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jueves, 3 de julio de 2025

Aprendamos a decir, ‘¡Señor mío y Dios mío!’ para que se desvanezcan todas las desilusiones y dudas, y nos pongamos en su camino, seguir los pasos con Jesús

 


Aprendamos a decir, ‘¡Señor mío y Dios mío!’ para que se desvanezcan todas las desilusiones y dudas, y nos pongamos en su camino, seguir los pasos con Jesús

Efesios 2, 19-22; Salmo 116; Juan 20, 24-29

Hay ocasiones en la vida, que quizás porque estamos pasando por esos baches que tanta veces se nos presentan, lo vemos todo negativo, nos cuesta aceptar lo que otros desde su experiencia nos puedan decir, todo lo queremos más que comprobado, pero no por otros, sino por nosotros mismos; la desilusión nos embarga, lo que nos da ganas es de huir, de escondernos, de no estar con nadie, de echar a rodar todo lo que hasta ahora hemos conseguido, porque sentimos que en algunas cosas somos unas fracasados, o las promesas que nos hicieron, al menos tal como nosotros desde nuestro prisma escuchamos, es que todo iba a ser maravilloso, y ahora hemos visto lo contrario.

He querido describir aquí esa situación de desaliento y desilusión que hayamos podido pasar en alguna ocasión, porque con esa mirada quiero ver lo que estaban pasando los discípulos después de la pasión de Jesús – estaban encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos – y que además vemos prolongarse más en el apóstol Tomas. Se había ausentado de donde estaban reunidos todos los compañeros, sirviendo paños de lágrimas los unos de los otros, cuando habían experimentado la presencia de Jesús resucitado. Es lo que ahora cuentan a Tomás a su vuelta, pero es lo que tomas en su desilusión y desánimo no quiere aceptar. Lo quiere comprobar por sí mismo, con los dedos en las llagas de las manos y la mano en la herida del costado por la lanza. Eso era lo único que tenía cierto y que ahora quería comprobarlo.

Tomás no era de los que se quedan callados y se convencen fácilmente por aquello que le cuentan por mucho entusiasmo que pongan. Pero no es solo en este momento que nos narra el evangelio del día; en páginas anteriores lo encontramos también. Será en la Cena pascual que no termina de entender lo que Jesús está diciendo de volver al Padre y es lo que le suelta a bocajarro a Jesús. ‘Pero si no sabemos a dónde vas…’, le dice. Si supiéramos a donde vas podríamos entender el camino para ir y hasta nos apuntaríamos, parece decirle Tomas.

El quiere las cosas claras y en el momento, aunque algunas veces sea difícil tomar la decisión. Había sucedido antes, cuando se habían retirado más allá del Jordán porque sabían que los judíos maquinaban contra Jesús. Han llegado noticias de la enfermedad de Lázaro y aunque en principio parecía que Jesús no le había dado importancia, permaneciendo allí algunos días más, al final decide ir a Betania. ‘Lázaro está dormido y hay que despertarlo’, les dice aunque no entienden.

Y Jesús toma la decisión de ir aun con el desconcierto y rechazo de la mayoría. Si nos habíamos venido aquí porque te buscaban para matarte, ahora quieres volver. Los prudentes, siempre hay prudentes que previenen los peligros y no quieren meterse en la boca del lobo, y hay reticencia ante la decisión de Jesús. Pero será Tomás el que se adelante. ¿Cómo podemos dejarlo solo en estos momentos? Tenemos que ir, aunque él no vea las cosas claras, pero está decidido a estar con Jesús. ‘Vayamos con El y si es necesario muramos con Él’.

Unas palabras tremendas que comprometen, pero que quizás muchas veces olvidamos pronto. También Pedro dirá en la cena que está dispuesto a morir por Jesús, que lo daría todo por Él, pero qué pronto se aflojó y se durmió cuando Jesús les dijera que oraran como Él lo estaba haciendo allí en Getsemaní, pero un rato más tarde negaría conocer a Jesús, aquel que decía que iría con Él a donde fuera y estaría dispuesto a dar la vida por El. Hasta se había llevado una espada, por si acaso, cuando fueron al huerto.

Tomás también nos dice que vayamos con Jesús y muramos con El, aunque luego vengan las dudas y los retrocesos, porque sería de los que lo abandonaron en el huerto y huyeron ante la avalancha de guardias y soldados. Pero Él quería conocer el camino, aunque le costara encontrarlo y pasara también por dudas y huidas. No estaba en el cenáculo cuando Jesús había venido y seguía con sus dudas. Pero todo se va a venir abajo cuando de verdad se encuentre frente a frente con Jesús. Ya no necesitará meter el dedo en la llaga, ya no serán necesarios más convencimientos. Ahí está su hermosa fe: ‘Señor mío y Dios mío’. ¿Se puede decir más en tan poquitas palabras? Lo está diciendo todo, que ha encontrado el camino, que está dispuesto a todo y un día derramará su sangre, que no necesita palpar con sus manos porque lo está sintiendo en el corazón.

Algunas veces hemos visualizado mucho el contemplar a Cristo resucitado con la corporeidad y nos hemos olvidado donde en verdad lo estamos sintiendo y que solo lo podemos hacer desde la fe.

Aprendamos a decir, ‘¡Señor mío y Dios mío!’ para que se desvanezcan todas las desilusiones y todas las dudas, para que nos pongamos en su camino que es hacer los pasos con Jesús.


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