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domingo, 5 de mayo de 2024

No son nuestros méritos, sino el regalo gratuito que Dios nos hace cuando nos ama, porque Dios siempre va tomando la iniciativa, nos elige y nos regala con su amor

 


No son nuestros méritos, sino el regalo gratuito que Dios nos hace cuando nos ama, porque Dios siempre va tomando la iniciativa, nos elige y nos regala con su amor

Hechos 10, 25-26. 34-35. 44-48; Sal. 97; 1Juan 4, 7-10; Juan 15, 9-17

Vivimos en un mundo de méritos; nos lo hemos ganado, decimos; nos creemos merecedores de todo porque tengamos unos títulos, porque hayamos hecho un recorrido en la vida, porque hayamos acumulado unos méritos. No digo que no tengamos que tener en cuenta esas cosas, y está por medio nuestra preparación, el desarrollo de cualidades y valores, la buena ejecución de aquello que se nos haya encomendado; es una forma de valorarnos y de estimularnos, es una forma de que otros también se sientan impulsados a crecer. Pero la vida es más.

No son unos méritos o unos títulos los que nos ganan el corazón de las personas; no es con una carrera con la que vamos a presentarnos ante alguien para exigirle que nos acepte y nos meta en su vida; no es lo que tengamos acumulado en nuestras ganancias lo que en verdad nos hace grandes como personas; es otra cosa que tenemos que sentir en el corazón, en lo más hondo de nosotros mismos, donde vamos a manifestar lo que es la verdadera realidad de nuestra vida y nuestra grandeza.

¿Qué es lo que verdaderamente dará grandeza a nuestra vida? ¿Qué es el fondo lo que nos puede producir mejor y más honda felicidad? Todos andamos buscando esa grandeza, esa dignidad que también tenemos que saber reconocer en los demás, esa felicidad que nos llenará de las satisfacciones más hondas. ¿Dónde encontrarlo?

Sentimos así la necesidad de amar y de sentirnos amados. Es esa relación de comunión que queremos establecer con las personas, con las personas que amamos y de las que nos sentimos amadas. Es el camino que tenemos que aprender a descubrir. Es de lo que hoy Jesús nos está hablando en el evangelio.

Como bien sabemos, estos textos que estamos escuchando estos domingos, aunque también en las lecturas de pascua en medio de la semana, están tomadas en gran parte del evangelio de san Juan y en especial de la cena pascual antes del comienzo de la pasión. Momentos de emociones fuertes, momentos de desahogo y de despedida, momentos de últimas recomendaciones. Jesús está desparramando toda la ternura de su corazón. Los discípulos amaban a Jesús y por eso su emoción y hasta su tristeza porque realmente aún terminaban de comprender todo lo que iba a suceder, por eso les veremos luego despistados, desparramados, que huyen y se esconden. Pero allí Jesús les va dejando todas las señales de su amor, que tendría que ser en verdad en lo que ellos tendrían que apoyarse para no sentirse tan escandalizados por lo que luego sucedería.

Y les dice una cosa muy bonita. Hay como una corriente de amor que parte del Padre y que a través de Jesús les llega a ellos también. De manera que si entran en esa corriente de amor algo nuevo habrán de sentir en sus corazones para que su vida fuera distinta. Pero aunque Jesús les habla claramente ellos andan como aturdidos y terminan de saborear hondamente las palabras de Jesús. Será después de la resurrección, cuando se llenen del Espíritu, cuando lo comprenderán todo y comenzarán a vivirlo intensamente.

Jesús les está diciendo que no los mira como siervos, no los mira como alguien ajeno a su corazón, para El son sus amigos, los amados, los que también se están llenando de ese amor de Dios. Porque no es lo que ellos realmente por si mismos hayan hecho como merecimientos en el tiempo que han estado con Jesús. Es Dios quien ha tomado la iniciativa.

A vosotros os llamo amigos’, les dice, porque ya conocéis todo lo que es el amor de Dios que se nos ha manifestado. Conocer, bien sabemos, en el sentido bíblico es algo más que tener conocimiento de algo, un conocimiento intelectual, o como quien conoce una noticia que le comunican; conocer es experimentar en si mismo, es algo mucho más hondo. Cuando María dice que no ha conocido hombre está queriendo decir que no ha tenido experiencia de lo que es el amor de un hombre, recordamos. Es ahora lo que les está diciendo Jesús. Ellos han experimentado en sí mismo lo que es ese amor y esa elección de Dios. ‘Yo os he elegido’, les dice Jesús. Les ha elegido porque les ama; en esa elección de Jesús están experimentando en sí mismos el amor que Jesús les tiene.

Todo es iniciativa de Dios. ¿Qué sucedió en el texto que hemos escuchado en la primera lectura cuando Pedro es llamado a ir a visitar la casa de aquel gentil y de repente siente que el Espíritu Santo ha inundado aquella casa llenándolos a todos del Espíritu Santo? No eran judíos, no estaban bautizados, llamaron a Pedro porque estaba en un camino de búsqueda de conocer el evangelio de Jesús, pero el Espíritu del Señor tomó la iniciativa, y por eso dirá Pedro como podrán negarles entonces el bautismo de Jesús.

Es lo que nos viene a decir también san Juan en la segunda lectura. Repito, la iniciativa es de Dios. ‘El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Dios primero nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados’. Es que Dios es amor, y todo va a ser una derivación de ese amor que es Dios, de ese amor con Dios nos ama y nos entrega a su Hijo. Es mucho más que un amor de amistad, aunque Jesús empleará esa palabra para referirse a sus discípulos. Es el amor que es entrega. Por eso no hay amor más grande que el de quien da su vida por los que ama, del que se entrega por los que ama. No son nuestros méritos, sino el regalo gratuito que Dios nos hace cuando nos ama.

¿Seremos capaces de amar con un amor así? Es el amor que Jesús nos pide, porque nos pide que nos amemos los unos a los otros como El nos ha amado. Y no es poca cosa.


sábado, 4 de mayo de 2024

Nos convertimos como Jesús, en signos de contradicción en medio del mundo, normal es que no todos nos entiendan, nosotros sabemos cuales son nuestras metas y caminos

 


Nos convertimos como Jesús, en signos de contradicción en medio del mundo, normal es que no todos nos entiendan, nosotros sabemos cuales son nuestras metas y caminos

Hechos de los apóstoles 16, 1-10; Salmo 99; Juan 15, 18-21

Si lo que yo quiero es bueno, no quiero hacer daño a nadie sino que más gasto mi tiempo en los demás, ¿por qué me quieren tan mal? ¿Por qué esas envidias y zancadillas que me voy encontrando por todas partes?

