pero la fiesta del amor nuevo que nosotros hemos de vivir.

Nos acercamos a Jesús porque nos manifiesta la mansedumbre de su corazón. Pero Jesús nos está diciendo ‘aprended de mi’, tenemos que tener también esa mansedumbre y esa humildad, esa ternura y ese amor que se hace cercanía para todos. Nos gozamos en el amor de Dios, pero nos tenemos que poner en camino de ese mismo amor.