Sepamos
buscar la verdad y el bien actuando siempre en justicia para con el otro y eso
entrañará la generosidad de nuestro corazón
Génesis 1,20–2,4ª; Sal 8; Marcos 7,1-13
Donde varias personas, por ejemplo,
tienen que convivir en un lugar determinado, por las circunstancias que sea, es
normal que para facilitar esa misma convivencia, para ayudar y proteger que las
cosas marchen bien y se pueda desarrollar en todo detalle aquello que nos ha
motivado para esa convivencia, es normal que se establezcan una serie de
condiciones o normas donde se ha de establecer lo que cada uno hace o lo que
cada uno ha de aportar con su servicio a la buena marcha de aquello por lo que
nos habíamos reunido. Protocolos, como se dice ahora para delimitar lo que en
cada momento se ha de hacer y según las circunstancias que se vivan,
reglamentos o normas, son necesarias. Pero lo fundamental no es la rigidez de
una normas, sino lo que con esa convivencia queremos conseguir.
Bueno, esto dicho así, mirando la
cercanía de muchas cosas que nos comprometen en la vida social, diríamos que es
algo así como la base de las reglas por las que se rige una sociedad. Lo
importante es el bien de esas personas que la conforman, lograr esa armonía y
esa felicidad, esa buena convivencia, esa paz que nos ayude incluso a cada uno
desarrollarnos como personas. Pero algunas veces tenemos el peligro de
olvidarnos de las personas y le damos más importancia a la rigidez de unas
normas o unas leyes, que no digo que no se tengan que cumplir, pero que siempre
hemos de salvaguardar la dignidad de cada una de las personas.
Sucede hoy como ha sucedido en todos
los tiempos, quienes no quieren acatar esas normas, pero también los que con
una rigidez obsesiva se olvidan de la razón de ser de esos protocolos y pueden
llegar a menoscabar la dignidad de cada una de las personas. Gentes rigoristas
las hemos encontrado en todos los
tiempos, como seguimos teniéndolo hoy en la sociedad en la que vivimos, cuando
queremos imponer nuestra manera de pensar sin respetar el pensamiento o la
manera de ver las cosas que puedan tener otras personas, y el diálogo se hace
imposible, la convivencia se hace irrespirable, la imposición se convierte en
la forma de trabajar por la sociedad.
Nos quejamos fácilmente mirando la
historia de tiempos que nos parecieron de dictadura, pero hoy quizá estamos
imponiendo la dictadura de nuestras propias ideas y a quien no piense de la
misma forma, tendremos mil palabras con las que calificarlos buscando el
desprestigio y la anulación de quienes no piensen de la misma manera. Miremos
nuestra sociedad de hoy.
Hoy nos encontramos con esos exigentes
en el evangelio que vienen a echarle en cara a Jesús porque sus discípulos
comen con manos impuras, no se lavan las manos antes de comer. Lo que era una
perfecto norma higiénica, muy necesaria en aquellos pueblos que en su origen
habían vivido no solo en el campo y en contacto con los animales, sino además
una vida de trashumancia de un lugar para otro por lugares desérticos, donde
incluso no era fácil la consecución del agua necesaria para la higiene, se
había convertido en un precepto religioso que marcaba incluso con impurezas la
vida de las personas. Es lo que ahora vienen a reclamarle a Jesús, dándose de
puritanos y cumplidores.
En esta ocasión Jesús quiere hacerles
reflexionar sobre cómo han de buscar en la vida lo que verdaderamente es
importante, y cuando tanto están hablando del culto a Dios para el que había
que estar purificados, había que pensar más en el corazón, que en una impureza
externa, una impureza exterior. La maldad que llevaban en el corazón rompía más
esa relación con Dios y también con los demás, que el lavarse o no lavarse las
manos por unas cuestiones, diríamos que de higiene, que también pueden ser
necesarias.
Cuando con nuestros reclamos y
exigencias estamos haciendo la vida imposible a los que están a nuestro lado en
verdad estaremos manchando nuestro corazón, pero también alejándonos de Dios.
Busquemos siempre lo que dignifica a la persona, de ahí se desprende el respeto
al otro, pero también la búsqueda de lo que pueda hacer bien al otro. Caminemos con dignidad pero
considerando también la dignidad de los que están a nuestro lado.
Sepamos buscar la verdad y el bien,
pero actuando siempre en justicia para con el otro y eso entrañará la generosidad
de nuestro corazón. Generosidad para compartir en la necesidad, generosidad
para llenar nuestro corazón siempre de comprensión y de misericordia,
generosidad para ofrecer el perdón, generosidad para saber contar con el otro,
generosidad para descubrir también todo lo bueno que hay en el corazón de los
que están a nuestro lado, aunque no piensen como nosotros, aunque tengan
incluso otra manera de concebir la vida y el mundo. Es un estilo nuevo de vivir
el que nos está proponiendo Jesús.
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