Son cosas que algunas veces piensan las personas que trabajan por los demás, que viven, por ejemplo, un compromiso social intenso y lo que tratan siempre es de arreglar las cosas, que todo vaya mejor; pero siempre hay quien quiere meter la zancadilla, siempre habrá personas que desconfían de todo y ya están pensando de esa persona que hace por los demás que algunos intereses ocultos tendrá, que alguna tajada se sacará de todo eso.

Es el frente de la malicia que siempre va a la contra de la bondad; es el rechazo que tenemos ante todo lo que nos venga del otro, y nos cuesta aceptar su buena voluntad, sus trabajos desinteresados. Claro que quien está sufriendo ese acoso después de lo que intenta hacer por los demás sienten que se le socavan los cimientos y parece que se siente solo y sin fuerzas. Cuántas veces que después de unos años dedicándose así a los demás terminan quemados, y al final arrojan también la toalla y no quieren seguir metidos en conflictos.

Es necesario tener una gran fortaleza interior, estar preparado para cuando nos puede sobrevenir, sentir los apoyos necesarios, quizás empezando por la familia – que algunas veces se vuelve también detractora de lo que hacemos -, apoyo de quienes le rodean, o de quien le ha confiado la misión que se ha puesto en sus manos. Sentimos a veces esa debilidad interior.

Jesús nos está hoy preparando, como iba preparando al grupo de los discípulos que tenía más cerca de sí, con ese tenerles a su lado, con esas enseñanzas que de manera especial tenía para ellos, con esos momentos en que los llevaba solos a algún lugar. ¿Unas vacaciones espirituales? ¿Unos retiros espirituales? Jesús vemos que los practicaba con ellos, aunque entonces no les dieran esos nombres, que con el paso del tiempo nosotros nos hemos dado a esas situaciones. Jesús también habla para todos los que quieran seguirle, para que comprendan que el camino no es de rosas, porque en medio nos podemos encontrar muchas espinas.

Y Jesús les dice que miren lo que han hecho con El, y que ‘el discípulo no es mayor que su maestro’. No hay mejor preparación que tener claro el camino que vamos a emprender, las dificultades y obstáculos que podemos encontrar, las persecuciones incluso que se desatarán contra nosotros. ¿Qué estoy haciendo de malo? Nos preguntábamos al principio cuando nos plateábamos el tema, y veíamos que queríamos hacer lo bueno y lo que íbamos a encontrar era oposición.

‘Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia’, les dice Jesús.  Y es que el seguidor de Jesús, que vive en medio del mundo, en medio de diversas situaciones, en medio de gente muy variada, sin embargo ha de reflejar algo distinto. No somos iguales. Ni nos consideramos mejores ni superiores.

Pero tenemos nuestras metas, tenemos nuestros ideales, tenemos un camino que nos señala el evangelio y eso nos hace tener unas actitudes distintas hacia los demás, unos comportamientos en los que tiene que reflejarse siempre la rectitud y el buen hacer, y hay algo especial que tiene que resplandecer en nosotros que es el amor; y eso tiene sus consecuencias en la vida y en nuestra manera de actuar; en nuestro corazón siempre tendrá que brillar la misericordia y la compasión, siempre tenemos que ir con la mano tendida por delante porque buscamos paz, buscamos la reconciliación, buscamos algo nuevo para nuestro mundo, siempre tienen que estar presentes las actitudes del perdón.

Y eso choca al mundo que nos rodea. Nos convertimos como Jesús, como había anunciado el anciano Simeón, en signos de contradicción en medio del mundo. Normal es que no todos nos entiendan. Pero nosotros sí tenemos que entendernos a nosotros mismos y cuales son nuestras metas y nuestros caminos.

viernes, 3 de mayo de 2024

Revivamos todos esos encuentros con Jesús a lo largo de nuestra vida, dejémonos envolver por su gracia, podemos contemplar la gloria del Señor eternamente en el cielo

 


Revivamos todos esos encuentros con Jesús a lo largo de nuestra vida, dejémonos envolver por su gracia, podemos contemplar la gloria del Señor eternamente en el cielo

1Corintios 15, 1-8; Salmo 18; Juan 14, 6-14

‘Es que no te enteras’, nos decía alguien cuando tras habernos hablado de algo repetidas veces, nosotros seguíamos sin enterarnos. Nos lo habían contado, nos habían hablado y explicado de esa situación o de esa persona que querían que conociéramos, parecía que entendíamos, que había quizás hasta entusiasmo por aquello que nos decían, pero volvíamos con nuestras preguntas, no como para avanzar en el conocimiento, sino como si fuera la primera vez que nos hablaban de ello. No nos terminábamos de enterar. Lo que sí podemos ahora entender que quien nos explicaba las cosas se sintiera cansado de tantas preguntas nuestras en las que brillaba nuestra ignorancia.

¿Era algo así lo que sucedía en aquella ocasión con Jesús y sus discípulos? Ahora viene Felipe a preguntar o pedir a Jesús que le muestre al Padre del que tanto les está hablando. ‘Tanto tiempo con vosotros, ¿y aún no me conoces?’, le replica Jesús.

Felipe había sido de los primeros seguidores de Jesús. El evangelio de san Juan nos lo sitúa en aquellos primeros momentos en que se va formando el grupo de los que siguen a Jesús. Habían sido Andrés y Juan los que se habían ido tras Jesús tras señalarlo el Bautista como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ‘Maestro, ¿Dónde vives?’ le habían preguntado a Jesús y se habían ido con El. A la mañana siguiente ya Andrés entusiasmado corre a comunicárselo a su hermano Simón y lo lleva a Jesús. Más tarde será Felipe el que generosamente responde a la llamada de Jesús y tal es su entusiasmo que va a comunicarlo a su amigo Natanael, con quien incluso porfía, porque han encontrado a aquel de quien hablan las Escrituras, y lo había convencido. Qué hermosa intercomunicación entre unos y otros para trasmitir lo que están viviendo.

