Quién
eres tú, una pregunta que nos seguimos haciendo, una pregunta a la que desde
nuestros miedos y cobardías no terminamos de dar respuesta comprometida
Números 21, 4-9; Sal 101; Juan 8,
21-30
¿Quién eres
tú?, le preguntamos al intruso que se ha metido en nuestra conversación, al que
de nada conocemos, pero que se ha puesto a opinar de todo en lo que estamos
hablando o discutiendo entre amigos. ¿Quién eres tú?, le preguntamos quizás al
que sí conocemos, pero que ahora se ha puesto a darnos opiniones dispares de lo
que de siempre habíamos conocido de de él. ¿Quién eres tú?, le preguntamos a
quien ahora pontifica sobre todo cuando nosotros sabemos que él nunca destacó
por sus conocimientos o su sabiduría. ¿Quién eres tú? ¿De donde sacas todo eso?
¿Qué nos vienes a decir ahora si nosotros te conocemos?
¿Quién eres
tú? Una pregunta que puede ser interesante que nos hace buscar mucho más hondo
en el conocimiento que tengamos de los demás, de la vida misma, o incluso de
nosotros mismos. ¿Nos conoceremos de verdad? ¿Conoceremos hondamente a aquellos
con los que nos relacionamos?
Pero la
pregunta surge hoy en el evangelio cuando los oyentes de Jesús no terminan de
comprender, no terminan de enterarse de lo que realmente Jesús les está
hablando. Podían conocerle, pues él actuaba libre y públicamente. De todos era
conocido su actuar, la predicación que había realizado en Galilea, los signos y
milagros que hacía, pero aun así andaban confusos. ¿Podía ser el Mesías? en
algunas ocasiones así lo habían querido proclamar, muchos querían reconocerlo
aunque quizá públicamente no se atrevían porque sabían de la inquina de los
fariseos y de los principales dirigentes de Jerusalén que no querían reconocer
las obras de Jesús y que incluso de todo era conocido como estaban tramando
para quitarlo de en medio.
Se preguntan
quién es Jesús porque realmente no lo conocen, o no quieren tampoco reconocerlo
porque en la situación en que estaban no parecía lo políticamente correcto, ya
que había quien quería quitarlo de en medio y precisamente desde los que se
consideraban poderosos en medio de aquella sociedad. Se preguntan también quien
es Jesús porque queriéndolo reconocer como Mesías, era algo como una necesidad
que sentían porque el pueblo necesitaba una liberación, pero no terminaban de
ver en Jesús lo que ellos creían que eran las señales anunciadas por los
profetas.
Costaba
definirse por Jesús. Se hacían preguntas. No olvidemos que de alguna manera
esas preguntas estaban latentes en aquellos que eran los discípulos más
cercanos, porque bien que los encontraba Jesús a cada rato discutiendo sobre
primeros puestos o cuotas de poder en ese reino nuevo que anunciaba Jesús.
Cuando incluso Jesús directamente les pregunta a ellos qué es lo que piensan de
El, si se trata de repetir lo que la gente decían lo tenían muy fácil, pero
cuando la respuesta tenía que ser más personal y comprometida, comenzaban los
tartamudeos, los silencios, los mirarse los unos a los otros y si no hubiera
sido por Pedro siempre dispuesto a ser el primero en responder, aquella tarde
hubiera reinado el silencio entre el grupo de los discípulos porque tampoco
ninguna terminaba por decantarse sobre la opinión sobre Jesús.
En la cena
los veremos seguir haciendo preguntas de su ignorancia aun no terminada de
corregir sobre la personalidad de Jesús, y en vísperas de la ascensión todavía
preguntarán sobre si era ya el momento de la restauración de Israel. Necesitarán
que venga el Espíritu Santo para poder dar un testimonio claro y valiente sobre
Jesús, para atreverse a salir en la calle y proclamar a los cuatro vientos
quien era en verdad Jesús.
¿Seguiremos
aun nosotros en esas dudas? ¿Qué mezcolanzas nos hacemos en nuestro interior
cuando tenemos que definirnos sobre nuestra fe? ¿No andaremos también con
nuestros miedos y cobardías a hablar claramente de nuestra fe? ¿Estaremos en
verdad dando razón de nuestra fe al mundo que nos rodea o aun en nuestra manera
de actuar no se nota lo que tendría que ser el compromiso de nuestra fe? ¿Hasta
donde llega nuestro testimonio?
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