En
nombre de la religión no sigamos haciendo distinciones, poniendo barreras,
sino siempre tendiendo puentes,
resaltando la fe de los otros aún con distinto credo
1Corintios 11,17-26.33; Sal 39; Lucas 7,1-10
La sociedad
en la que vivimos es muy compleja y ya no es raro encontrarnos entre nuestros
vecinos personas que han venido desde los más variopintos lugares; hoy nos
movemos con mayor facilidad de un lugar a otro y ya sea por turismo, ya sea en
búsqueda de mejores futuros de vida nos encontramos con extranjeros a nuestra
puerta; claro que muchas veces son muy distintas las reacciones que nosotros
podamos tener a esa situación y reconozcamos que no siempre nos mueven las
mejores intenciones o los peores prejuicios.
Según de
donde provengan los aceptamos o no, mantenemos nuestras reservas o los acogemos
con calor; por medio se entremezclan desconfianzas, prejuicios, reservas y nos
fijamos quizás poco en la persona que tenemos delante o con la que nos
encontramos. Creo que sería algo que tendría que hacernos pensar; ¿qué es lo
que valoramos en la persona que tenemos delante? ¿En qué medida estaríamos
dispuestos a compartir algo de nuestra vida con esa persona?
En el pueblo
de Israel, marco del evangelio de Jesús, sabemos también que había diversas
reacciones hacia los que no eran judíos o eran extranjeros. Desde la
consideración de considerarse ellos pueblo elegido, les llevaba en ocasiones a
despreciar a todo aquel que no fuera judío; ya sabemos incluso los
calificativos que utilizaban para referirse a los no judíos, a los gentiles,
los llamaban o consideraban como perros, recordemos algún pasaje evangélico
como el de la cananea; había la reserva para entrar en sus casas en
determinados momentos porque hasta incluso se podía considerar una impureza;
recordamos que no entraron en el pretorio, que era la casa de un gentil, los
que acusaban a Jesús porque estaban en vísperas de celebrar la pascua, y eso
los haría impuros para poder celebrarla; el hecho de estar sometidos a una dominación
extranjera aumentaba el rechazo y la indisposición contra los gentiles.
Sin embargo
hoy en medio del evangelio aparece un centurión romano, no era judío, eran un
gentil; sin embargo parece que era bien considerado por los ancianos del lugar
que están dispuestos a interceder por él, porque era un hombre bueno y generoso
que les había ayudado en la reconstrucción de la sinagoga. Aquel hombre tiene
un problema, su criado más apreciado está enfermo y no sabe a quien acudir; oye
hablar de Jesús y no se atreve, se vale de la mediación de los ancianos del
pueblo; cuando se entera que Jesús está dispuesto incluso a llegar a su casa,
se adelante para decir a Jesús, para reconocer que no se siente digno de que
Jesús entre en su casa, pero tiene confianza en su palabra, tiene fe en lo que
Jesús puede hacer por su criado.
Es el momento
hermoso en que Jesús valora la fe y la humildad de aquel hombre, para proclamar
incluso que en todo Israel no ha encontrado en nadie tanta fe. Y accede a lo
que le piden, y el criado quedará sano, como todos comprobarán.
Es el mensaje
que hoy recogemos. ¿Aprenderemos a valorar a los demás, sean quienes sean? ¿En
que vamos a fijarnos cuando nos encontramos con las personas que nos pueden
parecer diferentes? Cuántas categorías nos hacemos en nuestras distinciones y en
nuestras diferenciaciones. Qué distinta sería la vida si fuéramos siempre con
mirada limpia, si aceptáramos a la persona por lo que en si misma es como
persona; qué bueno sería que ya en nombre de la religión o de la raza no
siguiéramos haciendo distinciones, no siguiéramos poniendo barreras, sino que
siempre fuésemos tendiendo puentes, acercándonos unos a otros, valorándonos en
lo que somos, respetándonos en nuestra fe, resaltando la fe que tienen los
demás aunque no tengamos el mismo credo.
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