Aparecerá Felipe en los doce a los que Jesús ha constituido Apóstoles que le acompañarán por todas partes y a quienes Jesús de manera especial va instruyendo. Lo veremos que lo hace en casa cuando regresan de sus caminos y actividades, lo hace aparte en sus desplazamientos de un lado para otro, se los llevará a lugares apartados para estar a solas con ellos, o aprovechará en ocasiones en que están casi fuera ya de los territorios de Galilea para con ellos tener mayores confidencias. En su subida a Jerusalén para la definitiva Pascua a ellos les va diciendo por el camino todo lo que había de suceder. Será a ellos de manera especial cuando les pide que les enseñe a orar a quien mostrará cual ha de ser el modelo de oración que además tiene una particularidad, hemos de comenzar siempre llamando a Dios Padre. Jesús en sus obras se manifestaba siempre como el enviado del Padre y el rostro más cercano de Dios Padre que nos ama y se muestra misericordioso con nosotros. Eran sus enseñanzas, eran sus parábolas, eran los signos que Jesús iba realizando.

Es ahora en la cena pascual, momentos de despedida y de últimas recomendaciones, momentos de desahogos y de mostrar toda la ternura que Jesús lleva en el corazón y que ahora en estos momentos previos a la pasión se desbordan cuando les está hablando con toda intensidad de la presencia del Padre en todo cuanto está sucediendo que será siempre buscando la gloria de Dios en el establecimiento de su reino. Pero, quizás envueltos en toda aquella incertidumbre de lo que había de suceder parece que sus mentes están embotadas y aun no terminan de entender.

‘Tanto tiempo con nosotros, ¿y aún no me conocéis?’, nos puede estar diciendo Jesús también a nosotros hoy. Decimos que creemos en El desde siempre, desde niños fuimos educados en esta fe y nos enseñaron a acercarnos a Jesús y recibir sus sacramentos, hemos escuchado domingo tras domingo la Palabra de Dios cuando hemos venido a la celebración dominical y cuantas veces más hemos venido a la celebración de la Eucaristía; cuantas reflexiones se nos han ofrecido a través de la predicación, de encuentros, de retiros, de momentos de formación, y aun parece que seguimos embotados porque no terminamos de despertar del todo.

Podemos escuchar esa queja de Jesús allá en lo hondo de nuestro espíritu. Despertemos, abramos los ojos, revivamos todos esos encuentros con Jesús a lo largo de nuestra vida, contemplemos de verdad a Jesús en su pascua, en su pasión y en su muerte, dejémonos envolver por su gracia, podemos contemplar la gloria del Señor, ojalá podemos contemplarlo eternamente en el cielo.

 

jueves, 2 de mayo de 2024

Si sabemos permanecer en el amor sentiremos al final la más hermosa satisfacción que nos llenará el corazón de la más hermosa alegría

 


Si sabemos permanecer en el amor sentiremos al final la más hermosa satisfacción que nos llenará el corazón de la más hermosa alegría

Hechos de los apóstoles 15, 7-21; Salmo 95; Juan 15, 9-1

La vida tiene muchas curvas, no le faltan dificultades, lugares de sombra y oscuridad, momentos de frialdad, situaciones de tormenta, igual que tiene días plácidos, calmas bonancibles, momentos en que brilla el sol, la suave brisa nos refresca o el viento sopla a nuestro favor; dichoso no solo el que sabe disfrutar de estos momentos de luz, de calor, donde todo puede llenarse de entusiasmo, sino muy feliz será el que sabe sortear las tormentas, superar las dificultades de las curvas, mantener el corazón templado a pesar de las heladas ventiscas que parece que todo se lo llevan por delante. Quien sabe hacerlo, aunque le cueste, sentirá al final una hermosa satisfacción que le llenará el corazón de alegría, porque nunca perdió la esperanza ni se dejó vencer por la derrota, y su alegría será más plena y de más honda satisfacción.

Es así cómo tenemos que vivir los cristianos. Será por eso por lo que podemos decir que los cristianos somos las personas más alegres del mundo. No perdemos la serenidad y la alegría de nuestros rostros ni la serenidad del alma, sabremos mantenernos en el amor aunque no seamos correspondidos, podemos responder con palabras y gestos de paz a pesar de las violencias que parece que nos quieren envolver. Sabemos quién es el que va al timón de nuestra barca, nos sentimos seguros porque sabemos que quien nos acompaña es quien nos ama con el mayor amor de los amores. Por eso queremos seguir caminando porque sabemos de quien nos confiamos; mantenemos el rumbo de la vida porque es el amor el que nos envuelve y nos llena de felicidad.

No hay mayor alegría ni felicidad. La hemos construido poniendo buenos cimientos y dándole fortaleza a los muros del alma para detener todos los embates. Nos hemos mantenido en el amor, que no se queda en gestos momentáneos, que pueden salir con buena voluntad de forma espontánea, no se queda en palabras brillantes que pueden encandilar a cualquiera – aunque en un mundo de tantas palabras ya muchos no se dejan encandilar de cualquier manera aunque siempre es una tentación – sino que ha sabido darle permanencia al amor.

Es lo que hoy Jesús nos enseña. ‘Permaneced en el amor’, nos dice. Nos ha amado del amor del Padre y de su amor, ahora nos toma a nosotros entrar en esa órbita. Pero permanecer en el amor, aunque cueste, aunque el camino se haga cuesta arriba, aunque no seamos correspondidos, aunque suframos violencias y nos podamos sentir heridos, aunque sean muchos los que luchen contra nosotros, aunque nos sintamos atraídos por cantos de sirena ofreciéndonos delicias que nos puedan encandilar, aunque a veces dentro de nosotros mismos sintamos una rebeldía y un cansancio interior, aunque no seamos comprendidos.

Son aquellas noches oscuras de las que hablábamos o esas curvas del camino que nos pueden distraer, son aquellas frialdades en los que el camino se nos hacía difícil, pero donde seguimos caminando porque sabíamos de la meta y de quien guiaba nuestro camino. Por eso permanecemos en el amor. Como Jesús ha permanecido siempre en el amor del Padre y en el amor que nos tiene a nosotros.

