Hoy
miramos el Corazón de María, que guardaba tantas cosas y del que tenemos tanto
que aprender pero que siempre destilemos la miel dulce del amor
Génesis 18,1-15; Lc 1,46-55; Lucas 2, 41-51
Quizás tenemos nuestros planes o
proyectos para nuestra vida desde los cuales hemos ido construyendo nuestra
vida, nos hemos preparado y formado, los hemos hecho desde lo que nos gustaba,
donde veíamos que podríamos desarrollar nuestros valores y cualidades; quizás
en un momento determinado algo hizo que las cosas cambiaran, tuviéramos quizás
que orientar todo lo que hasta entonces habíamos venido haciendo porque se nos
presentaban otras perspectivas, pero aun así a lo largo de la vida siempre
surgirán imprevistos, cosas que nos suceden que muchas veces ni entendemos – un
accidente, una enfermedad… - y
reorientamos nuestros esfuerzos en algo nuevo y distinto que se nos pide o que
tenemos que afrontar, o que viene con las exigencias propias de la vida.
Caminos que desearíamos rectos y sin
cambios pero que la vida misma reorienta, nos hace ver algo nuevo o surgen
nuevas expectativas. Pero de alguna manera no abandonamos nuestra meta primera
que es nuestro desarrollo, por ejemplo, como persona, la forja de nuestra
personalidad. Ha habido una capacidad de acogida de lo nuevo en nosotros que al
final nos ha enriquecido. ¿Habremos sabido hacer un recorrido así en nuestra
vida o acaso nos habremos sentido frustrados por los imprevistos o
contratiempos?
Me hago esta reflexión, sobre algo que
es nuestra vida o cosas que nos pasan en la vida, porque de alguna manera
quiero ver hoy en esta reflexión que nos hacemos sobre María. Una mujer de fe
profunda era María y su vida era para Dios, pero Dios se le va manifestando
para embarcarla, por decirlo de alguna manera, en su proyecto divino de salvación
para la humanidad. Cuando no pensaba en la maternidad Dios le ofrece ser la
Madre del Altísimo y se siente desconcertada ante aquellos nuevos caminos que
le abren en la vida. Ya nos dice el evangelio que se puso a considerar lo que
le había dicho el ángel. Pero allí está la que se siente humilde esclava del
Señor para que en ella se cumpla su palabra. ¡Dichosa tú que has creído porque
lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!, como le dice su prima Isabel.
Lo que sigue en la vida de Maria no son
caminos fáciles. Su peregrinaje de servicio a las montañas a la casa de Isabel,
su prima, su camino a Belén donde encontrará las puertas cerradas porque no hay
sitio en la posada para ellos, el nacimiento de Jesús en la extrema pobreza de
un establo en medio del campo, su huida a Egipto y su vuelta a Nazaret. Tenemos
que pensar en aquellos recorridos y en su pobreza pero ella está para realizar
cuanto el Señor le ha dicho, cuanto el Señor le pida. Caminos nuevos y no
fáciles se irán abriendo continuamente ante sus pasos.
Hoy nos narra el evangelio un episodio
que también como madre le llenaría de desconcierto. La pérdida de Jesús en su
subida a Jerusalén para la Pascua, o más bien en su regreso con la angustia de
tres días de búsqueda. ¿Qué era de todas aquellas promesas que le había dicho
el ángel? ¿En qué se podía quedar todo? Cuantas veces los sueños de los padres
se ven frustrados por acontecimientos que les suceden a los hijos o sus
reacciones. ‘¿No sabíais que yo tenía que ocuparme de las cosas de mi Padre?’
fue la respuesta de aquel adolescente ante la imprecación de los padres que
llevaban tres días buscándolo sin encontrarlo.
Pero hay unas cosas muy hermosas que
nos dice el evangelio. Es cierto que no comprendieron en aquel momento
entremezclado de angustia y alegría las palabras de Jesús, pero apostilla muy
sabiamente el evangelista que ‘María conservaba todas estas cosas en el corazón’.
Guardar en el corazón. Tenemos que
aprender. De lo guardado en el corazón se aprende y puede salir algo positivo;
pero tenemos que saber poner un filtro porque no son las frustraciones lo que
tenemos que guardar; fácilmente guardamos muchas cosas con resentimiento, con
amargura, con demasiados tintes negros. Ahí no podrá brillar el amor que
necesita luz, que necesita de otros colores que inviten a la esperanza, que nos
hagan mirar al cielo.
Guardemos siempre lo mejor, lo positivo
que nos enriquezca, sepamos olvidar lo que nos amarga, porque con corazón que
está lleno de amarguras destilará hiel en lugar de miel, y por eso la vida de
tantos se hace tan difícil y tan insoportable.
¿Comparamos con aquellos recorridos de
nuestra vida de los que antes hablábamos? Tengamos en cuenta siempre lo que nos
enriquezca, aunque a veces nos encontremos con curvas en los caminos de la
vida, quizás detrás de una de esas curvas nos va aparecer una perspectiva
brillante que nos va a enriquecer el espíritu.
Hoy miramos el Corazón de María, que
guardaba tantas cosas y del que tenemos tanto que aprender.
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