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domingo, 13 de abril de 2025

Dejémonos invitar por Jesús para comer esta Pascua con El, estemos dispuestos a ir con Jesús a su pasión para llegar a la Pascua

 


Dejémonos invitar por Jesús para comer esta Pascua con El, estemos dispuestos a ir con Jesús a su pasión para llegar a la Pascua

Isaías 50, 4-7; Salmo 21; Filipenses 2, 6-11; Lucas 22, 14 – 23, 56

¿Podríamos decir que estamos contemplando un mosaico? Aunque de forma ordinaria y popular llamamos mosaicos a las piezas con que adornamos o alicatamos nuestros pisos y paredes, sabemos bien que un mosaico esta formado por diferentes piezas de variados colores con los que realizamos la composición de una imagen con sus luces y con sus sombras de una forma, diríamos, artística y de gran belleza. Pues bien, así quiero pesar cuando escuchamos este relato que hoy nos ofrece la liturgia en este domingo de Ramos en la pasión, pero un mosaico donde podemos entremezclar, vamos intercalando las piezas de nuestra vida con esos momentos de la pasión que en este texto del evangelio de san Lucas se nos relata.

Hay como una serie de contraposiciones en este texto que bien van reflejando lo que es el camino de nuestra vida en contraste con el evangelio de Jesús. Momentos de tragedia como momentos de entusiasmo y euforia, momentos grandiosos de luz que contrastan con otros momentos de sombra como lo es la vida misma, una solemnidad por el momento trascendental que se vive contrapuesto con esos pasos renqueantes que vamos dando tanta veces cuando nos dejamos adormilar por la vida o cuando no somos valientes para afrontar con decisión el momento en que hemos de dar la cara, testimonio que nos ofrecen los que menos podrían parecer proclives a estar en el lado de Jesús, mientras los que nos decimos que seriamos capaces de dar la vida por Jesús nos escondemos o negamos que estamos del lado de Jesús.

Comienza el relato diciéndonos Jesús cuanto ha deseado llegar a este momento de la Pascua que es como una primera invitación que nos hace para que nos dispongamos en este comienzo de la semana de pasión a desear vivir y celebrar también con intensidad esta Pascua, en concreto la de nuestra vida y en este año. Y es Jesús quien nos deja la forma de vivirla y celebrarla, en su Cuerpo entregado que se hace Pan de vida para nosotros y en su Sangre derramada como signo de esa entrega que nosotros hemos de vivir. Es el estilo del servicio que Jesús nos ofrece como sentido de vida, de la suya y de la nuestra. ‘Porque ¿quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve’. Por eso nos dirá que ‘el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve’, como tantas veces nos había enseñado a lo largo del evangelio.

Es fácil en un momento de fervor hacer propósitos y promesas. Tras lo que iban viviendo en aquella cena pascual y los anuncios y las palabras de Jesús estamos prontos para los buenos propósitos. ‘Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte’, son las palabras de Pedro, pero pronto será el primero que se duerme en Getsemaní en los momentos de la oración de Jesús - ¿no le había sucedido algo así también en el Tabor cuando Jesús los llevó para orar en lo alto de la montaña? – y cuando llegue el momento de dar la cara negará incluso el conocer a Jesús. ¿No nos dice nada de nuestros altos y bajos, de los momentos de entusiasmo cuando parece que todas las cosas marchan bien y de los momentos de decaimiento y zozobra cuando aparece la oscuridad del sufrimiento?

Podríamos seguir haciendo así una lectura detallada en confrontación con nuestra vida de cada uno de los momentos de la pasión de Jesús. Nos daría para abundantes y profundas reflexiones. Vamos a fijarnos brevemente en algunos de los momentos de Jesús en la cruz y en sus palabras. Quien cuando había proclamado en las Bienaventuranzas la meta ideal del que es su discípulo y le sigue señalándonos que los misericordiosos alcanzarán misericordia y casi como una primera consecuencia el que tenemos que ser misericordiosos con los demás amando incluso a los enemigos, ahora mientras lo crucifican pide al Padre perdón y misericordia para quienes lo están clavando al madero ‘porque no saben lo que hacen’. Es la piedra preciosa del mosaico que nos manifiesta lo que es el rostro misericordioso de Dios frente a nuestro corazón endurecido que de tantos abismos de rencores y resentimientos vamos llenando la vida.

Otra pieza brillante de ese mosaico aunque nos pueda parecer contradictorio la encontramos en uno de aquellos malhechores que eran crucificados junto a Jesús. Aquel corazón que podríamos contemplar endurecido por la maldad que le había llevado a aquella condena ¿qué pudo contemplar en quien con ellos estaba crucificado incongruentemente como rey de los judíos para pedir estar con El en su Reino? Los caminos de Dios son inescrutables hemos escuchado muchas veces y los caminos de la gracia estaban regando el corazón de aquel malhechor. ¿No había dicho Jesús que el médico no era para los que se creían sanos sino para los que sentían enfermos? ‘Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso’, porque así de pronta es la misericordia del Señor. Y nosotros que le damos tantas vueltas al paso de perdonar y de restablecer el amor y la amistad.

‘Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu’, fueron las últimas palabras de Jesús. Un día había dicho que su alimento era hacer la voluntad del Padre. Nos había enseñado para nuestra oración que fuéramos capaces de pedir que se hiciera siempre la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo. Aunque había pedido en Getsemaní que pasara de El aquel cáliz había permanecido en su deseo de que por encima de todo estuviera siempre lo que era la voluntad de Dios. Quien se pone en las manos de Dios sabe que nunca se podrá sentir abandonado porque Dios es siempre nuestra fortaleza y nuestro refugio. ¿Qué podía decir Jesús en este momento supremo de su muerte? Encomendarse a las manos del Padre.

El claroscuro de nuestra vida está en nuestras angustias y desesperanzas cuando nos llegan de una manera u otra los momentos oscuros de la vida donde todo lo vemos turbio, donde nos parece que el túnel al final se queda sin luz, donde no somos capaces de ver más allá de ese momento de tormento esa luz que pone paz en el corazón, ser capaces de ver los resplandores de bien y de bondad que podemos encontrar en los que están a nuestro lado. En aquella tarde de tormento el centurión supo descubrir el actuar de Dios porque confesaría ante la muerte de Jesús que era un justo.

Dejémonos invitar, como decíamos antes, por Jesús para comer esta Pascua con El. Ha de ser una Pascua especial, en ese mosaico tenemos que saber descubrir el verdadero colorido de la vida que solo en Jesús podemos encontrar. Estemos dispuestos a ir con Jesús a su pasión para llegar a la Pascua.

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