A
pesar de nuestras oscuridades, negaciones y traiciones, tenemos que recordar
que somos hijos amados de Dios y que la gloria del Señor está también en
nosotros
Isaías 49, 1-6; Salmo 70; Juan 13,
21-33. 36-38
El camino de la vida no es siempre
fácil; aparecen los cansancios y los desánimos, momentos de dificultad y de
sufrimiento ante los problemas que no nos faltan, ante la situaciones de
enfermedad que van surgiendo, en los encontronazos que vamos teniendo en la
vida porque la convivencia no es fácil, porque no siempre nos entendemos,
porque afloran resentimientos y orgullos mal curados; nos sentimos débiles, nos
sentimos solos en ocasiones, no nos parece que seamos escuchados en nuestras
suplicas, y nuestro corazón se llena de tormento y de desesperanza. Nos
preguntamos muchas cosas, muchos por qué que no entendemos, y tenemos el
peligro de verlo todo sin sentido y la tentación incluso de tirar la toalla.
El cántico del siervo de Yahvé que se
nos ofrece en la primera lectura es ese cántico atormentado por el que nosotros
a veces pasamos en la vida. Sin embargo aquel siervo de Yahvé se siente llamado
desde las entrañas de su madre a una misión que Dios le va a confiar, se sabe
elegido y amado de Dios, aunque ahora no entienda por lo que está pasando y por
eso se hace muchas preguntas.
Como nosotros tantas veces en la vida,
porque lo sabemos, que Dios nos ama y que también nuestro lugar en la vida
tiene un sentido y una misión, aunque muchas veces nos sintamos envueltos en
esas tinieblas de duda y de tentación. Es de donde tenemos que levantarnos sin
perder la fe y la esperanza, porque Dios ha puesto una luz en nuestro corazón
con la que también tenemos que alumbrar a los demás. Es momento de reavivar
nuestra fe, de sacar a flote nuestra esperanza, de continuar firmes nuestros
pasos en el camino para cumplir nuestra misión en la tierra.
¿Pasaría Jesús por esos momentos de
oscuridad antes de comenzar su pasión? Lo que hoy nos relata el evangelio son
partes de lo acaecido aquella noche en la cena pascual. Podíamos decir que hay
un momento de desahogo de Jesús. Lleva tiempo con aquellos discípulos a quienes
ha querido constituir apóstoles porque van a ser sus enviados, a ellos les va a
confiar una misión. ¿Cómo andan los ánimos de los discípulos ahora que barruntan
que algo especial va a suceder, porque no entienden a pesar de lo claro que
Jesús les ha hablado tantas veces?
Nos dice el evangelista que ‘estando
Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio
diciendo: En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar…’
De alguna manera también los discípulos se quedan desconcertados. ‘Se
miraron unos a otro perplejos porque no sabían lo que decía’. Se cruzan las
miradas llenas de perplejidad e interrogantes, como las señas que le hará Pedro
a Juan que estaba más cerca de Jesús, casi recostado sobre su pecho. ‘Señor,
¿quién es?’ Dolor, sentimiento de traición, desilusión, fracaso,
frustración, abandono… ¿será un adelanto de lo que va a ser su oración en
Getsemaní?
Jesús solamente tomará un trozo de pan
untado que se lo da Judas diciéndole ‘lo que tienes que hacer hazlo pronto’.
Judas se marchará a la noche, significativa imagen de la noche de la traición
en la que se había sumergido, pero los discípulos siguen sin entender. Pedro,
como siempre en su fervor por Jesús, porfiará que está dispuesto a dar la vida
por Jesús, que sin embargo le anunciará que antes que el gallo cante – el canto
de la madrugada antes de que amanezca de nuevo la luz del día, cosa bien
significativa – le habrá negado tres veces.
Pero Jesús habla de que ha llegado la
hora de la glorificación. ‘Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios
es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará
en sí mismo: pronto lo glorificará’. Lo que parece que pudieran ser
momentos de sombras y de tinieblas es sin embargo donde va a manifestarse la
gloria de Dios. En el Tabor, en aquel momento sublime en que se manifestaba en
su transfiguración la gloria del Señor, sin embargo Jesús con Moisés y Elías
hablaban de la pasión que Jesús iba a sufrir. Y en aquel momento se escucharía
la voz desde el cielo señalándolo como el Hijo amado y predilecto del Padre a
quien habíamos de escuchar. Y ahora se va a manifestar lo que es ese amor de
Dios, que tanto nos ama que nos entrega a su Hijo para nuestra salvación. Es su
misión, la misión del enviado del Padre, manifestarnos el rostro amoroso de
Dios.
A pesar de nuestras oscuridades, a
pesar de los sinsabores a los que tenemos que enfrentarnos en la vida ¿no
tendríamos que recordar también que somos hijos amados de Dios y que la gloria
del Señor está también en nosotros? ¿No será esa la fuerza que nos hará
levantarnos de nuestros cansancios y nuestros desánimos?
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