No
envejezcamos la Palabra de Dios, no echemos a perder esa sal del evangelio,
sintamos ese vigor de la nuevo que nos llevará a ser esos hombres nuevos del
evangelio
2Reyes 5, 1-15ª; Sal 41; Lucas 4, 24-30
Bien sabemos
que es bien dificultoso el presentar ideas nuevas, nuevos planteamientos de la
cosas, incluso artísticamente cuando surge un verdadero artista que no se
contenta lo que habitualmente se hace sino que en su espíritu creador e
innovador ideas cosas nuevas, nuevas líneas o conceptos en aquella faceta artística
que él desarrolla, no siempre va a encontrar comprensión y aceptación de su
obra, porque estamos acostumbrados al estilo de siempre y nos sentimos cómodos
en lo que se hace siempre, porque tenemos miedo a la innovación que no siempre
terminamos de entender.
Podemos
referirnos a muchas facetas de la vida, aunque en el ejemplo propuesto me haya
fijado más en esa faceta artística, pero nos sucede en los mismos
planteamientos de la vida, en los planteamientos que queramos hacer para
nuestra sociedad en la búsqueda de algo mejor, o nos podemos referir al tema de
las ideas o de las ideologías, o los planteamientos éticos que se hagan a la
sociedad.
Los
innovadores siempre van a encontrar rechazo por buena parte de esa sociedad,
aunque habrá por una parte quienes están deseosos de algo nuevo, pero también
quienes incluso quieran manipularles para llevarles por el camino de sus
intereses. No es fácil esa tarea innovadora, no es fácil tener visión de
profeta de algo nuevo para nuestro mundo.
Difícil fue
siempre la tarea de los profetas, porque desde el espíritu divino que aleteaba
en su interior se sentían críticos de los comportamientos humanos y por eso su
voz aparece como denuncia, pero que no era solo denuncia sino el ofrecimiento
de un camino de mayor fidelidad pero que tenia que renovar la vida de los
individuos, y también ser promotores de renovación de la sociedad en la que
vivían.
Recordamos
aquello que le decían a un profeta en Betel para que se apartara de aquel lugar
sagrado y fuera con sus profecías a proclamarlas en otro lugar, molestaban sus
palabras a quienes estaban allí acomodados y podían hacerles perder su
prestigio o su posición. Pero el profeta no podía callar, sentía en su interior
la voz de Dios que tenia que proclamar, aunque fuera rechazado.
Es lo que
contemplamos en la vida de Jesús y es lo que contemplamos en concreto hoy en el
evangelio. Está en la sinagoga de su pueblo, en Nazaret; primeramente todo eran
alabanzas porque de entre ellos había salido y aquello podía darles hasta un
cierto prestigio e incluso ganancia. Pero Jesús no va a contentar sus gustos y
sus orgullos; no está allí como un prestidigitador o un curandero milagroso que
les entretuviera o pudiera resolver algún problema. El está anunciando algo
nuevo, es la Buena Noticia del Evangelio del Reino de Dios y eso tenía sus
implicaciones y en cierto modo compromisos. Es lo que les cuesta aceptar.
Les cuesta
aceptar además lo que les dice y las comparaciones que hace tanto de los
tiempos de Elías como de Eliseo. La que recibió los beneficios de la presencia
del profeta era una mujer fenicia, por tanto no del pueblo de Israel, y el que
se sintió beneficiado por Eliseo fue un sirio, Naamán, mientras habría muchos
leprosos en Israel.
Lo que era
necesario no era el orgullo de la pertenencia a un pueblo determinado, sino la
fe y la humildad que hubiera en sus corazones. Confió la mujer fenicia en la
palabra del profeta y aunque era pobre y lo que le quedaba era lo mínimo para
su subsistencia fue capaz de desprenderse para compartirlo con el profeta
confiando en su palabra. Aunque a Naamán le costó humillarse para lo que le
pedía el profeta, confió y se vio liberado de la lepra, por la fe que había
puesto en los actos que realizaba.
Es lo que
está pidiendo Jesús en la sinagoga de Nazaret. Una fe que les haga desprenderse
de sus orgullos para escuchar y aceptar aquella palabra profética que Jesús
estaba pronunciando en el anuncio del Reino de Dios. No tenían fe y no pudo
hacer allí ningún milagro dirá el evangelista en un momento determinado. Pero
es que los primeros entusiasmos se transformaron en odio para rechazar a Jesús
y querer incluso despeñarlo por un barranco.
¿Cuál es la
reacción que hay en nuestro corazón cuando la Palabra de Dios llega clara y
tajante a nuestra vida, como espada de doble filo que diría el profeta y que
penetra hasta lo profundo de nuestro ser? ¿Escuchamos? ¿Confiamos? ¿Nos dejamos
interpelar por esa Palabra? ¿Abrimos nuestro corazón a la renovación que nos
ofrece nueva vida?
La Palabra es
profética, no porque, como hemos mal interpretado muchas veces, nos anuncie
cosas futuras, sino porque es una Palabra viva que traerá renovación a nuestras
vidas. ¿Queremos escuchar y sentir eso nuevo y muy concreto que la Palabra nos
trae cada día? No envejezcamos la Palabra de Dios, no echemos a perder esa sal
del evangelio, sintamos ese vigor de la nuevo que nos llevará a ser esos
hombres nuevos del evangelio.
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