No
solo nuestros templos han de ser verdadero santuario de Dios sino que también
nuestras vidas, por nuestra santidad, han de ser signo de la presencia de Dios
Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12; Sal 45;
1Corintios 3, 9c-11. 16-17; Juan 2, 13-22
Puede parecer
una anécdota lo que nos cuenta hoy el evangelio sin embargo es un hecho bien
significativo. Nos habla de las costumbres que se habían creado alrededor del
templo de Jerusalén.
Allí cada día
se ofrecían sacrificios a Dios, en los cuales además de las ofrendas de las
primicias que todo buen judío estaba obligado a realizar – podríamos decir que
era como una contribución necesaria para el mantenimiento del culto – muchos
eran los animales que eran sacrificados, como un rito ya preestablecido, como
signo de la acción de gracias a Dios reconociendo que todo don nos viene de él,
o también de purificación de los pecados.
Era en cierto
modo normal que en torno al templo se había creado un mercado donde podían
adquirirse aquellos animales que habían de ser sacrificados, pero también donde
se ofertaba el necesario cambio monetario porque en los cepillos del templo
solo se podían utilizar las monedas oficiales del mismo templo.
Nos podemos
sentir como escandalizados que así se desvirtuara el verdadero culto que en el
templo debía ofrecerse al Señor y de alguna manera toda esa barahúnda mercantil
silenciaba, o al menos hacía difícil el que se pudiera escuchar, la Palabra del
Señor que allí había de ser proclamada. Era en aquellos pórticos del templo
donde los maestros de la ley enseñaban al pueblo y era el lugar propicio para
ese encuentro con la Palabra del Señor. ¿No nos habla el evangelio de que Jesús
en su primera subida a la Pascua en Jerusalén, tras su pérdida fue encontrado
precisamente en el templo escuchando y discutiendo con los doctores de la le?
Algo realmente premonitorio.
Desde el hoy
de nuestra vida, como decíamos, nos podemos sentir escandalizados por ese
desvirtuar el verdadero sentido del templo, pero ¿qué sucede en torno a
nuestros templos y santuarios? ¿Qué es lo que nos encontramos? Cuando no es
desde el mismo templo, desde la misma organización de la Iglesia, que ofrecemos
la oportunidad de llevarnos ‘un recuerdo’ del santuario, será todo un
montaje comercial el que se crea en nuestros pueblos o ciudades en torno a
nuestros templos y santuarios de especial devoción. ¿Cuál tendría que ser el
auténtico ‘recuerdo’ que nos tendríamos que llevar tras nuestra visita
al templo del Señor?
Hemos escuchado en el evangelio. ‘Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre’.
‘No convirtáis en un mercado la casa
de mi Padre’. Causaría gran conmoción
este gesto de Jesús. Todo un gesto profético. Algo nuevo tiene que comenzar.
Algo que tiene que tener verdadero sentido de vida. Algo nuevo nos está
ofreciendo Jesús. Cuando le recriminan con qué autoridad está haciendo aquello
pronuncia también unas proféticas palabras, que sin embargo un día van a ser
utilizadas en su contra en el juicio ante el Sanedrín. ‘Destruid este templo, y en tres días lo
levantaré’. Estaba hablándonos
de algo distinto, como nos comentará el evangelista, se refería al templo de
su cuerpo.
Jesús
verdadero templo de Dios en medio de nosotros los hombres. ¿No decimos que es
el Emmanuel, Dios con nosotros? en Jesús podemos ofrecer el mejor culto a Dios,
por El, con El y en El todo honor y toda gloria como proclamamos en el
momento solemne de la ofrenda de la Eucaristía. Anunciaba su muerte y su resurrección,
pero nos anunciaba también algo nuevo, en lo que podíamos convertirnos nosotros
si en verdad vivimos unidos a El. Vamos a ser nosotros ese templo de Dios. Así
nos lo recordaba san Pablo. ‘¿No sabéis que sois templo de Dios y que el
Espíritu de Dios habita en vosotros?’ Con Cristo en nuestro bautismo hemos
sido convertidos en sacerdotes, profetas y reyes. Así podremos ofrecer el
verdadero culto a Dios. Grandeza y santidad de nuestra vida.
Nos estamos haciendo estas
consideraciones cuando estamos celebrando la fiesta de la Dedicación de la
Basílica de Letrán, que como todos sabemos es la Catedral del Roma, la sede del
Obispo de Roma. En un sentido de comunión eclesial celebramos esta fiesta, que
por otra parte desde la Palabra de Dios proclamada tan hermoso mensaje nos ha
dejado para nuestra vida.
Cuidamos que no solo nuestros templos
sean verdadero santuario de Dios y auténtica casa de oración despojándolos de
tantas cosas que hemos montado en su entorno, sino que también nuestras vidas,
por la santidad que vivimos, sean ese santuario de Dios y signo de la presencia
de Dios para los que nos rodean. Es el testimonio que tenemos que dar.
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