Dejémonos
envolver por el amor de Dios para curarnos de verdad e impregnados de su amor
comenzar a amar con un amor semejante al amor de Dios que siempre es compasivo
Daniel 3, 25. 34-43; Sal 24; Mateo 18, 21-35
Solo una
medicina puede curarnos de verdad, el amor. Es la venda que envuelve nuestra
alma herida y la puede curar de todos sus males. Cuántas medicinas vamos
buscando por la vida. No son remedios ni son remiendos los que nos curan.
Cuando estamos enfermos algunas veces no queremos ir al medico para que nos
recete la medicina que pueda curarnos; nos queremos valer muchas veces de
nuestros remedios, porque nos dijeron que si haciendo eso se nos quita la tos,
que si con aquella otra infusión se nos pueden calmar algunos dolores, pero la
enfermedad sigue ahí, no hemos ido a lo más profundo que nos cure de verdad.
Pero nos quedamos solo en eso, en remedios, pero no medicinas que nos curan la
enfermedad desde lo más hondo, desde su raíz.
Hoy Pedro le
plantea a Jesús una cuestión que es muy fácil que se nos dé en nuestras
relaciones humanas, nos ofendemos, nos hacemos daño, o sentimos el daño por
dentro cuando conservamos en nosotros el resentimiento, el recuerdo de aquello
que nos hicieron, nos sentimos ofendidos y no sabemos cómo curarnos. Pedro que
ha escuchado a Jesús hablar muchas veces de la misericordia y del perdón, que
le oyó decir allá en el sermón del monte que había que perdonar, que había que
ser compasivo y misericordia, que incluso tendríamos que rezar por aquellos que
nos han ofendido, sin embargo se está planteando cómo puede arrancar ese daño
de su corazón, si hay que perdonar al hermano, cuantas veces tengo que
perdonarlo. Y se pregunta y pregunta a Jesús ‘¿Hasta siete veces?’
Porque el
tema está ahí también, cuando nos sentimos ofendidos y mantenemos el
resentimiento dentro de nosotros, es que estamos manteniendo ese mal dentro de
nosotros, estamos manteniendo esa alma herida que no sabemos cómo curar. Porque
además cuesta entender aquello que Jesús había dicho en el sermón del monte, de
que tenemos que saludar también al que no nos saluda y amar al que no nos ama.
Cuesta poner amor en nuestro corazón. Y resulta que ese amor que seamos capaces
de poner en nuestro corazón es el que nos salva, el que nos cura de verdad.
Pero eso
Jesús le responde a Pedro que no solo siete veces, sino setenta veces siete,
para hablarnos de esa universalidad del perdón. ¿Cómo será eso posible? Nos lo
explica con la parábola. Cuando en verdad nosotros nos dejemos envolver por el
amor de Dios. Porque acercarnos a Dios para pedirle perdón es algo más que
reconocer que hemos hecho mal, que tenemos una deuda. Esa deuda por nosotros
mismos no la podremos nunca saldar. Jesús ha venido para saldarla, Jesús ha
venido para traernos aquello que nos dará la verdadera paz, que nos sanará
profundamente, después de la herida de ese pecado. Es el amor de Jesús que es
capaz de dar la vida por nosotros el que nos salva.
Es en ese
amor en el que tenemos que envolver nuestra vida. Y hay que decir una cosa, no
siempre que vamos a pedirle perdón a Dios nos dejamos envolver por ese amor.
Vamos, podríamos decir que ritualmente; vamos y nos confesamos porque decimos
que somos pecadores y es en ese medio donde vamos a recibir el perdón, pero no
nos dejamos envolver por ese amor de Dios; no terminamos de gozarnos en ese
amor de Dios que nos perdona; no llegamos a experimentar dentro de nosotros ese
gozo y esa paz de ese amor que Dios nos regala.
Por eso nos
sucede tantas veces como en la parábola; salimos del confesionario, salimos del
sacramento de la Penitencia y cuando nos encontramos con el hermano que nos
haya podido hacer algo, seguimos manteniendo nuestras diferencias, seguimos
manteniendo nuestras distancias, seguimos con esa herida en el corazón sin
haberla curado de verdad y le negamos la palabra, no volvemos a él rehaciendo
nuestra amistad, llegamos a decir eso tan incongruente que perdonamos pero no
olvidamos y cosas así.
Dejémonos
envolver por el amor de Dios para curarnos de verdad. Dejémonos envolver por el
amor de Dios para que se impregne nuestra vida de ese amor y comencemos a amar
con un amor semejante. Así en verdad llegaremos a ser compasivos como nuestro
Padre Dios es compasivo.
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