Una
nueva perspectiva y una nueva dimensión del amor que lo engrandece, nos
adelantamos a amar con generosidad a la manera como Dios nos ama
Romanos 11,29-36; Sal 68; Lucas 14,12-14
Hoy por ti, mañana por mí, solemos
decir muchas veces cuando nos echamos una mano para ayudarnos en algo. Está
bien que tengamos esa disponibilidad y que nos ayudemos los unos a los otros;
lo vemos en muchas situaciones de la vida, en nuestras tareas domésticas, en
nuestros trabajos, entre vecinos o familiares. ¿Será como un pago que nos
hacemos por la ayuda recibida ofreciendo también nuestra ayuda? Hay ese peligro
de tomárnoslo como una compraventa de favores, donde no empleamos el dinero pero
en nuestros intereses está muy presente lo que los otros nos hayan hecho
positiva o negativamente. Casi como anécdota he escuchado a alguien que ha
asistido a un entierro de un vecino, que está adelantando un día de trabajo
para el día de mañana, como queriendo decir que ahora está asistiendo a ese
funeral para que cuando le llegue su hora sean también muchos los que asistan.
Por eso, también habremos escuchado
aquello de que a aquella persona nadie le ayuda, porque él realmente tampoco le
ayuda a nadie; vive como un huraño, metido en sus cosas y se las resuelve por
si mismo, ni pide ayuda, ni es capaz de ofrecer ayuda a alguien, se aísla.
Pero cuando nosotros estamos hablando
del amor cristiano, el amor según el sentido de Cristo, no nos podemos quedar
aquí. Es a lo que está haciendo referencia hoy en el evangelio. Y es que
nuestro amor cristiano es amar con el amor de Cristo, con un amor como el de
Cristo. Y ya sabemos lo generoso que es su amor. Y es también el paso que nos
cuesta dar. Somos generosos hasta cierto punto; en nuestra generosidad tenemos
el peligro y la tentación de poner medidas y contramedidas, pesos y
contrapesos. Y algo que nos estaría fallando en la medida de ese amor.
Es cierto que amamos a Dios porque nos
sentimos amados, y de qué manera, por El; de ahí arranca todo nuestro amor;
queremos, por así decirlo, parecernos a Dios; a imagen suya hemos sido creados.
Y cuando nos sentimos inundados por su amor parece que ya no nos queda otra,
sino amar con un amor como el que El nos tiene. Así de generoso tiene que ser
nuestro amor; así tendrá que ser el amor que le tengamos a los demás, porque
además amamos a los que Dios ama.
Por eso en un ejercicio, por así
decirlo, de un amor verdadero nosotros nos adelantamos como lo hace Dios con
nosotros. Así es como tiene que ser el amor que le tengamos a los demás; no
porque ellos nos amen, no porque ellos sean buenos con nosotros, no como un
pago o una correspondencia al amor que nos tienen, lo que ya en sí sería muy
hermoso. Es que en nuestro amor, a la manera del amor que el Señor nos tiene,
nosotros nos adelantamos a todo el amor que podamos recibir. Es la generosidad
que tiene que resplandecer en nuestro amor.
Y de esto nos habla hoy Jesús en el
evangelio. Como recordamos Jesús estaba asistiendo a una comida a la que le
había invitado uno de los principales de la ciudad. Y allí estaba Jesús rodeado
de todos aquellos amigos del que lo había invitado. Parece lo normal, invitamos
a una comida a nuestros amigos. Y así vamos correspondiéndonos los unos con los
otros. Nos sentimos obligados a invitar a quien nos ha invitado. Y es ahí donde
Jesús nos hace que nos detengamos.
‘Cuando des una comida o una cena,
no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los
vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des
un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado,
porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos’.
Todo un cambio de perspectiva. Una
mirada nueva al sentido del amor. Una dimensión que nos va a engrandecer. Es
mucho más de lo de hoy por ti y mañana por mí, que solemos hacer. ¿No decimos
que amamos sin esperar nada a cambio? ¿Seríamos capaces nosotros de hacerlo?
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