Que
aquello que expresamos con nuestra palabra lo estemos expresando de verdad con
nuestra vida y la profesión de fe sea algo más que un credo que recitamos
Tito 1,1-9; Sal 23; Lucas 17,1-6
Hay momentos
en la vida en que nos parece que todo se nos vuelve cuesta arriba, la situación
se nos complica y no sabemos ya cómo hacer o como actuar; sentimos la tentación
de tirar la toalla, como suele decirse, abandonar los esfuerzos porque nos
parece imposible. Serán los problemas que se nos van presentando en la vida en
nuestras tareas o responsabilidades, en algo que nos han confiado, la
problemática familiar que algunas veces se nos complica, la convivencia con
aquellas personas que queremos o los amigos que están a nuestro lado, problemas
que vemos en nuestro entorno y que nos afectan y nos hacen daño, muchas
situaciones complicadas, difíciles de resolver, que parece que nos hacen
imposible el caminar.
Algo así les
estaba pasando a los discípulos de Jesús. Venía hablando Jesús de las
exigencias de su seguimiento, y de los planteamientos que teníamos que hacernos
en nuestras relaciones con los demás, ahí estaba el tema del perdón siempre tan
controvertido porque nos cuesta curar nuestros orgullos heridos, o situaciones
escandalosas ante las que había que actuar de forma drástica. ¿Qué hacer?
Algunas cosas parecían poco menos que un imposible, pero ellos querían seguir
con Jesús, les convencía por otra parte todo el ideal de vida que les proponía,
pero había por medio como algunos callos con los que parecía que era difícil
caminar.
Y surge la
petición a Jesús. Es como un grito pidiendo ayuda, es un decir queremos
seguirte pero nos cuesta, parece que nos falta fe. ‘Señor, auméntanos la
fe’, le piden. Hay que tener mucha fe pensaban para poder superar muchas de
aquellas cosas con las que tenían que enfrentarse, hay que tener mucha fe
porque el camino parece que se hace exigente. ‘Auméntanos la fe’.
Como pedimos
nosotros también, porque nos parece que no creemos lo suficiente para aceptar
todo el evangelio de Jesús; como pedimos porque el camino se nos hace duro,
porque parece que hay muchas cosas en contra o que el mal lleva por adelantada
su victoria. Pedimos fe cuando vemos cosas también en nuestro entorno que no
nos gusta o que nos hacen daño; pedimos fe cuando tan difícil se nos hace la
convivencia como para sentirnos de verdad hermanos, porque se nos hace tan
difícil mirar a los demás con una mirada limpia. Pedimos fe cuando nos cuesta
perdonar y el fuego del resquemor, de la intolerancia, de los resentimientos,
de los deseos de venganza quizá que sentimos dentro de nosotros, parece que
nada ni nadie lo puede apagar. Pedimos
fe, tendríamos que pedir mucha fe, pero no solo con los labios.
Y nos habla
Jesús de la fe como un granito de mostaza, capaz de mover montañas o de
arrancar una morera para que se plante en el mar. Es que quizás la fe la hemos
convertido en una rutina, en un adorno externo, en una medalla que llevamos al
cuello igual que podríamos llevar otra cosa, porque lo que necesitamos es que
le demos autenticidad a nuestras palabras de fe. Que aquello que expresamos con
nuestra palabra lo estemos expresando de verdad con nuestra vida. No nos vale
simplemente que el domingo cuando llegue ese momento en la celebración
recitemos el credo, pero sin ser conscientes de las palabras que vamos
pronunciando en ese momento.
Es la
autenticidad de una profesión de fe recitando el credo como tiene que ser la autenticidad
de nuestras oraciones. No son cosas que simplemente recitamos de memoria o
vamos quizás repitiendo mentalmente mientras el sacerdote en la misa va pronunciándolas.
Son cosas que más que decir tenemos que sentir; más que unas palabras que
recitamos tiene que ser algo que vamos sintiendo de verdad en el corazón.
Decimos quizás ‘te rogamos, óyenos’, porque ahora toca decir eso, pero
nuestra mente está en otra cosa muy lejos incluso del lugar en el que estamos.
Nos hace falta más autenticidad en la vida, en nuestras oraciones, en la
proclamación de nuestra fe.
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