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jueves, 24 de marzo de 2022

Tenemos que convencernos que como cristianos tenemos que ser sembradores de paz y de comunión, buscando siempre el encuentro para recorrer caminos de colaboración entre todos

 


Tenemos que convencernos que como cristianos tenemos que ser sembradores de paz y de comunión, buscando siempre el encuentro para recorrer caminos de colaboración entre todos

Jeremías 7,23-28; Sal 94; Lucas 11,14-23

¿Por qué seremos así? Siempre hay alguien que tras cada cosa, por muy buena que sea, siempre estará viendo una segunda intención, siempre andará en desconfianza o queriéndonos poner en desconfianza, siempre tratará de decirnos que hay algo turbio, siempre hay una mala intención, siempre hay una razón oculta. Desconfiados terminamos por destruirnos; desconfiados contagiamos a los demás de nuestra desconfianza, y luego terminaremos sin tener en qué apoyarnos.

Nunca se será capaz de aceptar lo bueno que pueda haber en la actuación de los demás sobre todo si los consideramos adversarios. Parece que siempre tenemos que estar enfrentándonos como enemigos que llevan el odio por bandera. Y esa forma de actuar nos destruye en lo más hondo de nosotros mismos. Lo contemplamos en el día a día de nuestra sociedad, donde siempre se irá echando abajo – hasta en el sentido más material de la palabra – lo que hayan podido hacer otros.

Cuando alguien tiende la mano para el diálogo y para construir unidos, siempre andamos con desconfianza hacia esa mano tendida. Vamos por la vida en un diálogo de sordos porque solo nos oímos y nos queremos ver a nosotros mismos como los únicos salvadores. Y así surge una crispación en la sociedad que termina por llenarnos de violencia. Siento en verdad tristeza en el corazón cuando veo esa manera de actuar sobre todo en quienes tienen la responsabilidad de dirigir nuestra sociedad y ser constructores de una sociedad mejor que tendría que ser contando con la colaboración de todos. Tenemos que tener cuidado de no contagiarnos con esa mala levadura, o diría peor, de esa cizaña sembrada de mala manera en nuestros corazones.

‘Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa’, les responde Jesús cuando andan acusándolo con la incongruencia de que los milagros que realiza los hace con el poder del espíritu del mal. ¿En qué cabeza cabe? Pero esta frase de Jesús no solo hemos de verla en esa apología contra la incongruencia de quienes no aceptan las obras de bien que realiza, sino que además puede ser un toque de atención para esa división que hay entre nosotros cuando no somos capaces de aceptarnos, cuando nos hacemos la guerra entre nosotros mismos.

Nos tendría que dar que pensar para esas relaciones enfrentadas y llenas de violencia que hay entre nosotros en el pan nuestro de cada día, pero que algunas veces descubrimos entre quienes más unidos tendríamos que estar en torno a Jesús. No siempre los creyentes vivimos esa necesaria comunión entre nosotros. Es, sí, la ruptura de la falta de unidad de los cristianos y miramos la iglesia en su globalidad, pero tendríamos que mirar en la cercanía a donde estamos para ver que no siempre resplandece esa comunión entre los mismos que participamos en la misma Eucaristía cada semana, el día del Señor.

Nuestras comunidades muchas veces están rotas, porque ni entre nosotros mismos nos conocemos; no somos capaces de ver y reconocer lo que está haciendo el hermano que está dos bancos más atrás de nosotros en el templo, porque no nos conocemos, porque no hay cercanía entre nosotros. Muchas tendrían que ser las cosas que tendríamos que revisar, muchas las actitudes y posturas nuevas que tenemos que hacer surgir de nuestro corazón, muchas las cosas de las que tendríamos que desprendernos porque a la larga pueden ser sombras que llevamos en nuestra vida.

Mucha tendría que ser la apertura que como cristianos tenemos que hacer a esa sociedad en la que vivimos y donde tendríamos que ser siempre sembradores de paz y de comunión, buscando el encuentro, trabajando para que sepamos encontrar esos caminos de colaboración entre todos y dejemos ya de una vez de ponernos tantas zancadillas.

Es el camino de conversión que vamos realizando en este tiempo cuaresmal buscando que haya verdadera pascua en nosotros.

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