Andemos vigilantes para encontrar lo que da verdadera hondura
a la vida hundiendo nuestras raíces en lo que de verdad vale
1Juan 4-9; Sal 118; Lucas 17, 26-37
¿Qué nos
sucede con el devenir de la vida? Podríamos decir que vivimos absorbidos por el
vértigo de la vida; ahí están nuestras preocupaciones de cada, sus tareas, sus
responsabilidades, lo que es la vida misma, trabajo, preocupaciones familiares,
la economía que nos quita el sueño porque por mucho que trabajemos parece que
no nos llega a nada lo que ganamos, pero solo en cuanto a nuestras
responsabilidades como más especiales, sino que es la vida misma con sus
momentos de relax y de descanso, como pueda ser todo lo referente a la
alimentación, el encuentro con los demás, la fiesta o los momentos duros de la
enfermedad e incluso la muerte de seres querido.
Todo parece
una carrera que no nos da ni tiempo para pensar en algo más, todo nos va
absorbiendo en esa materialidad de las cosas que hacemos, que nos cuesta
encontrar el momento para elevar nuestro espíritu y encontrar algo que nos
trascienda, y lo que tenga un tinte más espiritual o lo dejamos en un segundo
plano o lo olvidamos y vivimos como si nada de eso existiera. Nos decimos
cristianos y creyentes, pero lo dejamos tan en segundo plano que ni nos
planteamos un sentido para todo lo que hacemos, ni llegamos a pensar en algo
más allá o más arriba que nos eleve y nos trascienda, creyentes pero sin darle
un sentido desde lo creyente, desde nuestra fe a lo que hacemos o a lo que
vivimos.
Necesitamos romper
ese ritmo tan vertiginoso, necesitamos romper esa carrera tan espiral que
parece que nunca acaba sino que cada día se nos agranda más, para pensar
sencillamente que todo esto un día se detiene y nos vamos a encontrar con algo
en lo que nos habíamos olvidado de pensar.
‘Como
sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre:
comían, bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el
día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos.
Asimismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían,
sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y
azufre del cielo y acabó con todos. Así sucederá el día que se revele el Hijo
del hombre’.
Quiere hacernos
pensar Jesús. Qué despreocupados andamos con nuestras ocupaciones, qué distraídos
con la rutina de cada día, con qué facilidad olvidamos la dimensión espiritual
de la vida. Como decíamos, creyentes pero sin darle un sentido creyente a la
vida, a lo que hacemos. Terminamos por caminar como en un sin sentido,
terminamos con un vacío interior porque al final nada nos satisface, porque
todo o se convierte en una rutina, o en esa loca carrera por tener más, por
llegar a más cosas, por olvidarnos de todo enfrascados en nuestras ocupaciones
pero no nos hemos sentido crecer por dentro, le ha faltado lo que le da calor y
color a la vida que vivimos.
Es una tentación
fácil en la que todos podemos caer, una pendiente muy resbaladiza. Tenemos que
pensar más en el sentido de nuestros actos, encontrar la verdadera
responsabilidad de nuestra vida, que no solo es hacer cosas, sino ser capaz de
vivir con intensidad y hondura todo aquello que hacemos. y es hondura la vamos
a encontrar en ese sentido espiritual que tiene nuestra vida, nos parece que
nos eleva y es así, pero también dará verdadera hondura a lo que hacemos,
haremos hundir las raíces de la vida en lo que de verdad vale.
Hoy nos
está hablando Jesús de que hemos de andar vigilantes para que no perdamos ese
sentido de la vida. Llegará en un momento que menos pensemos el final de
nuestra vida, ¿y qué es lo que tenemos en nuestras manos? ¿Qué riqueza habrá en
nuestro corazón? ¿Cómo nos vamos a presentar ante Dios?
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