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lunes, 14 de abril de 2025

Detente en tu camino y mira a quienes están al borde y con quienes nadie habla o a quienes nadie escucha, cuánto perfume podemos derramar

 


Detente en tu camino y mira a quienes están al borde y con quienes nadie habla o a quienes nadie escucha, cuánto perfume podemos derramar

Isaías 42, 1-7; Salmo 26;  Juan 12, 1-11

Cuando a nuestro lado alguien hace algo que no cae dentro de nuestros esquemas tenemos la tentación de minimizar aquello que haya hecho o incluso a la persona que lo ha hecho, porque nos puede parecer que son cosas de gente simple, gente que no consideramos a nuestra altura o pensamos que haciéndolo a nuestra manera o si lo hacemos nosotros sí tendría valor o podría ser significativo; es como si solo nosotros sabemos hacer las cosas bien y que tienen su valor. Descartamos lo que pudieran hacer los que no piensan como nosotros y si estuviera en nuestras manos lo destruiríamos; así vamos por la vida destruyendo en lugar de construir, arrimando a un lado lo que es obra de nuestros oponentes en lugar de aprovechar lo bueno que siempre podemos encontrar; siempre vemos torcidas intenciones en lo que hacen los otros cuando quizás seamos nosotros los que tenemos el corazón retorcido.

El hecho que nos narra hoy el evangelio sucedió después de lo del episodio de la resurrección de Lázaro; la familia le ofrece una comida a Jesús y a sus discípulos; ¿una forma de mostrar su gratitud por las maravillas que Dios obró en ellos a través de la acción de Jesús? La hermana de Lázaro que en otras ocasiones que había quedado postrada a los pies de Jesús para no dejar de escucharle, es ahora la que de nuevo se postra a sus pies pero para ungírselos con un caro perfume.

Podríamos pensar en una forma de realizar el gesto de la hospitalidad de ofrecer agua y perfumes a los huéspedes recibidos en casa, como eran tan propio de las gentes de aquel tiempo. Pero aquel perfume era tan intenso, lo que significaría lo costoso que podría haber resultado, que los envolvió a todos en la sala y de ahí surgirían los comentarios como suele suceder.

Pero el comentario que podría hacer más daño fue el de Judas Iscariote. Aquello parecía un derroche de dinero innecesario; cuántas cosas buenas se podían hacer con el precio de aquel perfume, a cuántos pobres se podría alimentar. Pero ya el evangelista hace un apunte a estas palabras del Iscariote ‘Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando’. Es también lo que en principio habíamos comentado, cuando las cosas de los demás no van en consonancia con nosotros qué prontos estamos para desprestigiar, para quitar valor, para restarle importancia a los gestos que entonces para nosotros nos pueden parecer innecesarios.

Pero importantes son las palabras de Jesús. ‘Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis’. Jesus sí valora el gesto de aquella mujer como un día también había valorado el gesto de la mujer pecadora que también le había no solo lavado los pies con sus lágrimas sino que también se los había ungido. Valoraba el valor de aquella mujer que se sentía pecadora pero que ahora envolvía su vida con el manto del amor. Había amado mucho, como ahora también María de Betania.

Algunas veces se interpretan estas palabras de Jesús para gastarnos dineros y esfuerzos en vanas ostentaciones, en la riqueza de unos ornamentos o en los gastos en flores que hagamos por ostentaciones y vanidad en nuestras iglesias en muchas ocasiones. Lo mejor para el Señor, decimos. Y está bien, pero ¿qué es lo mejor y lo más valioso?

¿No nos estará señalando la Palabra de Dios escuchada a los pobres a los que tendríamos que ungir? Es cierto que recordamos aquello otro del evangelio de que vendamos lo que tengamos para repartirlo entre los pobres para tener un tesoro en el cielo, pero algo más que dinero podemos y tenemos que ofrecer que muchas veces nos pueda resultar más costoso. Quizás damos una limosna pero no miramos a los ojos del aquel con quien compartimos. ¿Será esa la forma de hacerlo? Detente más en el camino de la vida y ponte a hablar con el caminante o con aquel que está al borde de ese camino. Si fuéramos más atentos por la vida nos daríamos cuenta de la cantidad de personas que están al borde del camino con quienes nadie se detiene, con quienes nadie habla, por quienes nadie muestra interés. Cuántas soledades podemos encontrar, cuantos desahogos que escuchar, cuántas palabras buenas que podemos decir, cuántos silencios podemos compartir, cuánto perfume tenemos que derramar.

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