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sábado, 28 de junio de 2025

Hoy miramos el Corazón de María, que guardaba tantas cosas y del que tenemos tanto que aprender pero que siempre destilemos la miel dulce del amor

 


Hoy miramos el Corazón de María, que guardaba tantas cosas y del que tenemos tanto que aprender pero que siempre destilemos la miel dulce del amor

Génesis 18,1-15; Lc 1,46-55; Lucas 2, 41-51

Quizás tenemos nuestros planes o proyectos para nuestra vida desde los cuales hemos ido construyendo nuestra vida, nos hemos preparado y formado, los hemos hecho desde lo que nos gustaba, donde veíamos que podríamos desarrollar nuestros valores y cualidades; quizás en un momento determinado algo hizo que las cosas cambiaran, tuviéramos quizás que orientar todo lo que hasta entonces habíamos venido haciendo porque se nos presentaban otras perspectivas, pero aun así a lo largo de la vida siempre surgirán imprevistos, cosas que nos suceden que muchas veces ni entendemos – un accidente, una enfermedad… -  y reorientamos nuestros esfuerzos en algo nuevo y distinto que se nos pide o que tenemos que afrontar, o que viene con las exigencias propias de la vida.

Caminos que desearíamos rectos y sin cambios pero que la vida misma reorienta, nos hace ver algo nuevo o surgen nuevas expectativas. Pero de alguna manera no abandonamos nuestra meta primera que es nuestro desarrollo, por ejemplo, como persona, la forja de nuestra personalidad. Ha habido una capacidad de acogida de lo nuevo en nosotros que al final nos ha enriquecido. ¿Habremos sabido hacer un recorrido así en nuestra vida o acaso nos habremos sentido frustrados por los imprevistos o contratiempos?

Me hago esta reflexión, sobre algo que es nuestra vida o cosas que nos pasan en la vida, porque de alguna manera quiero ver hoy en esta reflexión que nos hacemos sobre María. Una mujer de fe profunda era María y su vida era para Dios, pero Dios se le va manifestando para embarcarla, por decirlo de alguna manera, en su proyecto divino de salvación para la humanidad. Cuando no pensaba en la maternidad Dios le ofrece ser la Madre del Altísimo y se siente desconcertada ante aquellos nuevos caminos que le abren en la vida. Ya nos dice el evangelio que se puso a considerar lo que le había dicho el ángel. Pero allí está la que se siente humilde esclava del Señor para que en ella se cumpla su palabra. ¡Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!, como le dice su prima Isabel.

Lo que sigue en la vida de Maria no son caminos fáciles. Su peregrinaje de servicio a las montañas a la casa de Isabel, su prima, su camino a Belén donde encontrará las puertas cerradas porque no hay sitio en la posada para ellos, el nacimiento de Jesús en la extrema pobreza de un establo en medio del campo, su huida a Egipto y su vuelta a Nazaret. Tenemos que pensar en aquellos recorridos y en su pobreza pero ella está para realizar cuanto el Señor le ha dicho, cuanto el Señor le pida. Caminos nuevos y no fáciles se irán abriendo continuamente ante sus pasos.

Hoy nos narra el evangelio un episodio que también como madre le llenaría de desconcierto. La pérdida de Jesús en su subida a Jerusalén para la Pascua, o más bien en su regreso con la angustia de tres días de búsqueda. ¿Qué era de todas aquellas promesas que le había dicho el ángel? ¿En qué se podía quedar todo? Cuantas veces los sueños de los padres se ven frustrados por acontecimientos que les suceden a los hijos o sus reacciones. ‘¿No sabíais que yo tenía que ocuparme de las cosas de mi Padre?’ fue la respuesta de aquel adolescente ante la imprecación de los padres que llevaban tres días buscándolo sin encontrarlo.

Pero hay unas cosas muy hermosas que nos dice el evangelio. Es cierto que no comprendieron en aquel momento entremezclado de angustia y alegría las palabras de Jesús, pero apostilla muy sabiamente el evangelista que ‘María conservaba todas estas cosas en el corazón’.

Guardar en el corazón. Tenemos que aprender. De lo guardado en el corazón se aprende y puede salir algo positivo; pero tenemos que saber poner un filtro porque no son las frustraciones lo que tenemos que guardar; fácilmente guardamos muchas cosas con resentimiento, con amargura, con demasiados tintes negros. Ahí no podrá brillar el amor que necesita luz, que necesita de otros colores que inviten a la esperanza, que nos hagan mirar al cielo.

Guardemos siempre lo mejor, lo positivo que nos enriquezca, sepamos olvidar lo que nos amarga, porque con corazón que está lleno de amarguras destilará hiel en lugar de miel, y por eso la vida de tantos se hace tan difícil y tan insoportable.

¿Comparamos con aquellos recorridos de nuestra vida de los que antes hablábamos? Tengamos en cuenta siempre lo que nos enriquezca, aunque a veces nos encontremos con curvas en los caminos de la vida, quizás detrás de una de esas curvas nos va aparecer una perspectiva brillante que nos va a enriquecer el espíritu.

Hoy miramos el Corazón de María, que guardaba tantas cosas y del que tenemos tanto que aprender.

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