        Y hoy Jesús ha terminado diciéndonos que nos ha hablado de todo esto para que nuestra alegría sea completa. Qué gozo sentimos cuando nos sentimos abrazados por esa ternura de Dios, que sabiendo de nuestras debilidades aun así nos pone metas altas y nos dice que no podemos perder nunca la alegría porque El estará siempre con nosotros. ‘Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud’. Claro que si sabemos permanecer en el amor sentiremos al final la más hermosa satisfacción que nos llenará el corazón de la más hermosa alegría.

miércoles, 1 de mayo de 2024

Miremos qué nos está fallando en los cables de conexión, no terminamos de dar buena luz, qué es lo que nos está robando la vitalidad del evangelio

 


Miremos qué nos está fallando en los cables de conexión, no terminamos de dar buena luz, qué es lo que nos está robando la vitalidad del evangelio

Hechos de los apóstoles 15, 1-6; Salmo 121; Juan 15, 1-8

Si no estamos enlazados con la fuente de la energía, en perenne comunicación con dicha fuente, no tendremos energía. Al hablar de esto enseguida pensamos, por ejemplo, en la electricidad y cómo vemos nuestros territorios y nuestras calles hasta llegar a nuestros hogares por torres que sostienen unos cables que son conductores de esa energía desde su fuente de generación; claro que hoy pensamos en otras energías, renovables las llamamos, ya puede ser la fuerza motriz del viento o del agua embalsada, ya se la luz y el calor del sol que nos van también a generar ese energía con la que tendremos que estar igualmente conectados.

Claro que en la época de Jesús no se contaba con esos medios de generación energética, pero si sabían que la luz del sol era como un alimento para las plantas que igualmente tendrían que estar bien enraizadas en tierra, y manteniendo la unidad de la planta, se podría llegar a obtener unos frutos.

Hoy nos habla Jesús de la vid y de los sarmientos, de la necesaria poda para poder aprovechar toda la energía y vitalidad de la planta para mejores frutos, pero también como los sarmientos habían de estar bien injertados en la cepa para que la savia alimenticia pudiera fluir por toda la planta y sus ramas.

Ya sea con los ejemplos de energía con que hemos comenzado a reflexionar, ya sea en esta referencia a la vid y los sarmientos, nos viene a decir Jesús que una cosa es importante, la unión de los sarmientos con la cepa, con vid, porque solo así podremos obtener los mejores y los más abundantes frutos. 

Y esto es una imagen y una alegoría para nuestra vida que tenemos que saber discernir bien. Somos los sarmientos que como brazos que se extienden y se prolongan venimos a trasmitir a nuestro mundo todo el mensaje salvador del evangelio. Pero es necesario que nosotros tengamos vida, que haya vitalidad en nosotros, porque de lo contrario ¿qué es lo que vamos a trasmitir? No vamos a decir lo bonito que somos, no vamos a hablar de nosotros mismos o de lo que puedan ser nuestros proyectos por muy bellos y hermosos que sean. Nos seguimos predicando demasiado a nosotros mismos; nos seguimos creyendo el ombligo del mundo como si nosotros fuéramos el centro de todo; nos sobra autosuficiencia, nos sobra orgullo.

Esto es muy serio y es en algo que tenemos que pensar los cristianos que nos sentimos más comprometidos, es algo que tiene que plantearse muy bien la Iglesia en sus pastores y cuantos tienen una misión dentro de la Iglesia. Muchas veces predicamos la Iglesia y no predicamos a Jesús; queremos manifestar la grandeza de la Iglesia y nos llenamos de magnificencias  que terminan siendo simples, pero duras vanidades que se convierten en un velo que impiden que todos nos encontremos con Jesús. Andamos muy preocupados de prestigios y nos sentimos escandalizados cuando alguien o algo pudiera manchar ese brillo que le queremos dar a la Iglesia, pero nos olvidamos quizás de cosas fundamentales que Jesús nos enseña en el evangelio, olvidándonos de la misericordia y de la compasión.

Algo nos puede estar fallando en esos cables de conexión de la energía cuando no estamos dando buena luz. ¿Habrá muchos ramajes que cortar en nosotros, en nuestra Iglesia, en quienes quieren aparecer en primera pantalla, y que se convierte en distracción que impide que el mundo de verdad mire a Jesús y su evangelio de salvación?

Creo que mucho tendría que darnos que pensar toda esta reflexión que nos estamos haciendo. Busquemos la manera de estar de verdad unidos a la cepa para que no seamos sarmientos inútiles, chupones que roban la verdadera energía y vitalidad que tendríamos que tener.

martes, 30 de abril de 2024

Sin misericordia nunca llegaremos a entender ni a obtener la paz, porque la misericordia y el perdón son el verdadero camino para encontrar la paz

 


Sin misericordia nunca llegaremos a entender ni a obtener la paz, porque la misericordia y el perdón son el verdadero camino para encontrar la paz

Hechos de los apóstoles 14, 19-28; Salmo 144; Juan 14, 27-31a

Sin misericordia nunca llegaremos a entender ni a obtener la paz. No es simplemente la victoria de uno contra otro cuando hay dos contendientes; si hay una victoria, habrá habido algún derrotado; ¿cómo puede sentirse si desde esa fuerza violenta que dado la victoria a una de las partes se le quiere imponer la paz? La paz no se impone como no se impone el silencio, tampoco se conquista por la violencia de ninguna de las armas que tengamos en nuestras manos para decir que somos vencedores, porque siempre habrá daños, siempre habrá quien se siente herido, siempre habrá quien quiere otra cosa, otra libertad que se le ha arrebatado, como la paz no es tampoco un clima de sosiego exterior. Por eso, otro tiene que ser el camino de la paz.

Es un tema candente hoy, en la historia de nuestro hoy, como ha sido candente en la historia de todos los tiempos, y aun no hemos terminado de aprender la lección. No terminamos de aprender para la paz, no terminamos cada uno de nosotros buscar esos caminos de paz en nosotros mismos. Cuando todos la busquemos con sinceridad y tratemos de mantenerlo dentro de nosotros mismos comenzaremos de verdad a crear ese clima de paz que se irá contagiando de los unos a los otros.

Comencemos por aceptarnos a nosotros mismos, también con nuestros errores, también con las violencias que a veces afloran en nuestras vidas, comencemos a darnos cuenta de nuestra realidad y al aceptarnos nos perdonamos esos errores y esos tropiezos, para arrancar amarguras del corazón; quien no ha sabido perdonarse mantiene siempre una llama encendida, que aunque nos parezca pequeña en cualquier momento se puede convertir en un incendio devorador, por eso personar es comenzar por apagar ese pequeño rescoldo que pueda quedar en nosotros, de lo que hemos hecho o de lo que nos han hecho; no podemos dejar rescoldos que a la menor brisa se conviertan en llamaradas destructoras.

Y eso es el caldo de cultivo que tenemos que hacer con los demás, mostrando que sabemos perdonar, mostrando que sabemos ser misericordiosos porque nuestro corazón a pesar de las miserias tiene siempre una lado de compasión que elimina aristas, que lima asperezas, que busca siempre la conjunción con los demás evitando chispas y haciendo una buena rodadura. Es el aceite de la misericordia que sirve de colchón, que crea engranajes de amor, que busca siempre el encuentro, que nunca echará en cara ni querrá imponerse, que saber estar siempre de buena manera al lado de todos.

