Despertémonos
para saber ponernos al lado del cortejo de los que sufren y nos permita una
nueva sensibilidad de amor
1Corintios 12,12-14.27-31ª; Sal 99; Lucas
7,11-17
‘¡Ea,
despierta!’, alguna vez alguien nos ha dado una sacudida para sacarnos del
sopor en que estábamos, o de ese ensimismamiento en que algunas veces nos vemos
sin enterarnos quizá de lo que pasa a nuestro alrededor. Nos vienen bien esas
sacudidas; andamos como distraídos, no terminamos de enterarnos de lo que
sucede, podemos ir como sonámbulos por la vida. Lo agradecemos, aunque en el
momento de despertar nos sintamos quizás un poco incómodos porque alguien nos
haya encontrado en esa situación. Son situaciones que nos pasan muchas veces.
No era así
exactamente como sucedió, pero lo sucedido nos puede valer para que repensemos
muchas cosas. Jesús se acercaba a Naim y se encuentra con algo que es muy
normal en nuestros pueblos o en cualquier lugar, un entierro. Son cosas
normales de la vida, pero este entierro tenía unas connotaciones especiales;
era un muchacho joven, su madre viuda era muy pobre y ahora se quedaba sola en
la vida sin el único apoyo y sustento que era su hijo; malos presagios para
aquella mujer, su dolor tenía que ser muy grande. Mucha gente además la
acompañaba, suele suceder en la muerte de alguien joven pero quizás las
circunstancias de la pobreza de aquella mujer aumentaban la presencia solidaria
de sus convecinos.
La escena que
contempla Jesús y quienes le acompañaban tenía que ser muy emotiva y conmovería
sus entrañas, tan llena de misericordia y compasión. Nadie pide nada, solo las
lágrimas que se desparramaban por el rostro de aquella mujer, acompañadas
quizás también por las lágrimas no solo de las plañideras sino de cuantos
acompañaban el cortejo, conmueven a Jesús, que se acerca y detiene el cortejo.
No podía dejar pasar por delante tanto dolor sin hacer nada. Cuantas veces
desfilan delante de nosotros cortejos de sufrimientos. ¿Qué hacemos?
‘Muchacho,
a ti te lo digo, levántate’, fueron las palabras Jesús cuando se acercó hasta
las parihuelas en que llevaban el cuerpo difunto de aquel muchacho; ‘los que
lo llevaban se pararon’, nos dice el evangelista. ‘El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se
lo entregó a su madre’. Fue devuelto a la vida, fue devuelto a su madre, no
podía seguir en aquel sueño de muerte. Se manifestó la gloria del Señor. La
gente admiraba se hacia preguntas ante lo que había hecho Jesús.
Dejemos que Jesús llegue a nuestra
vida. El siempre toma la iniciativa y viene a nosotros, aunque en ocasiones
estamos tan adormecidos que necesitamos una buena sacudida. Los mismos
problemas de la vida tendrían que ser ese toque de atención, aunque andemos
ensimismados; las cosas que suceden en nuestro entorno, una palabra oportuna
que se pronuncia a nuestro lado, un rayo de luz que llega a nuestro corazón,
algo que nos impresiona o nos llama la atención; hemos de saber leer esos
signos que Dios pone a nuestro lado con los que quiere hacernos despertar.
También Jesús nos toma de la mano para
devolvernos a la vida, para hacernos ver la realidad, para tener una visión
nueva de las cosas. Es tanto el sopor en el que a veces vivimos que no somos
capaces de ver o sentir esas señales. Como tenemos que saber estar bien
despiertos para ser sensibles a esos cortejos de sufrimiento, muchas veces de
muerte, que pasan delante de nosotros. No nos acostumbremos al sufrimiento de
los demás, seamos sensibles, despertemos.
Pero no nos contentemos solo con verlo,
sino acerquémonos a su lado y pongámonos a caminar con ellos, poniéndonos sus
mismos zapatos, así seremos más sensibles, así seremos capaces de acercar
nuestra mano para tocar ese dolor, para levantar al caído, para dar nueva
esperanza, para ayudar a poner en camino a tantos que están como paralizados
ante la vida.
Jesús quiere despertarnos para que
tengamos una nueva sensibilidad, para que sintonicemos con su amor.
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