El
mensaje que tenemos que trasmitir siempre ha de ser una buena noticia,
evangelio, también para los corazones de los hombres y mujeres de nuestro
tiempo
Malaquías 1, 14b-2, 2b. 8-10; Sal 130; 1
Tesalonicenses 2, 7b-9. 13; Mateo 23, 1-12
¿Seremos en verdad los cristianos hoy congruentes
con el mensaje del evangelio? ¿Dejaremos sentir que en verdad somos una
comunidad de hermanos que se quieren y que queremos ser fieles a toda costa del
mensaje de amor y de vida que nos ofrece el evangelio? ¿No estaremos donde más
la impresión de ser una sociedad estructurada para alcanzar unas metas y que así
quiere presentarse fuerte ante el mundo casi más como una estructura de poder
que una comunidad de vida? ¿Será en verdad atractiva para los hombres de hoy la
imagen que damos como Iglesia?
Perdónenme mis amigos que siguen esta
semilla de cada día si pudieran parecer fuertes las palabras que estoy
diciendo. Pero es necesario tener valentía para plantearse muchas cosas que en
nuestra vida de cada día necesitan un enfoque más acorde con el evangelio. Nos
podemos parecer mucho más a una sociedad como tantas que se organizan en el
mundo, y algunas veces pudiera parecer que seguimos actuando con aquellos
criterios, aquellas maneras de actuar, que Jesús critica en el evangelio con
los grupos religiosos y de presión de aquellos tiempos. No queremos
escandalizar ni producir perturbaciones en el espíritu de nadie, pero sí
tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu de Jesús que plantea inquietudes
en los corazones.
Y el mensaje que tenemos que trasmitir
siempre ha de ser una buena noticia para los corazones de los hombres y mujeres
de nuestro tiempo también. Una buena noticia que siembre esperanza, una buena
noticia de un mundo nuevo en que nos amemos más, una buena noticia que nos
despierte para salir de una vida amorfa en la que tantas veces nos sumergimos,
una buena noticia que sea de verdad alegría en la esperanza para muchos
corazones inquietos y que buscan algo nuevo, una buena noticia que sea creíble
por el testimonio de vida que ofrecemos para las gentes de nuestro tiempo, que
parecen que ya vienen de vuelta de todo y nada se creen.
Por eso es tan importante el testimonio
que demos los creyentes, la congruencia con que vivamos una vida cada vez más
acorde con los valores que nos enseña el evangelio. Nuestras vidas tienen que
ser interrogantes para los que están a nuestro lado no para cargarlos de
culpabilidades porque les estemos echando en cara los posibles errores que
vivan en sus vidas, sino para abrir sus corazones a ponerse en camino de
aquello que les va a producir verdadera paz en sus corazones. El testimonio que
ofrezcamos con nuestra vida tiene que ser siempre invitación a algo nuevo y a
algo que nos va a dar la verdadera alegría.
Y eso tenemos que reflejarlo en nuestra
vida, en la sencillez y en la humildad con que nos presentamos, en el amor que
envuelve nuestras vidas para estar siempre disponibles para el servicio, para
la ayuda, para poner esperanza y alegría en los corazones, por nuestra ternura
y por nuestra cercanía para saber caminar haciendo el mismo camino con los que
van renqueantes por la vida pero convirtiéndonos en estímulo para buscar algo
nuevo. No siempre damos esa imagen de alegría, de paz, de serenidad, de
fortaleza, que se convierta en un estímulo para los que nos rodean. Es la
imagen que también tiene que dar la Iglesia.
Necesitamos
hombres y mujeres que vivan con intensidad su fe, testigos capaces de
transparentar en sus vidas el Evangelio de Jesús y que encuentren palabras y
gestos que narren al Dios de Vida a las personas que viven sus experiencias de
alegría, dolor y esperanza en el hoy y respondan con amor a sus preguntas y
necesidades. Necesitamos ser con nuestras vidas acogida para todos los que
necesitan amor, amistad, paz, aliento y esperanza para vivir una vida sana y
plena compartiendo y construyendo juntos una comunidad cada vez más humana,
fraterna y solidaria. Grande es nuestra tarea.
Es la forma de presentarnos, es la
forma de estar al lado de los otros, es el abajarnos de los pedestales y de las
vanidades, es el sentirnos hermanos que hacemos el camino juntos aprendiendo
los unos de los otros; de muchas cosas tenemos que despojarnos porque también
son muchas las tentaciones en ese sentido que podemos padecer; no nos podemos
presentar con imágenes de poder ni de grandezas humanas, ni con la imagen de
que nosotros somos los únicos maestros. Es necesaria más humildad y más
sencillez. Nuestro único Maestro es Jesús con su evangelio, nuestro único Padre
es Dios. Jesús es muy claro en el evangelio de hoy. Tenemos que escucharlo con
corazón abierto.
Es hermosa nuestra tarea pero que nos
exige autenticidad en nuestra vida. No solo tenemos que decirlo, sino que
tenemos que vivirlo nosotros primero. Será así cómo seremos verdaderos
testigos. Será así como seremos buena noticia para el mundo en el que vivimos.
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