Dejémonos
invitar por Jesús para comer esta Pascua con El, estemos dispuestos a ir con
Jesús a su pasión para llegar a la Pascua
Isaías 50, 4-7; Salmo 21; Filipenses 2,
6-11; Lucas 22, 14 – 23, 56
¿Podríamos decir que estamos
contemplando un mosaico? Aunque de forma ordinaria y popular llamamos mosaicos
a las piezas con que adornamos o alicatamos nuestros pisos y paredes, sabemos
bien que un mosaico esta formado por diferentes piezas de variados colores con
los que realizamos la composición de una imagen con sus luces y con sus sombras
de una forma, diríamos, artística y de gran belleza. Pues bien, así quiero
pesar cuando escuchamos este relato que hoy nos ofrece la liturgia en este
domingo de Ramos en la pasión, pero un mosaico donde podemos entremezclar, vamos
intercalando las piezas de nuestra vida con esos momentos de la pasión que en
este texto del evangelio de san Lucas se nos relata.
Hay como una serie de contraposiciones
en este texto que bien van reflejando lo que es el camino de nuestra vida en
contraste con el evangelio de Jesús. Momentos de tragedia como momentos de
entusiasmo y euforia, momentos grandiosos de luz que contrastan con otros
momentos de sombra como lo es la vida misma, una solemnidad por el momento
trascendental que se vive contrapuesto con esos pasos renqueantes que vamos
dando tanta veces cuando nos dejamos adormilar por la vida o cuando no somos
valientes para afrontar con decisión el momento en que hemos de dar la cara,
testimonio que nos ofrecen los que menos podrían parecer proclives a estar en
el lado de Jesús, mientras los que nos decimos que seriamos capaces de dar la
vida por Jesús nos escondemos o negamos que estamos del lado de Jesús.
Comienza el relato diciéndonos Jesús
cuanto ha deseado llegar a este momento de la Pascua que es como una primera invitación
que nos hace para que nos dispongamos en este comienzo de la semana de pasión a
desear vivir y celebrar también con intensidad esta Pascua, en concreto la de
nuestra vida y en este año. Y es Jesús quien nos deja la forma de vivirla y
celebrarla, en su Cuerpo entregado que se hace Pan de vida para nosotros y en
su Sangre derramada como signo de esa entrega que nosotros hemos de vivir. Es
el estilo del servicio que Jesús nos ofrece como sentido de vida, de la suya y
de la nuestra. ‘Porque ¿quién es más, el que está a la mesa o el que sirve?
¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el
que sirve’. Por eso nos dirá que ‘el mayor entre vosotros se ha de hacer
como el menor, y el que gobierna, como el que sirve’, como tantas veces nos
había enseñado a lo largo del evangelio.
Es fácil en un momento de fervor hacer propósitos
y promesas. Tras lo que iban viviendo en aquella cena pascual y los anuncios y
las palabras de Jesús estamos prontos para los buenos propósitos. ‘Señor,
contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte’, son las
palabras de Pedro, pero pronto será el primero que se duerme en Getsemaní en
los momentos de la oración de Jesús - ¿no le había sucedido algo así también en
el Tabor cuando Jesús los llevó para orar en lo alto de la montaña? – y cuando
llegue el momento de dar la cara negará incluso el conocer a Jesús. ¿No nos
dice nada de nuestros altos y bajos, de los momentos de entusiasmo cuando
parece que todas las cosas marchan bien y de los momentos de decaimiento y
zozobra cuando aparece la oscuridad del sufrimiento?
Podríamos seguir haciendo así una
lectura detallada en confrontación con nuestra vida de cada uno de los momentos
de la pasión de Jesús. Nos daría para abundantes y profundas reflexiones. Vamos
a fijarnos brevemente en algunos de los momentos de Jesús en la cruz y en sus
palabras. Quien cuando había proclamado en las Bienaventuranzas la meta ideal
del que es su discípulo y le sigue señalándonos que los misericordiosos
alcanzarán misericordia y casi como una primera consecuencia el que tenemos que
ser misericordiosos con los demás amando incluso a los enemigos, ahora mientras
lo crucifican pide al Padre perdón y misericordia para quienes lo están
clavando al madero ‘porque no saben lo que hacen’. Es la piedra preciosa
del mosaico que nos manifiesta lo que es el rostro misericordioso de Dios
frente a nuestro corazón endurecido que de tantos abismos de rencores y
resentimientos vamos llenando la vida.
Otra pieza brillante de ese mosaico
aunque nos pueda parecer contradictorio la encontramos en uno de aquellos
malhechores que eran crucificados junto a Jesús. Aquel corazón que podríamos
contemplar endurecido por la maldad que le había llevado a aquella condena ¿qué
pudo contemplar en quien con ellos estaba crucificado incongruentemente como
rey de los judíos para pedir estar con El en su Reino? Los caminos de Dios son
inescrutables hemos escuchado muchas veces y los caminos de la gracia estaban
regando el corazón de aquel malhechor. ¿No había dicho Jesús que el médico no
era para los que se creían sanos sino para los que sentían enfermos? ‘Hoy
mismo estarás conmigo en el paraíso’, porque así de pronta es la
misericordia del Señor. Y nosotros que le damos tantas vueltas al paso de
perdonar y de restablecer el amor y la amistad.
‘Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu’, fueron las últimas
palabras de Jesús. Un día había dicho que su alimento era hacer la voluntad del
Padre. Nos había enseñado para nuestra oración que fuéramos capaces de pedir
que se hiciera siempre la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo.
Aunque había pedido en Getsemaní que pasara de El aquel cáliz había permanecido
en su deseo de que por encima de todo estuviera siempre lo que era la voluntad
de Dios. Quien se pone en las manos de Dios sabe que nunca se podrá sentir
abandonado porque Dios es siempre nuestra fortaleza y nuestro refugio. ¿Qué
podía decir Jesús en este momento supremo de su muerte? Encomendarse a las
manos del Padre.
El claroscuro de nuestra vida está en
nuestras angustias y desesperanzas cuando nos llegan de una manera u otra los
momentos oscuros de la vida donde todo lo vemos turbio, donde nos parece que el
túnel al final se queda sin luz, donde no somos capaces de ver más allá de ese
momento de tormento esa luz que pone paz en el corazón, ser capaces de ver los
resplandores de bien y de bondad que podemos encontrar en los que están a
nuestro lado. En aquella tarde de tormento el centurión supo descubrir el
actuar de Dios porque confesaría ante la muerte de Jesús que era un justo.
Dejémonos invitar, como decíamos antes,
por Jesús para comer esta Pascua con El. Ha de ser una Pascua especial, en ese
mosaico tenemos que saber descubrir el verdadero colorido de la vida que solo
en Jesús podemos encontrar. Estemos dispuestos a ir con Jesús a su pasión para
llegar a la Pascua.
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