Cuando todos comencemos a contagiarnos los unos a los otros de esa misericordia estaremos definitivamente emprendiendo el camino de la paz. Por eso cuando pedimos por la paz, estamos pidiendo por esos pequeños detalles que seamos capaces de tener los unos con los otros, pero estamos pidiendo que los corazones de los que tiene en sus manos esos ejes de violencia y que están robando la paz a nuestro mundo, cambien porque se vean envueltos en ese aceite de misericordia. No todos estarán dispuestos y así vemos la carrera por la que va nuestro mundo, pero desde abajo tener que hacer hervir ese aceite de la misericordia para que todos nos veamos envueltos en él y comencemos a sentir distinto, y en consecuencia poco a poco a actuar distinto.

Hoy nos ha dicho Jesús en el Evangelio que nos da su paz. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo’. Pero también nos dice que no nos acobardemos por lo difícil que podemos encontrarlo. Fue también su saludo pascual en las distintas apariciones a los discípulos, pero también hoy nos dice que su paz es distinta, que no nos la da como la da el mundo. Recordemos que cuando saluda con la paz a los discípulos en el cenáculo aquel primer día de la semana los envió al mundo con el mensaje del perdón y del amor. No puede estar lejos la paz del perdón y de la misericordia; es el camino para encontrar la verdadera paz.

lunes, 29 de abril de 2024

Disfrutemos y valoremos la presencia de quien nos ama y quiere habitar en nuestro corazón amando nosotros con el mismo amor


Disfrutemos y valoremos la presencia de quien nos ama y quiere habitar en nuestro corazón amando nosotros con el mismo amor

Hechos de los apóstoles, 14, 5-17; Sal. 113; Juan 14, 21-26

Hay algo que podríamos decir misterioso pero que al mismo tiempo es enormemente reconfortante y es cómo podemos sentir a nuestro lado a aquellas personas que amamos aunque físicamente no estén con nosotros. Es el misterio del amor y de la amistad. Yo sabía que estabas conmigo, le decimos al amado, le decimos al amigo cuando hemos pasado quizás por momentos difíciles y físicamente nos sentíamos solos, pero al mismo tiempo no nos sentíamos solos porque sabíamos que quien nos amaba estaba con nosotros. Tenemos que aprender a disfrutar y a valorar esa presencia espiritual de quien nos ama y a quien amamos.

Esto es en cierto modo lo que nos viene a decir hoy Jesús en el evangelio. Nos pide amor y nos garantiza el amor, un amor que no serán solo palabras bonitas sino expresar con aquello que hacemos ese amor que tenemos. ‘El que sabe mis mandamientos y los guarda, nos dice hoy Jesús, ese me ama; y al que me ama, lo amará mi Padre y lo amaré yo, y me mostraré a El’. Garantía del amor, amamos y nos sentimos amados, pero aun nos dice más ‘me mostraré a El’, podemos conocerle como nadie le ha conocido. Entremos en esa órbita del amor y qué distinta se vuelve nuestra vida.

Muchas veces nos encontramos con gente que duda de Jesús, a nosotros también muchas veces nos entra también la debilidad de esa duda, y miran a Jesús desde la distancia, como si solo fuera un personaje histórico que tuvo su valor e importancia en aquel momento, pero que ahora nos queda lejos, se hace difícil entrar en esa necesaria comunión con El que desde la fe podemos considerar. No podemos mirar a Jesús de esa manera, es necesario algo más, tenemos que dejarnos cautivar por su amor, comprender que su mensaje es un mensaje de vida para nosotros y en El encontraremos siempre el sentido y el valor de nuestra vida. Y eso lo podremos hacer cuando, como decíamos, entremos en la orbita del amor.

Pero no será ya como quien siente una presencia virtual, como ahora tan frecuentemente decimos, sino que será más íntimo y más profundo. Por eso nos insiste Jesús, ‘el que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a El y haremos morada en él’. Dios que mora en nosotros. Nos había dicho al principio del evangelio que ‘la Palabra se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros’. No ya solo nos referimos al misterio de la Encarnación de Dios en el seno de María, sino que nosotros mismos por nuestro amor seremos esa morada de Dios. Y con nosotros tendremos al ‘Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho’.

¿No decimos que por el Bautismo somos morada de Dios y templo del Espíritu Santo? Se supone cuando le damos el sí del Bautismo le estamos dando el sí del amor, y todo nuestra vida, entonces, tiene que ser una respuesta de amor al amor que Dios nos tiene. Mucho tenemos que revisar en ese camino del amor; mucho tenemos que considerar cuando así nos sentimos amados de Dios.

 

domingo, 28 de abril de 2024

Aprendamos a hundir nuestras raíces en Jesús y en el evangelio y podremos dar fruto en abundancia

 


Aprendamos a hundir nuestras raíces en Jesús y en el evangelio y podremos dar fruto en abundancia

Hechos de los Apóstoles 9, 26-31; Sal. 21; 1Juan 3, 18-24;  Juan 15, 1-8

Una vez escuche a alguien con más buena voluntad que conocimiento que aquel árbol tan frondoso era una pena que se le cortaran ramas, pues, pensaba él, que cuantas más ramas tuviera más cantidad de fruto produciría, y que eso era lo importante. Pero por el contrario está la sabiduría del agricultor que nos dice que no, que es necesario realizar una poda, porque hay ramas que son como chupones y que más que darnos buenos frutos, lo que harán es mermar la fuerza de la planta para que en su lugar y en su momento nos produzca los mejores frutos.

Nos puede pasar en muchos aspectos de la vida, donde nos multiplicamos en actividades por un lado y por otro y al final nada atendemos bien y tendríamos que saber discernir en todo momento qué es lo importante, a qué tendría que dedicarme con mayor intensidad, aunque tenga que dejar a un lado algunas cosas, algunas ideas incluso que nos pueden parecer muy buenas. Es el necesario discernimiento de la vida que tenemos que realizar con buen criterio. Centrarnos en lo que es lo principal, alimentar también nuestra vida con aquello que nos dé verdadera profundidad y valor.

Hoy en el evangelio Jesús nos está proponiendo estas imágenes del sarmiento que tenemos que cuidar, que ha de mantenerse bien unido a la vid para que tenga vida, o de aquellos sarmientos que tenemos que saber podar de nuestra existencia para que no haya nada que nos merme esa vitalidad.

