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jueves, 19 de diciembre de 2024

Sepamos discernir, aunque sean momentos oscuros, la mirada del Señor que se vuelve hacia nosotros para llenarnos de bendiciones en la misión que nos confía

 


Sepamos discernir, aunque sean momentos oscuros, la mirada del Señor que se vuelve hacia nosotros para llenarnos de bendiciones en la misión que nos confía

Jueces 13, 2-7. 24-25ª; Salmo 70; Lucas 1, 5-25

Cuando estamos esperando algo con mucha ilusión y durante mucho tiempo sin que veamos señales de que podamos conseguirlo y finalmente nos anuncian que después de tanta espera nos lo van a conceder, no nos lo creemos. Era tanto que lo deseábamos que ahora nos parece un imposible que se cumpla, que se haga realidad. Las esperas desesperan y el tener que esperar mucho nos hace perder la esperanza.

El deseo de aquel buen matrimonio ya anciano era poder tener un hijo; con ansia lo habían pedido al Señor pero un día sus esperanzas se habían desinflado, Isabel era estéril y no podían tener hijos; ahora además eran muy mayores. Pero otros son los designios de Dios, aunque muchas veces nos cueste entenderlos. Zacarías era sacerdote y aquella semana estaba oficiando en el templo. Le tocaba hoy hacer la ofrenda del incienso entrando al lugar santo, mientras el pueblo estaba fuera a la espera.

Quizás con su pensamiento centrado en lo que era el deseo del todo buen judío, la pronta venida del Mesías, hasta había podido olvidar o dejar en segundo plano lo que eran sus deseos personales. Atento estaba a lo que tenía que realizar en el lugar sagrado recogiendo lo que eran las oraciones del pueblo. Su misión y función en aquel momento era recoger los anhelos de todos para presentarlos al Señor, y allí en esas ofrendas también estarían sus anhelos.

Su oración había sido escuchada. Un ángel del Señor, como un enviado de Dios, se iba a hacer presente en medio del humo que ascendía desde el santuario al cielo aquel día. A la derecha del altar del incienso allí estaba el ángel del Señor. ‘Tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor. Fueron las palabras del ángel invitándole a no perder la paz. ‘No temas, Zacarías’, había comenzado diciéndole.

Será el momento de la emoción ante el misterio de Dios que se le revelaba y fue el momento de la sorpresa. No lo podía creer. Lo había deseado tanto y parecía que el cielo se hacia sordo a sus peticiones, que ya le parecía imposible que su cumplimiento. Pero allí estaba la certeza y a veracidad de la Palabra de Dios que no podía ponerse en duda, aunque muchas seguían siendo las dudas que embargaban su corazón. Son las preguntas balbucientes que salen de sus labios.

Allí estaba el cumplimiento de la promesa del Señor. Aquel niño vendría como signo de contradicción como día otro anciano, pero como señalaba el ángel para cumplimiento de las promesas de Dios a través de los profetas, venía para convertir muchos corazones a Dios; con el espíritu y el poder de Elías se iba a manifestar de manera que luego Jesús vendría a corroborar que la segunda vuelta del profeta Elías se había cumplido en la figura de Juan Bautista, porque ‘venía para preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto’. A Zacarías le había costado entender y creer, de ahí el tiempo que permanecería mucho hasta el nacimiento de su hijo, mientras Isabel daba gracias a Dios que en ella había puesto sus ojos. Un día María también precisamente en la presencia de Isabel reconocería que Dios se había fijado en la pequeñez de su esclava y en ella había hecho cosas maravillosas. ¿No sería de alguna manera era la oración de Isabel en aquellos momentos?

Pasamos en la vida por momentos difíciles y contradictorios, mantener unas esperanzas en el corazón aunque nos cueste porque queremos seguir confiando en el Señor, hay momentos en que todo se nos vuelve turbio y oscuro y podría parecer que ya hemos de perder la ultima esperanza, pero Dios sigue contando y confiando en nosotros. A pesar de nuestras dudas tendríamos que saber reconocer como Dios se fija también en nosotros y para nosotros tiene también una misión

¿Sabríamos discernir esos momentos en que también sobre nosotros se vuelve la mirada del Señor para llenarnos de sus bendiciones ante la tarea que tenemos que nos confía realizar?


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