Comencemos
a vivir un tiempo nuevo de mayor sensibilidad y humanidad que siempre será la
novedad del evangelio
Génesis 27, 1-5. 15-29; Salmo 134;
Mateo 9, 14-17
¡Cómo han
cambiado los tiempos!, decimos muchas veces cuando observamos la evolución que
se va produciendo en la vida en todos los aspectos; cosas que hasta no hace
muchos años utilizábamos en muchas de nuestras tareas ahora han quedado en el
olvido porque se nos ofrecen otros materiales, otros instrumentos con lo que lo
hacemos ahora con toda facilidad; es la evolución de la ciencia y de la técnica
que facilita tantas cosas, es todo este mundo de la informática, de Internet,
de las redes sociales, de los medios de comunicación que a muchos coge a
traspiés y si no sabemos irnos actualizando continuamente pronto nos quedaremos
bien obsoletos con toda la carga de su significado que tiene la palabra. No
digamos de las costumbres, de las leyes que regulan la convivencia y la vida
social y también, por qué no hay que decirlo, de valores que quizás se están
perdiendo. ¿A dónde vamos? ¿En qué nos quedamos?
Sin embargo
a veces surgen resabios de añoranzas en algunos que quisieran volver para
detrás, pero aunque busquemos unos valores estables, que siempre hemos de
buscar, no significa que nos encerremos en cosas que solamente hacemos como una
vieja costumbre, muchas veces como una rutina, y que las hacemos porque sí,
pero sin buscarle o darle un verdadero sentido. Quizás en la propia evolución
de la vida del hombre, de las costumbres y de la mayor profundización en
nosotros mismos, en otras épocas se vivían unas normas o costumbres que
respondían a lo que era la vida del hombre en aquellos momentos; muchas veces
quizás dejándonos arrastrar por viejas tradiciones que podían tener su sentido
entonces, pero que en la medida en que crece la libertad interior de la persona
no necesitamos de aquellos corsés para mantener una rectitud de vida.
No podemos
perder de vista nunca lo que es la dignidad de la persona, de toda persona, que
en nuestra antropología cristiana la describimos desde la dignidad con que Dios
nos creo, como nos dice la Biblia, a su imagen y semejanza; a eso tienen que ir
unidos unos valores, unos principios de vida, unos fundamentos que van a
garantizarnos esa dignidad. Es con lo que Cristo quiero hacer que nos
encontremos. Cuando nos está hablando del Reino de Dios nos está hablando de la
grandeza del hombre, de la persona, desde ese Dios a quien llamamos nuestro
Señor, pero que es nuestro Padre y Creador, encontramos la dignidad del hombre,
su valor y su grandeza. Y de ese camino nada ni nadie nos pueden desviar.
En la
rigidez de un pueblo que se veía acosado por todos los pueblos de alrededor,
con otros valores u otros principios de vida, Moisés marcó unas pautas muy rígidas
para que el pueblo no se desviara de los caminos de Dios. Era toda la ley de
Moisés fundamento del camino de todo el Antiguo Testamento. Pero los profetas
ya fueron señalando lo que tenía que ser fundamental en esa fe del pueblo
creyente y anunciaban unos tiempos nuevos, unos tiempos mesiánicos, en que se
haría presente aquel Salvador que Dios había prometido, desde la caída en el
pecado en el paraíso terrenal. Llegaban esos tiempos nuevos.
Es lo que
significaba la presencia de Jesús, ese tiempo nuevo de una nueva liberación
para crear un hombre nuevo y un mundo nuevo. Aquellos tiempos oscuros del
pasado tenían que quedar atrás, porque quien viviera esa alegría de la nueva
liberación, ya no tendría que vivir con los crespones negros de la tristeza. La
Ley de Dios que a través de Moisés había guiado al pueblo en su camino creyente
ahora alcanzaba la plenitud. Por eso Jesús no dice que venga a abolir la ley,
sino que lo que quiere es darle plenitud. Era una renovación, porque era una
nueva vida lo que Jesús nos ofrecía; Jesús nos enseñaba a vivir en una libertad
nueva, la libertad de los hijos de Dios, porque la verdad nos hace libres. Y
era el encuentro con la verdad, el encuentro con Jesús Camino, Verdad y Vida.
Para eso
Jesús nos está pidiendo unas actitudes nuevas, porque nos está dando un nuevo
sentido a la vida y a lo que hacemos. Todo parte del amor, porque es una
manifestación de lo que es el amor de Dios, pero que ha de ser también nuestro
camino. Y quien ama de verdad vive la mayor y mejor alegría del corazón. Por
eso nos dirá que los amigos del novio no pueden estar tristes en la boda del
novio. Por eso nos hablará Jesús que no nos valen los remiendos, sino el
vestido nuevo del hombre nuevo; por eso nos hablará que el vino nuevo no puede
seguir en los odres viejos, sino que necesitarán unos odres nuevos.
Los tiempos
nuevos que nosotros hemos de vivir no son simplemente los tiempos de las nuevas
tecnologías o de los nuevos medios de comunicación; no pueden consistir en que
ahora tengamos unas nuevas formas de vestir tan distintas a las que usábamos en
otros tiempos; no es cuestión solamente de que la ciencia haya avanzado y se
hagan o se vean las cosas de otra manera.
El tiempo
nuevo que hemos de vivir es el que nos traza el evangelio, que no es volver a
viejas costumbres o a viejos ritos, sino descubrir lo hondo que nos enseña el
evangelio para hacer crecer más y más la dignidad de la persona, y que seamos
capaces de entrar en un mundo de una verdadera comunicación, no porque tengamos
unas nuevas redes sociales para relacionarnos, sino porque vayamos siempre a lo
más hondo de la persona en el respeto y valoración de toda su dignidad, pero
haciendo que en verdad hagamos un mundo de una nueva humanidad.
No podemos
perder esa humanidad y a pesar de todos los medios que tenemos hoy para
relacionarnos y comunicarnos, estamos perdiendo sensibilidad, vivimos demasiado
en la indiferencia, y no hay verdadera relaciones humanas entre unos y otros
porque muchas veces vamos como desconocidos por el mundo de los que están a
nuestro lado.
Comencemos
a vivir un tiempo nuevo de mayor sensibilidad y humanidad. Es lo que siempre
será la novedad del evangelio.
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