‘Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto… Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada’.

Qué importante escuchar estas palabras de Jesús y hacerlas vida nuestra. Tenemos que dar fruto, pero no podemos dar fruto si no permanecemos unidos a Jesús. Es nuestro gran problema, el activismo con que vivimos la vida. Es cierto que tenemos que comprometernos, que no podemos vivir aislados de los problemas de la vida y del mundo y ahí tenemos que poner nuestra mano. Es mucho lo que tenemos que hacer, pero tenemos que darnos cuenta de que no podemos dar fruto si no permanecemos unidos a Jesús.

Significa como tenemos que crecer en una espiritualidad que hunda sus raíces en Jesús. Si lo descuidamos iremos de vacío por la vida, y cuando vamos de vacío no tenemos de donde sacar la energía que necesitamos. Es la gasolina, son los aceites que no vemos en el motor de un coche, pero que sin ellos ni el coche podría caminar ni podría funcionar, mas bien arruinando el motor. Hoy Jesús nos habla de la savia que circula entre las ramas de la viña desde la cepa hasta los más extremos sarmientos; sin esa savia no podría producir fruto, no podría tener vida. Es lo que nos pasa a nosotros con mucha frecuencia, no hemos sabido hundir nuestras raíces en Jesús y en su evangelio. Por eso a veces seremos sarmientos secos que solo sirven para la hoguera.

Cuidemos nuestra oración, cuidemos la lectura y la escucha de la Palabra de Dios, cuidemos esos momentos de silencio y reflexión, cuidemos todo aquello que nos puedan ofrecer y que nos valga para nuestra formación cristiana. Nos creemos que podemos andar solos y a nuestro aire y andamos bien equivocados. No olvidemos lo que nos dice Jesús ‘sin mi no podéis hacer nada’.

Y fijémonos también que nos dice que si permanecemos unidos a El cuanto le pidamos al Padre se realizará. Qué confianza y estímulo nos da Jesús

sábado, 27 de abril de 2024

Dejémonos iluminar por la luz de Jesús para disipar las dudas y tinieblas, metiéndonos en el corazón de Cristo para introducirnos de verdad en el misterio de Dios

 


Dejémonos iluminar por la luz de Jesús para disipar las dudas y tinieblas, metiéndonos en el corazón de Cristo para introducirnos de verdad en el misterio de Dios

Hechos de los apóstoles 13, 44-52; Salmo 97; Juan 14, 7-14

No siempre nos es fácil conocer a las personas, no terminamos de conocerlas. Por muy amigos que seamos, por muy fuertes que sean las relaciones familiares o la convivencia que realicemos con esa persona, siempre hay algo en ella que no terminamos de captar, de conocer. Y estoy hay que reconocerlo con humildad aunque nos cueste, porque nos creemos muy autosuficientes y conocedores de todos, pero siempre hay algo en su interior, en el misterio de su vida que nos queda como velado. No significa que sea imposible o que eso nos impida entrar en relación con el otro, pero es una tarea, diríamos, que nunca se acaba, y que con respeto aceptamos y con respeto siempre nos acercamos al  otro.

Los discípulos llevaban mucho tiempo con Jesús desde que lo conocieron y un día sintieron la llamada de Jesús para estar con El. A ellos Jesús de manera especial se les manifestaba, los llevaba en muchas ocasiones a lugares lejos del barullo de la gente para que estuvieran con El y lo conocieran; a ellos de manera especial les explicaba lo que antes en parábolas les había dicho a las multitudes; Jesús les iba descubriendo su misterio, el misterio de Dios. Un día Jesús había de confiar en ellos para enviarlos por el mundo para hacer el anuncio de su buena nueva de salvación.

Pero también nos damos cuenta que en muchas ocasiones los discípulos no terminaban de entender lo que Jesús les decía; por mucho que les hablara del servicio como sentido de sus vida, ellos seguían pensando en grandezas y quien era el que iba a ocupar el lugar más importante en aquel Reino que Jesús estaba anunciando: significaba que ni acababan de conocer a Jesús ni de entender el sentido del Reino de Dios anunciado por Jesús.

Y Jesús con paciencia les explica una y otra vez. Así les había sucedido en los anuncios que hacía del sentido de su subida a Jerusalén que cuando hablaba de pasión y de muerte, porque sería entregado en manos de los gentiles, querían quitarle esas ideas de la cabeza. Ya vemos lo que luego sucedería cuando llegara ese momento, se dispersaron, huyeron y se escondieron.

No nos extrañe lo que hoy nos dice el evangelio. Estamos ya en los momentos cruciales y decisivos, donde va a comenzar la pasión. Es en aquel dialogo de Jesús con ellos después de la cena pascual antes de irse a Getsemaní. Jesús les está revelando el misterio más hondo de su ser, cuando les habla de su unión con el Padre, porque el Padre y El son una misma cosa. Pero no entienden. Les había hablado de Dios y les había enseñado a llamar Padre a Dios, pero ahora nos vienen a decir que aun no conocen a Dios, que aun no conocen al Padre del que Jesús les está hablando.

‘Muestranos al Padre y será suficiente’, le dice Felipe a Jesús. Y es cuando Jesús reacción. ‘Tanto tiempo con vosotros ¿y aún no me conocéis? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú, muéstranos al padre?’. Y seguían sin entender.

El era el Verbo, la Palabra de Dios por quien todo nos ha sido revelado, como nos diría san Juan desde el principio del Evangelio. Era la Palabra que se convertía en luz para nuestra vida. Era la Palabra que nos revelaba el misterio de Dios y por quien conoceríamos a Dios. Era el rostro de misericordia de Dios que se manifestaba en las obras de Jesús. ‘Creed en mis obras’, viene a decirles, contemplad mis obras y contemplaréis a Dios.

Pero la tiniebla seguía oscureciendo sus mentes. La tiniebla quería ocultar la luz, y ellos no terminaban de salir de esas tinieblas; nosotros, tenemos que reconocer, no terminamos de salir de esas tinieblas. Y por eso nos vienen las dudas y los miedos, por eso seguimos con nuestros apegos y nuestras rutinas, por eso no terminamos de abrirnos al misterio de Dios, de abrir nuestro corazón a los caminos del amor.

