Aprendamos
de una vez por todas a no apedrear a nadie con nuestros juicios y condenas,
sensibilicemos nuestro corazón para hacerlo compasivo y misericordioso
Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Sal 22;
Juan 8, 1-11
¿Quiénes
somos nosotros para saber y para juzgar lo que sucede tras las puertas en el
interior de una casa? La discreción, el respeto a la intimidad de cada hogar y
de cada familia ha de marcar nuestra línea de actuación, y no somos nadie para
averiguar ni para juzgar lo que se vive en cada familia. Esto que es muy
importante y básico en el respeto de nuestras mutuas relaciones lo hemos de
referir a la conciencia de cada uno; nada sabemos de lo que hay en el interior
de la persona, ¿Quiénes somos nosotros para juzgar y condenar?
Esto que nos
vale para ese respeto que hemos de tener a toda persona, también nos tiene que
hacer pensar en las tragedias de sufrimiento que puede haber tras cada mirada;
miradas, es cierto, que algunas veces son gritos a voces, aunque no oigamos los
sonidos, desde esas tragedias del interior de cada persona, pero donde no
podemos entrar sin que nos abran su corazón. A varias cosas nos puede llevar,
pues, esta consideración de lo que hay en el interior de cada persona. Como
también ha de hacernos mirar con sinceridad nuestro interior y lo que nosotros
encerramos, para actuar en consecuencia con misericordia y compasión con los
demás. Dios es quien en verdad puede conocer nuestro corazón, pero también El
nos respeta esa sacrosanta libertad que nos ha concedido.
Hoy nos habla
el evangelio de que estando Jesús en el templo enseñando, después de venir de
Betania donde había ido en la noche a descansar, los fariseos le traen a una
mujer que ha sido sorprendida en adulterio. Es cierto que ahí está su pecado,
para que el que la ley de Moisés era muy dura, pues la mujer adúltera había de
ser apedreada. Pero aquellos dirigentes de Israel que buscaban motivos por
todas partes para desprestigiar e incluso condenar a Jesús por lo que hacía y
decía, la traen ante con la malicia de sus intenciones.
¿Conocía
Jesús el drama que en aquellos momentos estuviera viviendo aquella mujer que así
se ve condenada poco menos que irremediablemente? Pero conocía Jesús también
las aviesas intenciones de aquellos acusadores y la maldad que pudiera haber en
sus corazones. Hay silencios que se hacen dolorosos y producen mucha inquietud.
Jesús se ha quedado en silencio y agachado en el suelo, como quien anda distraído
se ha puesto a dibujar en la tierra. Será el silencio que está traspasando el
corazón de aquella mujer, pero es el silencio que les duele a los acusadores
que parece no verse secundados por Jesús en lo que son sus peticiones.
Insisten y
reclaman, pero Jesús tiene una sola palabra dirigiéndose a todos. ‘El que
esté sin pecado que le arroje la primera piedra’. Querían enfrentar a Jesús
con el cumplimiento o no de la ley de Moisés, pero Jesús les hace enfrentarse
cada uno a su propia conciencia. ¿Quién con sinceridad puede decir que no tiene
pecado? Poco a poco se va despejando el patio, porque uno a uno comienzan a
desaparecer de escena comenzando por los mayores. Si miramos con sinceridad
nuestra conciencia, nuestra propia vida, ¿cómo es que no vamos a ser compasivos
y misericordiosos con los demás si somos tan pecadores como ellos?
Por algo
Jesús nos había enseñado que teníamos que ser compasivos y misericordiosos como
nuestro Padre del cielo. ¿Cómo podremos decir con sinceridad la oración que
Jesús nos enseño si no somos capaces de ser misericordiosos con los demás para
ofrecerles generosamente nuestro perdón? ¿Podremos decir en verdad, ‘perdona
nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’ si
guardamos rencor en el corazón y no perdonamos a los que nos han ofendido?
‘¿Nadie te
ha condenado, mujer? Yo tampoco te condeno, vete y no peques más’. Es el final del episodio
que está encerrando tantas enseñanzas para nuestra vida. Tendríamos que tenerlo
muy en cuenta porque aun seguimos apedreando en la vida, porque seguimos con
nuestros juicios y condenas, porque seguimos endureciendo el corazón.
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