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martes, 7 de febrero de 2023

Sepamos buscar la verdad y el bien actuando siempre en justicia para con el otro y eso entrañará la generosidad de nuestro corazón

 


Sepamos buscar la verdad y el bien actuando siempre en justicia para con el otro y eso entrañará la generosidad de nuestro corazón

Génesis 1,20–2,4ª; Sal 8; Marcos 7,1-13

Donde varias personas, por ejemplo, tienen que convivir en un lugar determinado, por las circunstancias que sea, es normal que para facilitar esa misma convivencia, para ayudar y proteger que las cosas marchen bien y se pueda desarrollar en todo detalle aquello que nos ha motivado para esa convivencia, es normal que se establezcan una serie de condiciones o normas donde se ha de establecer lo que cada uno hace o lo que cada uno ha de aportar con su servicio a la buena marcha de aquello por lo que nos habíamos reunido. Protocolos, como se dice ahora para delimitar lo que en cada momento se ha de hacer y según las circunstancias que se vivan, reglamentos o normas, son necesarias. Pero lo fundamental no es la rigidez de una normas, sino lo que con esa convivencia queremos conseguir.

Bueno, esto dicho así, mirando la cercanía de muchas cosas que nos comprometen en la vida social, diríamos que es algo así como la base de las reglas por las que se rige una sociedad. Lo importante es el bien de esas personas que la conforman, lograr esa armonía y esa felicidad, esa buena convivencia, esa paz que nos ayude incluso a cada uno desarrollarnos como personas. Pero algunas veces tenemos el peligro de olvidarnos de las personas y le damos más importancia a la rigidez de unas normas o unas leyes, que no digo que no se tengan que cumplir, pero que siempre hemos de salvaguardar la dignidad de cada una de las personas.

Sucede hoy como ha sucedido en todos los tiempos, quienes no quieren acatar esas normas, pero también los que con una rigidez obsesiva se olvidan de la razón de ser de esos protocolos y pueden llegar a menoscabar la dignidad de cada una de las personas. Gentes rigoristas las hemos encontrado en todos  los tiempos, como seguimos teniéndolo hoy en la sociedad en la que vivimos, cuando queremos imponer nuestra manera de pensar sin respetar el pensamiento o la manera de ver las cosas que puedan tener otras personas, y el diálogo se hace imposible, la convivencia se hace irrespirable, la imposición se convierte en la forma de trabajar por la sociedad.

Nos quejamos fácilmente mirando la historia de tiempos que nos parecieron de dictadura, pero hoy quizá estamos imponiendo la dictadura de nuestras propias ideas y a quien no piense de la misma forma, tendremos mil palabras con las que calificarlos buscando el desprestigio y la anulación de quienes no piensen de la misma manera. Miremos nuestra sociedad de hoy.

Hoy nos encontramos con esos exigentes en el evangelio que vienen a echarle en cara a Jesús porque sus discípulos comen con manos impuras, no se lavan las manos antes de comer. Lo que era una perfecto norma higiénica, muy necesaria en aquellos pueblos que en su origen habían vivido no solo en el campo y en contacto con los animales, sino además una vida de trashumancia de un lugar para otro por lugares desérticos, donde incluso no era fácil la consecución del agua necesaria para la higiene, se había convertido en un precepto religioso que marcaba incluso con impurezas la vida de las personas. Es lo que ahora vienen a reclamarle a Jesús, dándose de puritanos y cumplidores.

En esta ocasión Jesús quiere hacerles reflexionar sobre cómo han de buscar en la vida lo que verdaderamente es importante, y cuando tanto están hablando del culto a Dios para el que había que estar purificados, había que pensar más en el corazón, que en una impureza externa, una impureza exterior. La maldad que llevaban en el corazón rompía más esa relación con Dios y también con los demás, que el lavarse o no lavarse las manos por unas cuestiones, diríamos que de higiene, que también pueden ser necesarias.

Cuando con nuestros reclamos y exigencias estamos haciendo la vida imposible a los que están a nuestro lado en verdad estaremos manchando nuestro corazón, pero también alejándonos de Dios. Busquemos siempre lo que dignifica a la persona, de ahí se desprende el respeto al otro, pero también la búsqueda de lo que pueda hacer bien al  otro. Caminemos con dignidad pero considerando también la dignidad de los que están a nuestro lado.

Sepamos buscar la verdad y el bien, pero actuando siempre en justicia para con el otro y eso entrañará la generosidad de nuestro corazón. Generosidad para compartir en la necesidad, generosidad para llenar nuestro corazón siempre de comprensión y de misericordia, generosidad para ofrecer el perdón, generosidad para saber contar con el otro, generosidad para descubrir también todo lo bueno que hay en el corazón de los que están a nuestro lado, aunque no piensen como nosotros, aunque tengan incluso otra manera de concebir la vida y el mundo. Es un estilo nuevo de vivir el que nos está proponiendo Jesús.

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