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martes, 8 de noviembre de 2022

¿Nos habremos parado en alguna ocasión a dar gracias a Dios por esa inteligencia y esas capacidades que ha puesto en nosotros cuando nos ha creado a su imagen y semejanza?

 


¿Nos habremos parado en alguna ocasión a dar gracias a Dios por esa inteligencia y esas capacidades que ha puesto en nosotros cuando nos ha creado a su imagen y semejanza?

Tito 2, 1-8. 11-14; Sal 36; Lucas 17, 7-10

Vivimos en una sociedad en la que está muy vivo lo de la exigencia de nuestros derechos y todo se nos convierte en reclamaciones y exigencias, olvidando a veces lo que son nuestras obligaciones y cual es el rendimiento que hemos de tener en el desempeño de trabajos y responsabilidades. Raro es el día en que no oímos hablar de manifestaciones y huelgas de los diferentes sectores de la sociedad reclamando unos reconocimientos y unos derechos desde unos compromisos y unos contratos sociales. No digo que tengamos que reclamar lo que es justo y siempre tendremos que ponernos del lado más débil en cualquier situación, porque no es desde un poder que nos oprime desde donde podemos construir una sociedad verdaderamente justa.

Hoy se nos propone una parábola en el evangelio que es una primera lectura quizás nos puede resultar un tanto costoso el entender. Los hechos que se narran, que aquí se nos proponen en la parábola, hemos de entenderlo desde un estilo de sociedad en la época donde, aunque lo consideremos injusto, no se valoraba el trabajo del servidor o del esclavo, sino que por obligación, dada su condición tenía que realizarlo.

Pero cuando queremos entender la parábola no nos podemos quedar tanto en esa parte como más anecdótica, sino ir directamente al final porque lo que Jesús nos quiere plantear es cómo hemos de reconocer cuando recibimos de Dios y la respuesta que damos ha de ser siempre una respuesta agradecida. Es el valor y el significado que entonces hemos de darle a lo que son nuestros trabajos, nuestras tareas, la obra que realizamos en la vida que es como una respuesta a cuanto Dios ha puesto en nuestras manos.

¿Vamos a andar con reclamaciones a Dios porque hacemos el bien, porque vivimos nuestras responsabilidades, porque con nuestro trabajo nos convertimos en continuadores de la obra creadora de Dios que ha puesto en nuestras manos? Agradecidos tendríamos que estar porque así Dios ha querido confiar en nosotros; agradecidos hemos de estar por los dones que de Dios recibimos, por esa inteligencia que ha puesto en nuestra vida, por esa capacidad de actuar y de decidir lo bueno que hemos de realizar.

¿Nos habremos parado en alguna ocasión a dar gracias a Dios por esa inteligencia y esas capacidades que ha puesto en nosotros cuando nos ha creado a su imagen y semejanza? Todos tenemos unos valores, unas cualidades, unas capacidades en la vida, unos más, otros no diríamos menos sino distintas, creo que alguna vez tendríamos que hacer como un reconocimiento; pensar, sí, en esas cosas positivas que hay en nuestra vida, no para llenarnos de orgullo y por ello considerarnos mejores que los demás, para humildemente reconocerlo como dones de Dios.

Esos dones que Dios ha repartido entre nosotros, ni todos somos artistas ni todos somos agricultores o artesanos, ni todos tenemos cualidades para ser dirigentes de la sociedad ni todos somos maestros o profesores, cada uno tenemos nuestros valores, nuestras capacidades, manifiestan lo que es la riqueza de la humanidad, no nos hace mejores ni más dignos unos que otros, porque cada uno desde su capacidad, desde sus posibilidades, va a contribuir al conjunto, a contribuir al bien de todos, a la construcción de esa sociedad y ese mundo mejor.

¿No tendríamos que decir aquello de la parábola, ‘somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer’? Y decimos somos siervos inútiles, para abajar el orgullo que pudiera meterse en nuestro corazón, pero para reconocer que lo que valemos o lo que son nuestras capacidades son siempre un don de Dios.

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