Hemos de saber ver y reconocer cuántas veces Jesús se ha levantado en medio de nuestras tormentas – reconozcamos los recorridos de nuestra vida - para traernos la paz
Génesis 19,15-29; Salmo 25; Mateo 8,23-27
Son cosas que escuchamos con frecuencia cuando los pueblos pasan por situaciones difíciles o incluso catastróficas que pronto surge la queja por parte de la población de que las autoridades correspondientes no supieron estar con el pueblo en aquellos momentos difíciles, que no dieron quizás la respuesta adecuada con la celeridad y prontitud que exigía la gravedad de lo sucedido y cosas así; en nuestro país después de meses de la DANA que azotó Valencia aún se siguen escuchando las quejas y la petición de responsabilidades. Nos sentimos solos y como abandonados cuando suceden cosas así y esa es una de las peores angustias, más que incluso lo que se haya perdido. No entramos en el juicio de los sucedido en el hecho comentado, que por otra parte fue hermosa la respuesta solidaria de la gente, sino que lo estamos comentando como testimonio de lo que ahora vamos a comentar del evangelio.
Los discípulos que Jesús había ido reuniendo en torno así, pescadores conocedores de aquellos lagos, estaban atravesando con Jesús Tiberíades cuando se desató una tormenta, algo que era muy habitual en aquel lago por todas las circunstancias geográficas que lo rodean, su depresión al principio del valle del Jordán más baja que el nivel del mar, los altos del Golán que lo rodean en parte, los cambios de temperatura tanto del agua como del ambiente, precisamente por esa situación de depresión.
En aquella ocasión parece que la tempestad iba a mayores; aquellos pescadores habituados a andar en aquellas aguas se veían en el peligro de que la barca se hundiera. Pero lo insólito era que impertérrito ante todo lo que estaba sucediendo, la tempestad que los envolvía y la angustia de los que iban en la barca, Jesús dormía allá por un rincón de la misma. Era la indefinición y la soledad en la que sentían los discípulos, porque no echara una mano, porque con aquel que había manifestado en los signos que realizaba ahora les dejara que se enfrentaran solo ante aquella tempestad.
¿Será la imagen de las luchas y las tempestades en que tenemos que enfrentarnos en la vida? Dificultades no nos faltan, problemas nos aparecen por doquier, en nuestro interior también sentimos los embates cuando queremos ser mejores pero las pasiones nos dominan, la convivencia no siempre es fácil y nos encontraremos quien siempre nos va a la contra, mantener el ritmo de nuestra fe y el testimonio que tenemos que dar de nuestra vida cristiana no siempre es fácil, la semilla de evangelio que queremos sembrar se ve amenazada por muchas cizañas que al mismo tiempo se están sembrando en nuestro mundo.
Y mientras algunas veces parece que nos sentimos solos y abandonados, nos sentimos sin fuerzas, no sabemos como afrontar todas esas tormentas que se nos vienen encima; a nivel de nuestra fe en ocasiones nos sentimos débiles y aunque pedimos y rogamos a Dios pareciera que no nos escucha, o al menos no nos da las cosas como nosotros se las pedimos. Este texto del evangelio de hoy viene a ser un reflejo de nuestras situaciones, pero es también una señal, un signo para nosotros de que ahí está Dios, aunque parezca que está durmiendo, ahí está Jesús que nos ha prometido estar con nosotros siempre, ahí está la fuerza de su Espíritu, nuestra luz y nuestro guía. Sepamos sentir su presencia, su gracia, su vida.
‘¿Por qué dudáis?, hombres de poca fe’, les dice Jesús. Nos dice Jesús. ‘Y levantándose increpó a los vientos y al mar, y vino la calma’. Al final todos daban gracias, al final todo eran reconocimientos del actuar de Jesús. ¿Sabremos ver también nosotros y reconocer cuántas veces Jesús se ha levantado en medio de nuestras tormentas para traernos la paz?
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