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domingo, 5 de noviembre de 2023

El mensaje que tenemos que trasmitir siempre ha de ser una buena noticia, evangelio, también para los corazones de los hombres y mujeres de nuestro tiempo

 




El mensaje que tenemos que trasmitir siempre ha de ser una buena noticia, evangelio, también para los corazones de los hombres y mujeres de nuestro tiempo

Malaquías 1, 14b-2, 2b. 8-10; Sal 130; 1 Tesalonicenses 2, 7b-9. 13;  Mateo 23, 1-12

¿Seremos en verdad los cristianos hoy congruentes con el mensaje del evangelio? ¿Dejaremos sentir que en verdad somos una comunidad de hermanos que se quieren y que queremos ser fieles a toda costa del mensaje de amor y de vida que nos ofrece el evangelio? ¿No estaremos donde más la impresión de ser una sociedad estructurada para alcanzar unas metas y que así quiere presentarse fuerte ante el mundo casi más como una estructura de poder que una comunidad de vida? ¿Será en verdad atractiva para los hombres de hoy la imagen que damos como Iglesia?

Perdónenme mis amigos que siguen esta semilla de cada día si pudieran parecer fuertes las palabras que estoy diciendo. Pero es necesario tener valentía para plantearse muchas cosas que en nuestra vida de cada día necesitan un enfoque más acorde con el evangelio. Nos podemos parecer mucho más a una sociedad como tantas que se organizan en el mundo, y algunas veces pudiera parecer que seguimos actuando con aquellos criterios, aquellas maneras de actuar, que Jesús critica en el evangelio con los grupos religiosos y de presión de aquellos tiempos. No queremos escandalizar ni producir perturbaciones en el espíritu de nadie, pero sí tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu de Jesús que plantea inquietudes en los corazones.

Y el mensaje que tenemos que trasmitir siempre ha de ser una buena noticia para los corazones de los hombres y mujeres de nuestro tiempo también. Una buena noticia que siembre esperanza, una buena noticia de un mundo nuevo en que nos amemos más, una buena noticia que nos despierte para salir de una vida amorfa en la que tantas veces nos sumergimos, una buena noticia que sea de verdad alegría en la esperanza para muchos corazones inquietos y que buscan algo nuevo, una buena noticia que sea creíble por el testimonio de vida que ofrecemos para las gentes de nuestro tiempo, que parecen que ya vienen de vuelta de todo y nada se creen.

Por eso es tan importante el testimonio que demos los creyentes, la congruencia con que vivamos una vida cada vez más acorde con los valores que nos enseña el evangelio. Nuestras vidas tienen que ser interrogantes para los que están a nuestro lado no para cargarlos de culpabilidades porque les estemos echando en cara los posibles errores que vivan en sus vidas, sino para abrir sus corazones a ponerse en camino de aquello que les va a producir verdadera paz en sus corazones. El testimonio que ofrezcamos con nuestra vida tiene que ser siempre invitación a algo nuevo y a algo que nos va a dar la verdadera alegría.

Y eso tenemos que reflejarlo en nuestra vida, en la sencillez y en la humildad con que nos presentamos, en el amor que envuelve nuestras vidas para estar siempre disponibles para el servicio, para la ayuda, para poner esperanza y alegría en los corazones, por nuestra ternura y por nuestra cercanía para saber caminar haciendo el mismo camino con los que van renqueantes por la vida pero convirtiéndonos en estímulo para buscar algo nuevo. No siempre damos esa imagen de alegría, de paz, de serenidad, de fortaleza, que se convierta en un estímulo para los que nos rodean. Es la imagen que también tiene que dar la Iglesia.

Necesitamos hombres y mujeres que vivan con intensidad su fe, testigos capaces de transparentar en sus vidas el Evangelio de Jesús y que encuentren palabras y gestos que narren al Dios de Vida a las personas que viven sus experiencias de alegría, dolor y esperanza en el hoy y respondan con amor a sus preguntas y necesidades. Necesitamos ser con nuestras vidas acogida para todos los que necesitan amor, amistad, paz, aliento y esperanza para vivir una vida sana y plena compartiendo y construyendo juntos una comunidad cada vez más humana, fraterna y solidaria. Grande es nuestra tarea.

Es la forma de presentarnos, es la forma de estar al lado de los otros, es el abajarnos de los pedestales y de las vanidades, es el sentirnos hermanos que hacemos el camino juntos aprendiendo los unos de los otros; de muchas cosas tenemos que despojarnos porque también son muchas las tentaciones en ese sentido que podemos padecer; no nos podemos presentar con imágenes de poder ni de grandezas humanas, ni con la imagen de que nosotros somos los únicos maestros. Es necesaria más humildad y más sencillez. Nuestro único Maestro es Jesús con su evangelio, nuestro único Padre es Dios. Jesús es muy claro en el evangelio de hoy. Tenemos que escucharlo con corazón abierto.

Es hermosa nuestra tarea pero que nos exige autenticidad en nuestra vida. No solo tenemos que decirlo, sino que tenemos que vivirlo nosotros primero. Será así cómo seremos verdaderos testigos. Será así como seremos buena noticia para el mundo en el que vivimos.

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