Cuando
trabajamos y realizamos nuestras responsabilidades tenemos que pensar en algo
más que engrosar nuestra bolsa, pensemos en el bien que podemos hacer a los
demás
Romanos 15,14-21; Sal 97; Lucas 16,1-8
Dicen que dinero ajeno no nos duele,
pero que cuando toca nuestros bolsillos, sobre todo si nos vemos en peligro de
tener que poner de nuestra parte, ya procuramos una buena administración,
porque no queremos salir perjudicados. Posturas así traen fácilmente en torno
muchas corruptelas, porque siempre queremos arrimar el ascua a nuestra sardina,
como dice el dicho popular.
Y por otra parte cuanto empeño ponemos
cuando están en juego nuestras ganancias, nuestros intereses económicos, o todo
aquello que nos pueda dar brillo o prestigio. Muy interesados somos en lo
material, porque decimos que sin ello nada podemos ser o hacer en la vida,
olvidando quizás lo que le puede dar verdadera grandeza al hombre. Con astucia
andamos en lo material, pero no tenemos quizás la misma inquietud en lo que nos
eleva como persona. En la historia de la vida tenemos cuantos se matan por
trabajar para tener de todo, y como dicen que no les falte nada a sus hijos,
pero quizás se olvidan de otros valores que seria lo mejor que pudiéramos
transmitir.
¿Qué es lo que yo en verdad busco en la
vida? Podemos vernos envueltos en ese sentido materialista de la vida y nos
dejamos arrastrar por esa pendiente de lo que todos hacen sin plantearnos
seriamente un sentido más elevado de nuestra existencia. No significa que
olvidemos nuestras responsabilidades, que hagamos dejación de esas tareas que
van ocupando muchos espacios de nuestra vida. También ese mundo en el que
vivimos es responsabilidad nuestra, porque Dios lo ha puesto en nuestras manos
y con nuestra tarea y con nuestro trabajo, sea cual fuere, estamos
contribuyendo al desarrollo de nuestro mundo, a ser continuadores de la obra de
la creación que Dios inició y que, repito, ha puesto en nuestras manos.
Hoy Jesús nos ha propuesto en el
evangelio una parábola que a muchos puede en cierto modo desconcertar. Habla de
un mal administrador que al final trata de arreglar las cosas, pero para no
verse él en peligro de quedarse en la calle. Si antes había sido usurero en el
trato con aquellos con los que hacía negocios, ahora dándose cuenta de su error
trata de enmendarlo. Quiere además poner humanidad en el trato con los demás,
cosa que quizás en su usura no había tenido, porque se iba a sentir que la
humanidad iba a ser dura con él.
Algunas veces no terminamos de entender
esos arreglos que hace en los recibos de los deudores de su amo, pero hemos de
entender la manera habitual de actuar de quienes eran administradores. Los
recibos de entrada iban cargados de fuertes intereses, que en nada beneficiaban
al amo, sino que era la parte que ellos pretendían ganar con sus negocios. Lo
que ahora está rebajando por el camino de esos intereses que eran sus
ganancias, a las que de alguna manera renuncia, esperando que un día con él
tengan compasión. Es la astucia que alaba el amo al que tenía que rendir cuentas.
Muchas cosas tendríamos que plantearnos
para nosotros mismos en el sentido en que ha ido nuestra reflexión, pero aquí podríamos
recordar lo que en otros momentos Jesús nos ha dicho, que no guardemos tesoros
donde la polilla los corroe o los ladrones nos podrían arrebatar, sino
guardemos tesoros en el cielo donde tendrán premio sin fin. Como nos dice Jesús
en otro momento despójate de lo que tienes y véndelo para compartirlo con los
pobres.
Aquello que tenemos, aquello que
hacemos o que ganamos, ¿habremos pensado seriamente alguna vez cuanto puede
beneficiar a los necesitamos que nos rodean? Quizás muchas veces solo pensamos
en engrosar nuestra bolsa y aparece nuestro egoísmo e insolidaridad. ¿Le damos
valor a lo que hacemos siendo conscientes que con nuestro trabajo estamos
contribuyendo también al bien de los demás?
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