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lunes, 26 de julio de 2021

Aprendamos a entender la buena nueva que se nos ofrece con palabras humildes y sencillas, garantía cierta del Reino de Dios que llega a nuestra vida

 


Aprendamos a entender la buena nueva que se nos ofrece con palabras humildes y sencillas, garantía cierta del Reino de Dios que llega a nuestra vida

Éxodo 32 15-24.30-34; Sal 105; Mateo 13, 31-35

Mucho ruido y pocas nueces’, es un refrán que viene a resumir de alguna manera la decepción que podemos llevarnos cuando esperamos algo grandioso, porque quizás así se nos ha anunciado, pero luego aparece algo muy simple y muy sencillo. Claro que entra aquí aquel concepto de que lo complicado es lo más sabio o lo de mayor riqueza; fácilmente desdeñamos las cosas sencillas, nos parecen de menor importancia y en consecuencia quizás no las tenemos en cuenta.

Algo de esto nos puede pasar en referencia al mensaje de Jesús, al anuncio del Reino de Dios que El nos hace, o a las esperanzas que anidaban en el corazón de los judíos sobre lo que iba a significar la presencia del Mesías. El centrar Jesús su mensaje en el anuncio del Reino de Dios, esta palabra reino podría llevarnos a pensar en un reino de poder a la manera de los reinos de este mundo que lo ejercen desde el dominio y desde las grandezas a lo humano; pensar en el reino podía llevar a pensar en todo un engranaje de poderes humanos, de suntuosidades y cosas grandiosas que casi parece que por si mismas nos aturden y nos apabullan.


Lo tremendo sería que nos quedaran aún esos resabios en la Iglesia que también quiera manifestarse desde la suntuosidad y el poder, emparejándose de alguna manera con los estilos del mundo que nos rodea. ¿No hemos llenado nuestros templos de demasiados cortinajes? ¿No hemos adornado nuestras imágenes con demasiadas coronas doradas y demasiados mantos de ricas telas? ¿No nos hemos rodeado en nuestra vestimenta de esas vanidades del mundo haciendo tantas distinciones en ornamentos o en los trajes de nuestros eclesiásticos?

Y Jesús nos dice hoy que el reino de Dios es algo tan sencillo como una semilla de mostaza o como un puñado de levadura. Algo muy normal y aparentemente insignificante que usamos en las cosas corrientes de nuestra vida como pueda ser el sazonar nuestros alimentos o hacer fermentar la masa del pan. Así de sencillo es el Reino de Dios, así de sencillo es vivir el sentido del Reino de Dios. Cuando aceptamos a Dios como el único Señor de nuestra vida todo se vuelve sencillo y todo entra en la normalidad de unas relaciones que tienen que ser verdaderamente humanas y en la que todos colaboramos con el calor de nuestro amor y del gozo de nuestro corazón.

¿Necesitamos manifestaciones de grandezas o signos de poder para amar de verdad a los que están a nuestro lado? Los amamos desde la sencillez de los gestos humanos que cada día nos tenemos los unos a los otros que es con lo que la vida va adquiriendo un nuevo sabor. Es ese pequeño puñado de levadura que metemos en la masa de nuestra humanidad para que en verdad seamos más hermanos y vivamos en mayor armonía y paz.

Nos decía Jesús que una pequeña e insignificante semilla de mostaza puede darnos una planta que en su frondosidad puede dar ocasión hasta para que los pajarillos hagan allí sus nidos. Ese pequeño gesto que tengas con el que está a tu lado, esa mirada amable o esa sonrisa llena de paz, esa mano tendida siempre abierta para ofrecer y para acoger, esa ternura con la que te sientes al lado del que sufre para servirle de apoyo en su momento de dolor, es la señal de que algo nuevo ha comenzado en nosotros, algo nos ha transformado por dentro, sin que necesitemos de suntuosidades ni de grandiosidades.

Aprendamos a entender la buena nueva que se nos ofrece también con palabras humildes y sencillas que son garantía cierta del Reino de Dios que llega a nuestra vida.

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