¿Dejaremos un día iluminarnos por su luz? ¿Llegaremos a meternos en el corazón de Cristo para introducirnos totalmente en el misterio de Dios?

viernes, 26 de abril de 2024

Despertemos para que el mundo tenga luz y tenga vida, no ocultemos el evangelio que es una luz que tiene que iluminar

 


Despertemos para que el mundo tenga luz y tenga vida, no ocultemos el evangelio que es una luz que tiene que iluminar

1Corintios 2, 1-10; Salmo 118; Mateo 5, 13-16

Se me ocurre pensar que la luz no es para si misma, sino que tiene la función de alumbrar a los demás, o iluminar el entorno que la rodea. La luz en si misma no la podemos guardar, meter en un armario para luego utilizarla cuando queramos; podremos guardar la energía, o aquellas cosas que nos puedan producir luz, pero no la luz en si misma. Allí donde hay luz todo se ilumina, allí donde hay luz nosotros podremos movernos y caminar, como podremos contemplar cuanto nos rodea y en consecuencia la belleza de nuestro entorno. La luz, entonces, nos hace vivir, nos ayuda a vivir.

Se me ocurren estos pensamientos previos ante el evangelio que hoy se nos propone. Nos habla de la luz y de la luz que tiene que iluminar, de la luz que nosotros hemos de ser con la que tenemos que iluminar. Será una luz que se enciende en nosotros, pero es una luz que nosotros recibimos. En fin de cuentas se nos está hablando del evangelio, de nuestro encuentro con Jesús y de cómo en El nos sentimos iluminados para nosotros transformarnos en luz, convertirnos en luz con la que tenemos que seguir iluminando a los demás.

A lo largo del evangelio es una imagen que se repite. Jesús es esa luz que viene a iluminar el mundo, por eso cuando Jesús comenzó a predicar, anunciando la llegada del Reino de Dios, por Galilea, el evangelista recordará aquel pasaje de los profetas que nos habla de que el pueblo que habitaba en tinieblas y en sombras de muerte se iluminó con una luz nueva. Es lo que significó la presencia de Jesús; es lo que con signos Jesús nos va expresando cuando va devolviendo la vista a los ciegos y despertando a una nueva vida y a una nueva esperanza a aquel pueblo que habitaba en tinieblas. Es lo que significa nuestro encuentro con Jesús; es lo que significa esa fe que ponemos en El.

Con Jesús la vida adquiere un nuevo sentido y valor; es una nueva sabiduría que inunda nuestra vida, es una nueva forma de vivir y de actuar. No nos faltarán los problemas y las dificultades, seguiremos con nuestras dudas y nuestros tropiezos, los problemas del mundo que nos rodea son los mismos, pero tenemos una nueva forma de afrontarlos, una nueva forma de caminar, una fuerza para superar obstáculos y dificultades, para vencer el mal que nos tienta, para caminar en una nueva rectitud, para comenzar a tener una mirada distinta a cuantos nos rodean, para caminar con la fuerza del amor.

Pero, como decíamos, esa luz no es para guardarla para nosotros sino esa luz es para repartirla. Es lo que nos está pidiendo Jesús cuando nos dice que somos luz del mundo y sal de la tierra. Y nos dice que la luz no es para guardarla metida en un cajón, sino para ponerla en alto e ilumine todo alrededor. Nos dice que somos sal, pero la sal es para preservar y para dar sabor; no nos vale tener guardada la sal en el armario si no la utilizamos para darle sabor a la comida o para preservar de la podredumbre lo que queramos guardar.

‘Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente’. Como nos seguirá diciendo también, ‘vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielos’.

Ahí está nuestra tarea y nuestra misión. No podemos ocultar la luz, no podemos dejar que se eche a perder la sal. Tienen que cumplir su función. Tenemos que cumplir nuestra función, de la que no podemos escaquearnos. ‘No podemos ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte’. Y eso tenemos que ser nosotros. Es la acogida, y de ahí la imagen de la ciudad, pero es también la salida de nosotros mismos para ir al encuentro con los demás llevando nuestra luz.

¿Qué estaremos haciendo con nuestra luz? ¿Qué estamos haciendo con esa fe que decimos que tenemos en Jesús? ¿Qué estamos haciendo con el Evangelio, la buena noticia que tenemos que llevar a los demás?  Hacen falta testigos. No nos quejemos de lo mal que anda la vida, de lo mal que anda nuestro mundo. Eso es una cosa fácil de hacer, quejarnos. Pensemos qué luz le estamos llevando nosotros desde nuestra fe al mundo que nos rodea. No nos escondamos. Salgamos a la periferia de nuestro mundo a llevar el evangelio. Es el testimonio de nuestra vida de creyentes que con valentía tenemos que ofrecer a los que nos rodean y que no siempre hacemos. Despertemos para que el mundo tenga luz y tenga vida.

 

 

jueves, 25 de abril de 2024

Urgencia de la Buena Noticia que tenemos que comunicar al mundo cuando les hablamos de Jesús en quien todos encontramos la Salvación

 


Urgencia de la Buena Noticia que tenemos que comunicar al mundo cuando les hablamos de Jesús en quien todos encontramos la Salvación

1Pedro 5, 5b-14; Salmo 88; Marcos 16, 15-20

Qué reconfortante es el llevar una buena noticia a quien la está esperando con ansiedad; parece como si en la vida fuéramos más portadores de malas noticias que de buenas; sucede cualquier accidente y la noticia corre como reguero de pólvora, pronto todos tienen noticia de ello; hay algo que le hace daño a alguien que quizás, por los motivos que sea, no nos cae bien, y qué pronto estamos para comentarlo, para hacer que todos se enteren, para hacer leña del árbol caído. Y parece que las buenas noticias, o las noticias de cosas buenas no tienen tanto eco, porque además parece como que nos gustara meter las narices en la basura y si podemos expandir su desagradable olor.

Pero nosotros estamos llamados a dar buenas noticias; estamos obligados y sería lo más reconfortante que podríamos hacer. Y es que este mundo en el que vivimos necesita de buenas noticias; todo es hablar de guerras y de muertes, de violencias y de corrupciones, de noticias de cosas desagradables y de calamidades de la naturaleza. Pero es que detrás de todo eso contemplamos un mundo de angustias y desesperanzas, un mundo de tristezas, sufrimientos y agobios, un mundo que se vuelve insolidario e injusto porque quizás desde la situación en que vive lo que hace es encerrarse en sí mismo algunas veces parece que como autodefensa, un mundo que parece que ha perdido la ilusión y lo ve todo turbio y oscuro.

