Una
nueva perspectiva que nos ofrece Jesús para que vivamos de forma auténtica
desterrando toda falsedad e hipocresía
Génesis 2,4b-9.15-17; Sal 103; Marcos
7,14-23
Los cambios
de perspectivas nos hacen ver en muchas ocasiones las cosas con ojos nuevos;
podemos estar acostumbrados a ver un paisaje siempre desde el mismo lugar, pero
por las circunstancias que sea un día nos trasladamos al lado contrario, que
quizás no frecuentábamos descubrimos aquella panorámica, aquel paisaje que estábamos
acostumbrados a verlo siempre del mismo sitio, ahora de forma distinta, haciéndonos
observar detalles o lugares en los que nunca nos habíamos fijado. Nos parecen
nuevas las cosas, son para nosotros como un lugar distinto.
En la vida no
nos podemos encerrar en una idea, en una costumbre, en aquello que siempre
decimos es que esto se ha hecho siempre así, sino que hemos de estar abiertos a
lo nuevo que se nos puede ofrecer, por supuesto haciéndonos también nuestro
juicio crítico para no tragarnos todo lo que se nos presente como nuevo como
algo bueno, pero siempre dando paso a esa perspectiva nueva.
Es la mirada
nueva que Jesús quiere que hagamos, es la novedad de su anuncio del Reino de
Dios, es esa buena noticia, pero que además como noticia siempre es nueva, que
nos ofrece cuando comienza su predicación. Las palabras de Jesús, es cierto,
que dejaban descolados a muchos, para quienes la vida y la religión habían
entrado en un camino de rutina y ya no se planteaban lo nuevo que Jesús nos
pudiera ofrecer. Era, es cierto, un pueblo de tradiciones, pero si observamos
la trayectoria de los profetas aparte de mantener con toda su fidelidad al Dios
de la Alianza, siempre sin embargo estaban ofreciendo caminos nuevos para vivir
esa fidelidad a Dios en las circunstancias concretas que en cada momento
vivían.
Han venido a
Jesús con el problema de la impureza o no de comer o no comer sin haberse
lavado antes y Jesús quiere centrarlos en lo que verdaderamente es principal.
El evangelio de hoy es continuación cierta del ayer escuchado. Y Jesús nos
viene a hablar hoy de donde está la verdadera pureza o impureza de lo que
hacemos. No es algo que podemos observarlo desde lo exterior, como si fueran
las cosas las que nos hacen impuros.
Y nos viene a
decir Jesús que la verdadera maldad del hombre, la mayor impureza, arranca del
corazón del hombre. es ahí donde se anidan los malos deseos, es ahí donde
tenemos el caldo de cultivo de nuestros orgullos y de nuestro amor propio, es
ahí donde nace el egoísmo que nos hace insolidario, las envidias que nos llevan
a las malquerencias hacia los demás, los resentimientos y los odios que
terminan destruyéndonos a nosotros mismos.
‘Nada que entre de fuera puede hacer
impuro al hombre, porque no entra en el corazón sino en el vientre y se echa en
la letrina… Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre.
Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las
fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes,
desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen
de dentro y hacen al hombre impuro’.
Ahí tenemos las palabras de Jesús que
no necesitan muchos comentarios. Es la nueva visión que Jesús quiere ofrecernos
de cómo no tenemos que preocuparnos tanto de lavar los platos o las ollas por
fuera, sino que es el interior del corazón del hombre lo que tenemos que
purificar. Es la nueva perspectiva que Jesús quiere ofrecernos para que encontremos
la verdadera autenticidad de la persona.
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