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miércoles, 9 de noviembre de 2022

No solo nuestros templos han de ser verdadero santuario de Dios sino que también nuestras vidas, por nuestra santidad, han de ser signo de la presencia de Dios

 


No solo nuestros templos han de ser verdadero santuario de Dios sino que también nuestras vidas, por nuestra santidad, han de ser signo de la presencia de Dios

Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12; Sal 45; 1Corintios 3, 9c-11. 16-17; Juan 2, 13-22

Puede parecer una anécdota lo que nos cuenta hoy el evangelio sin embargo es un hecho bien significativo. Nos habla de las costumbres que se habían creado alrededor del templo de Jerusalén.

Allí cada día se ofrecían sacrificios a Dios, en los cuales además de las ofrendas de las primicias que todo buen judío estaba obligado a realizar – podríamos decir que era como una contribución necesaria para el mantenimiento del culto – muchos eran los animales que eran sacrificados, como un rito ya preestablecido, como signo de la acción de gracias a Dios reconociendo que todo don nos viene de él, o también de purificación de los pecados.

Era en cierto modo normal que en torno al templo se había creado un mercado donde podían adquirirse aquellos animales que habían de ser sacrificados, pero también donde se ofertaba el necesario cambio monetario porque en los cepillos del templo solo se podían utilizar las monedas oficiales del mismo templo.

Nos podemos sentir como escandalizados que así se desvirtuara el verdadero culto que en el templo debía ofrecerse al Señor y de alguna manera toda esa barahúnda mercantil silenciaba, o al menos hacía difícil el que se pudiera escuchar, la Palabra del Señor que allí había de ser proclamada. Era en aquellos pórticos del templo donde los maestros de la ley enseñaban al pueblo y era el lugar propicio para ese encuentro con la Palabra del Señor. ¿No nos habla el evangelio de que Jesús en su primera subida a la Pascua en Jerusalén, tras su pérdida fue encontrado precisamente en el templo escuchando y discutiendo con los doctores de la le? Algo realmente premonitorio.

Desde el hoy de nuestra vida, como decíamos, nos podemos sentir escandalizados por ese desvirtuar el verdadero sentido del templo, pero ¿qué sucede en torno a nuestros templos y santuarios? ¿Qué es lo que nos encontramos? Cuando no es desde el mismo templo, desde la misma organización de la Iglesia, que ofrecemos la oportunidad de llevarnos ‘un recuerdo’ del santuario, será todo un montaje comercial el que se crea en nuestros pueblos o ciudades en torno a nuestros templos y santuarios de especial devoción. ¿Cuál tendría que ser el auténtico ‘recuerdo’ que nos tendríamos que llevar tras nuestra visita al templo del Señor?


Hemos escuchado en el evangelio. ‘Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre’.

‘No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre’. Causaría gran conmoción este gesto de Jesús. Todo un gesto profético. Algo nuevo tiene que comenzar. Algo que tiene que tener verdadero sentido de vida. Algo nuevo nos está ofreciendo Jesús. Cuando le recriminan con qué autoridad está haciendo aquello pronuncia también unas proféticas palabras, que sin embargo un día van a ser utilizadas en su contra en el juicio ante el Sanedrín. Destruid este templo, y en tres días lo levantaré’. Estaba hablándonos de algo distinto, como nos comentará el evangelista, se refería al templo de su cuerpo.

Jesús verdadero templo de Dios en medio de nosotros los hombres. ¿No decimos que es el Emmanuel, Dios con nosotros? en Jesús podemos ofrecer el mejor culto a Dios, por El, con El y en El todo honor y toda gloria como proclamamos en el momento solemne de la ofrenda de la Eucaristía. Anunciaba su muerte y su resurrección, pero nos anunciaba también algo nuevo, en lo que podíamos convertirnos nosotros si en verdad vivimos unidos a El. Vamos a ser nosotros ese templo de Dios. Así nos lo recordaba san Pablo. ‘¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?’ Con Cristo en nuestro bautismo hemos sido convertidos en sacerdotes, profetas y reyes. Así podremos ofrecer el verdadero culto a Dios. Grandeza y santidad de nuestra vida.

Nos estamos haciendo estas consideraciones cuando estamos celebrando la fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán, que como todos sabemos es la Catedral del Roma, la sede del Obispo de Roma. En un sentido de comunión eclesial celebramos esta fiesta, que por otra parte desde la Palabra de Dios proclamada tan hermoso mensaje nos ha dejado para nuestra vida.

Cuidamos que no solo nuestros templos sean verdadero santuario de Dios y auténtica casa de oración despojándolos de tantas cosas que hemos montado en su entorno, sino que también nuestras vidas, por la santidad que vivimos, sean ese santuario de Dios y signo de la presencia de Dios para los que nos rodean. Es el testimonio que tenemos que dar.

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