Es un mundo que necesitaría una buena noticia, que todo eso puede cambiar, que en verdad podemos hacer un mundo nuevo, que puede renacer de nuevo la esperanza en los corazones, que podemos recuperar la alegría de la vida, que podemos hacer que las cosas sean distintas, que alguien ha venido a romper esa inercia de la vida donde nos vamos dejando arrastrar, pero que ahora podemos hacer las cosas de otra manera, que ese mal ha sido vencido y que la muerte no tiene el dominio de la victoria.

Es lo que nosotros los cristianos tenemos que transmitir, es la buena noticia que nosotros tenemos que dar cuando hablamos de Jesús, cuando hablamos del evangelio, o sea esa Buena nueva de Jesús que instaura un mundo nuevo, un reino nuevo que es el Reino de Dios. En verdad, nos decimos creyentes, pero ¿realmente creemos en esa Buena Noticia que tendríamos que dar? Porque si lo ponemos en duda, tengamos en cuenta que estamos poniendo en duda nuestra fe, porque estamos poniendo en duda el Evangelio de Jesús. Es muy serio esto que estoy diciendo y es algo que tendríamos que planteárnoslo de verdad desde lo más hondo de nosotros mismos. ¿Nos llamamos o no cristianos?

Hoy estamos, en medio de este camino pascual, celebrando la fiesta de san Marcos, evangelista. Efectivamente esa fue su misión, el anuncio del Evangelio. No solo porque nos haya trasmitido ese texto que llamamos precisamente el evangelio de san Marcos y por eso lo llamamos evangelista. Fijémonos en el comienzo y en el final de este evangelio de san Marcos. Comienza diciéndonos que nos va a trasmitir una buena noticia. Esas son sus primeras palabras, ‘comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios’. Con ello nos lo está diciendo todo. Luego en esos diez y seis capítulos nos lo irá describiendo. Pero, ¿cómo termina? Con el mandato de Jesús. ‘Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación… y ellos fueron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban’.

¿No es, pues, una buena noticia la que nosotros tenemos que llevar a todo el mundo, ese mundo que hemos descrito anteriormente con sus angustias, sus sufrimientos, sus desesperanzas? La buena noticia de algo bueno tenemos que comunicar, tenemos que trasmitir. Es la urgencia que tenemos que sentir en el corazón. ‘¡Ay de mí si no evangelizara!’ que decía el apóstol san Pablo.


miércoles, 24 de abril de 2024

Escuchemos el grito que resuena en nuestros corazones y seamos, no por lo que vociferemos, sino por nuestro testimonio de amor, grito que despierte a nuestro mundo

 


Escuchemos el grito que resuena en nuestros corazones y seamos, no por lo que vociferemos, sino por nuestro testimonio de amor, grito que despierte a nuestro mundo

Hechos de los apóstoles 12, 24 — 13, 5ª; Salmo 66; Juan 12, 44-50

Hay gritos que no se oyen con los oídos, pero se escuchan allá en lo más hondo del alma. No son voces estridentes, sino escuchar una voz que susurra en el corazón pero que se convierte en un grito dentro del alma. Son gritos que no es escuchan sensorialmente, pero sensitivamente nos producen gran impacto.

Creo que algo de eso habremos experimentado más de una vez y es una forma maravillosa con la que podemos comunicarnos. Al que más grita es al que quizás menos se le escucha, porque incluso la estridencia del grito produce un caos en nuestros oídos que no llegaremos a entender lo que se nos dice. Fue quizás aquella mirada que en un momento determinado recibimos, por ejemplo de nuestra madre, ante lo que estábamos haciendo, no oímos quizás ninguna palabra pero en nuestro interior hubo un grito de advertencia para que nos diéramos cuenta de lo que estábamos haciendo.

Digo la madre, porque quizás fue lo más bonito que palpamos desde nuestra niñez, pero habrán sido muchas ocasiones en la vida en las que nos habrá sucedido algo parecido. El testimonio de alguien en silencio que cumplía con su deber sin grandes aspavientos, el ejemplo de una entrega generosa sin hacer ruido, pero que tanto bien hacía y que dejó huella en nosotros. No necesitamos grandes juicios ni condenas, pero nos sentimos interpelados y quizás se produjeron cambios beneficiosos en la vida.

Hoy el evangelio nos dice que Jesús alzó la voz y gritó, pero lo que luego nos sigue diciendo el evangelio no son palabras que hagan mucho ruido, pero sí son palabras en los que se va desparramando lo que hay en el corazón de Dios dejándonos entrever la grandeza de su corazón, pero también lo que era la ternura de Dios que se estaba manifestando en Jesús.

Nos habla de creer en El y nos habla de la luz que comienza desde esa fe a resplandecer en nuestros corazones. Nos habla Jesús de su misión, misión que ha recibido del Padre, porque El no habla ni dice sino lo que ha recibido del Padre. Nos habla Jesús de la salvación que viene a ofrecernos, porque El no viene ni para juzgar ni para condenar, sino para ser luz, para sembrar semillas de esperanza y de vida nueva, para regalarnos la salvación.

Hoy quizás nosotros magnificamos, y no podemos menos que hacerlo, todo aquello que iba haciendo Jesús, pero esa algo sencillo, pequeño y humilde, porque lo que Jesús iba haciendo era desparramar amor. Es su cercanía y su presencia allí donde había sufrimiento; era el estímulo para emprender el camino, cuando siempre El iba delante haciendo el mismo camino que nosotros; era su oído atento y su mirada, para escuchar súplicas, para descubrir lágrimas, para ofrecer la calidez de su corazón para que encontraran paz los corazones atormentados.

Y lo hacía mientras hacia camino entre aquellas aldeas perdidas de Galilea, o se sentaba en la orilla del lago para hablar a los pescadores o a cuantos se acercaran junto a El, mientras se dejaba coger el corazón cuando se encontraba con las multitudes hambrientas de vida, o se repartía para llegar a todos como repartía el pan en el desierto para que todos comieran. No era nada especial ni extraordinario sino la grandeza de la vida misma llena y rebosante de amor.

Pasaba en silencio haciendo el bien y su presencia se convertía en grito que despertaba los corazones, sigue despertando los corazones si queremos nosotros también escuchar ese grito que quizás nos llega como susurro en el testimonio de amor de muchos que están a nuestro lado y porque no hacen ruido nos pueden pasar desapercibidos.

Escuchemos ese grito que resuena en nuestros corazones, y aprendamos a ser, no por las palabras que vociferemos, sino por el testimonio de amor que demos, ese grito que despierte a nuestro mundo.