La
cruz, un abrazo de dolor que envuelto en el amor que todo lo ennoblece y lo
eleva, se convierte en signo sublime de la vida y del amor
Números 21, 4b-9; Sal 77; Juan 3, 13-17
La cruz está
siempre presente en la vida de los hombres de la misma manera que está presente
el amor. No es solo que la encontremos como signo en nuestros caminos de algún
acontecimiento que para nuestros antepasados tuvo un significado especial y por
eso nos dejaron esa señal, sino que además nos acompaña de mil maneras en lo
que es nuestra vida de cada día, por mucho que queramos eliminarla de nuestra
existencia, igual que muchos quieren eliminar ese significado religioso
quitándola de los lugares públicos donde darían una resonancia especial que
quizás para muchos resulta incómoda. ¿Esos intentos podrían significar como
queremos ir deshumanizando nuestra vida, porque quitaríamos la señal más
hermosa del amor?
Por algo
nuestros antepasados iban dejando esos signos sagrados de la cruz donde de
alguna manera se hizo presente el sufrimiento, pero porque querían poner un
signo de vida frente a la muerte que envolviera nuestro mundo. Era habitual que
donde hubiera habido un accidente con la muerte de alguien, allí quedaría
plantada una cruz. Pero no quería ser señal de muerte sino un grito de vida,
que nos previniera frente a la muerte que nos acechara en cualquier lugar, pero
que al mismo tiempo nos hiciera amar la vida.
Cuando
hablamos de la presencia de la cruz en la vida de los hombres queremos ir más
allá de signos externos, porque miramos cuánto de cruz pudiera haber en
nosotros y en nuestros sufrimientos; pero el creyente sabe elevarte por encima
de esas sombras oscuras de la vida queriendo dar un sentido y un valor a cuanto
nos toca vivir.
El creyente
sabe poner amor en el dolor, sabe hacer ofrenda de amor desde ese cáliz de
sufrimiento que nos puede acompañar porque mirando la cruz de Cruz contemplamos
su amor, mirando la Cruz de Jesús aprendemos de esa ofrenda de vida que por
amor el nos hace cuando por nosotros da la vida.
En este día
los cristianos celebramos la exaltación de la Santa Cruz. Nos volvemos a la
cruz pero no nos quedamos en ese madero seco y sangriento, lugar de suplicio y
motivo de sufrimiento, no nos quedamos en contemplar una cruz vacía y que
entonces carecería de auténtico significado, sino que contemplamos a quien en
ella está colgado, en ella está crucificado. Comprenderemos entonces el
verdadero sentido y significado de la cruz, porque nos daríamos cuenta de la
presencia del amor.
Quien está
allí crucificado no es un maldito que ha sido condenado, sino quien libre y
voluntariamente subió a Jerusalén aunque sabía que había de encontrarse con la
cruz y libremente y por amor a ella se abrazaría. Es cierto que fue un abrazo
de dolor, pero por encima de todo estaba el amor que todo lo cambio, que todo
lo ennoblece y lo eleva, convirtiéndose así la cruz en el signo sublime de la
vida y del amor.
Desde
entonces no rehuimos que esté presente en nuestra vida la cruz, porque
realmente amamos y deseamos que esté siempre presente el amor. No buscamos el
dolor y el sufrimiento, pero sí sabremos darle un sabor nuevo al sufrimiento y
el dolor que vayamos encontrando en la vida porque siempre lo endulzaremos con
el amor. Dejemos que las cruces nos acompañen en nuestros caminos, que sean
signos que se elevan hasta el cielo de los campanarios de nuestras Iglesias
porque siempre nos estarán recordando el camino del amor que nosotros hemos de
realizar.
En ese mundo
que cada vez más hacemos endurecido y muchas veces le vamos restando humanidad,
dejemos que esa presencia de la cruz nos ayude a humanizar nuestras relaciones,
a llenar de humanidad los pasos que vamos dando por los caminos de la vida, a
dejarnos envolver por el amor. Claro que todo lo podremos descubrir y vivir
desde la fe, eso que a algunos les incomoda como le incomodan los signos
religiosos que nos acompañan en la vida. Es el mensaje vivo de evangelio que
tenemos que saber trasmitir al mundo que nos rodea.
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