Se
nos manifiesta la mansedumbre del Corazón de Jesús, pero para que aprendamos
llenar también de esa misma ternura y mansedumbre nuestro corazón
Ezequiel 34, 11-16; Salmo 22; Romanos 5, 5b-
11; Lucas 15, 3-7
Se sintió enormemente sorprendido. No
lo esperaba. Aquello parecía salido de lo normal. Reconocía que el recorrido de
su vida no había sido nada ejemplar, es más había cometido muchos errores que
no admitían disculpa, sentía el remordimiento en su corazón por el mal que había hecho, él mismo se había
alejado de los suyos y daba la impresión que vivía como si los hubiera olvidado
para siempre. Y cuando no esperaba ser bien recibido a su vuelta, se había
encontrado poco menos que una fiesta, no solo estaban las puertas abiertas sino
que a su encuentro salían los suyos, aquellos a los que había de alguna manera
olvidado y dañado con su manera de vivir. Era una mano tendida la que se le
estaba ofreciendo para hacerle entrar, era un abrazo que todo lo perdonaba.
Allí estaba comenzando a palpar lo que era el amor verdadero.
Nos pueden recordar estas palabras
alguna parábola del evangelio, pero son cosas que también nos encontramos en la
vida; personas dispuestas a seguir amando, personas dispuestas a perdonar,
personas dispuestas incluso a olvidar para siempre lo que les hayan hecho
sufrir; parecen imposibles, y así lo ven algunos, pero son realidades que también
nos encontramos en la vida. Hay quien sabe lo que es tener un amor auténtico
que está por encima de todas las posibles ofensas y llega más allá. Hay también
quien lo ha experimentado en su corazón y nunca lo olvidará. Repito, no son
sueños o imaginaciones, sino son realidades.
Pero si he querido comenzar mi reflexión
con estas hermosas experiencias humanas es simplemente para recordar que es una
experiencia que está por encima de todo eso que todos podemos experimentar y
vivir. De eso nos está hablando la fiesta litúrgica que hoy celebramos y de eso
nos está hablando la palabra de Dios. Podemos comenzar recordando lo que nos
dice san Pablo para hablarnos del amor que Dios nos tiene; nos ama, no porque
nosotros lo merezcamos, sino que a pesar de que somos pecadores, Dios nos amó.
Cuantas veces nosotros decimos que solo amamos a aquellos que nos aman, que
somos amigos de los que saben ser amigos con nosotros, ‘amigo de mis amigos’
decimos tantas veces. Pero mira lo que es el amor, mira cómo es Dios como nos
diría san Juan ‘es amor’, y el amor no está en que nosotros hayamos
amado sino en que ‘Dios nos amó primero’. La iniciativa siempre parte de
Dios.
Pero es también lo que nos decía el
profeta Ezequiel. ‘Buscaré la oveja perdida, recogeré a la descarriada;
vendaré a las heridas; fortaleceré a la enferma; pero a la que está fuerte y
robusta la guardaré: la apacentaré con justicia’. Será también en lo que
abundará el evangelio. El Pastor no se contenta con las ovejas que tiene en el
redil, va a buscar a la perdida allá donde quiera que esté. Una cosa tan
sencilla pero al mismo tiempo tan hermosa, una cosa que nosotros no siempre
sabemos hacer, porque cuantas veces pasamos de largo ante las ovejas perdidas y
descarriadas. ¿No es de alguna manera lo que muchas veces pensamos cuando vemos
a muchos a nuestro alrededor que han echado a perder sus vidas y para los que
decimos que ya no tienen remedio y nada hacemos por ellos?
No sé si os dais cuenta que cuando
estamos contemplando todo lo que es el amor que Dios nos tiene, ahí están las
palabras de Pablo, ahí están esas imágenes del pastor y de las ovejas
descarriadas que el buen pastor siempre buscará, nos está haciendo pensar en
nuestras actitudes, en nuestra manera de actuar, en nuestra forma de reaccionar
ante el mal que podemos ver en nuestro mundo; cuantas reticencias seguimos
poniendo, cuantas lamentaciones que se quedan, eso si, en muchas palabras
quizás hasta llenas de lágrimas, pero que no se traducen en actitudes nuevas,
en acercamiento por nuestra parte a los otros para decirles que el amor es
posible y nosotros se lo manifestemos con nuestros gestos, cuando nuestra nueva
manera de actuar.
Hoy estamos celebrando la fiesta grande
del Sagrado Corazón de Jesús, que es de alguna manera celebrar la fiesta del
amor que Dios nos tiene, la fiesta del amor que experimentamos en nuestra vida,
pero la fiesta del amor nuevo que nosotros hemos de vivir.
Nos acercamos a Jesús porque nos
manifiesta la mansedumbre de su corazón. Pero Jesús nos está diciendo ‘aprended
de mi’, tenemos que tener también esa mansedumbre y esa humildad, esa
ternura y ese amor que se hace cercanía para todos. Nos gozamos en el amor de
Dios, pero nos tenemos que poner en camino de ese mismo amor.
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