‘Yo
quiero creer, yo creo pero ayuda mi falta de fe’, nuestro reconocimiento y
nuestra oración para no resbalar por la pendiente de la rutina, el ritualismo y
la tibieza
Eclesiástico 1,1-10; Salmo 92; Marcos
9,14-29
Algunas veces en la vida estamos
soñando con conseguir algo que nos parece maravilloso, que exigirá nuestro
esfuerzo y nuestro trabajo, que seamos capaces de sacar todas nuestras
habilidades para poderlo conseguir, pero sentimos la tentación del desánimo,
nos parece que es algo que supera nuestras posibilidades, dudamos de nosotros
mismos y nos llenamos de miedo; necesitamos creer más en nosotros mismos y en
que somos capaces, nos hará falta quizás una palabra de ánimo o una mano amiga
que se pose sobre nuestro hombre para recordarnos que somos capaces, que
tenemos que confiar, que podemos seguir adelante, que tenemos que creer más en
nosotros mismos. Si perseveramos seguramente que un día veremos el resultado,
conseguimos aquello que anhelamos. Hubo alguien que creyó en nosotros y
nosotros comenzamos a creer en nosotros mismos. Es importante esa actitud de fe
en la vida, aun cuando nos veamos limitados.
¿Por qué me hago esta reflexión que
podría parecer que no tiene nada que ver con el evangelio que hemos escuchado?
Si nos detenemos un poco a reflexionar nos daremos cuenta de ese punto de unión.
Un hombre había acudido a Jesús con su
hijo enfermo, poseído de un espíritu maligno como es la forma de hablar de
entonces; Jesús había subido a la montaña – se refiere al Tabor – y en su
ausencia acudió a sus discípulos pidiendo ayuda, pero estos no pudieron hacer
nada, a pesar de que un día les había dado autoridad sobre los espíritus
inmundos y para curar enfermos. En estas llega Jesús y le cuentan lo sucedido;
aquel hombre desesperado porque quiere la salud de su hijo implora y suplica.
Quiere creer que Jesús puede hacerlo, pero al mismo tiempo duda. ‘Si algo
puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos’, le dice.
‘¿Si puedo? Todo es posible para el
que tiene fe’, es la sentencia de
Jesús. ¿La fe que mueve montañas? Un día Jesús les había dicho a los discípulos
que con fe podrían decir a una higuera que se arrancara de aquel sitio y se
plantara en el mar, y se realizaría. No es cuestión de mover montañas ni de
transplantar árboles. Pero algo tiene que moverse dentro de nuestro corazón. Es
el despertar de la fe, aunque muchas sean las noches oscuras; es el despertar
de la fe aunque nos parezca que hayamos perdido toda esperanza; es el despertar
de la fe aun cuando las cosas sean difíciles; es el despertar de la fe que nos
da confianza, pero que nos hará sentir el poder de Dios en nosotros.
Pero, es cierto, tantas veces dudamos,
nos preguntamos si merece la pena, si podemos conseguir algo, si es verdad que
el corazón se pueda transformar, si es posible que este mundo tenga arreglo, si
puedo mantener viva la fe a pesar de tantas escandalosas que pueda irme
encontrando en la vida, en el mundo, en los que me rodean, en la misma iglesia.
‘Yo quiero creer, le dice aquel hombre, yo creo pero ayuda mi falta
de fe’. Tiene que ser nuestro reconocimiento y nuestra oración. Para que no
caigamos en vacíos a pesar de todo lo que recemos; para que no hagamos las
cosas por ritualismo o porque está mandado; para que no convirtamos nuestra
vida de relación con Dios en una rutina, como algo que si no hacemos no
podríamos dormir; para que no nos resbalemos por esa pendiente de la tibieza y
terminará haciendo de nuestro corazón una cueva bien helada.
‘Señor, yo creo, pero aumenta mi fe’. Sea así nuestra oración de cada día. Dejémonos
ayudar, sintamos esa palabra buena que nos despierta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario