Necesitamos
abrazarnos a los pies de Jesús como Marta y María de Betania para experimentar
en nosotros la palabra de vida que nos ofrece
Éxodo 40, 16-21. 34-38; Sal 83; Juan 11,
19-27
La súplica de Marta cuando llega Jesús
tras la muerte de su hermano es bien semejante a la súplica y hasta el
desencanto por el que hayamos pasado nosotros, o contemplamos a nuestro
alrededor, en circunstancias semejantes. Nos cuesta aceptar el hecho de la
muerte y en la enfermedad y enfermedad grave de un ser querido es lo que
suplicamos con mayor insistencia en nuestra oración al Señor. El Señor no nos
escuchó, decimos resignados cuando no nos ha quedado más remedio que aceptar el
hecho de la muerte. Es muy humano, tendríamos que reconocer. Valoramos la vida,
no queremos perderla, no queremos perder a los seres queridos; y surgen los
interrogantes y las preguntas en el corazón.
Es lo que contemplamos en aquel hogar
de Betania, cuando hoy estamos celebrando a santa Marta, una de los tres
hermanos de aquella familia. Un hogar en el que se manifiesta la cercanía de
Jesús. Era un hogar abierto y muchas veces dieron acogida a Jesús, en su paso
hacia Jerusalén cuando subía desde Galilea, precisamente por el camino del
valle del Jordán y Jericó para luego subir hasta Jerusalén atravesando aquel
pueblecito de Betania. Pero en algún momento nos habla el evangelio de cómo
Jesús estando en Jerusalén venía a hospedarse a Betania.
Cuando celebramos esta fiesta de santa
Marta en muchas ocasiones nos hemos fijado también en aquel episodio de la
acogida de Jesús y sus discípulos en aquel hogar. Marta se afanaba por tener
todo preparado en ese sentido tan hermoso y profundo de hospitalidad, mientras
María se sentaba a los pies de Jesús para escucharle, que motivaría las quejas
de Marta por la inacción de María de Betania. Son diálogos y episodios cargados
de humanidad en la cercanía de unos corazones que sentían y resplandecían por
su amor.
Creo que esos breves episodios pueden
ser muy significativos para nosotros al escucharlos en el evangelio. Es la
Buena Nueva que nos habla de la cercanía de Jesús pero es también toda esa
carga de humanidad en quienes saben abrir las puertas del corazón para la
acogida y para la escucha. Cercanía nos ofrece Jesús, pero es la cercanía que
nosotros también hemos de saber buscar. ¿Sabremos nosotros vivir en esa cercanía
de Jesús porque también le busquemos y
sintamos el gozo de estar con El? ¿Habremos aprendido a disfrutar de nuestra
oración porque en verdad nos sentimos a gusto en la presencia del Señor?
Cuando estamos disfrutando de la visita
de alguien podríamos decir que los relojes se detuvieron y se acabaron las
prisas. ¿No solemos decir cuando hemos
estado a gusto con alguien que nos vino a visitar y llega la hora de la partida
‘por qué te vas tan pronto’? ¿Será así nuestro estado de ánimo cuando vamos a
una celebración o cuando hacemos nuestras oraciones? ¿Acaso muchas veces no
estaremos demasiado pendientes del reloj porque luego tenemos tantas cosas que
hacer? ¿Qué será lo más importante?
Será así en esa quietud en la presencia
del Señor cuando escucharemos su voz en nuestro corazón y será así cómo se va
enfervorizando nuestro corazón para poner a tope también todos nuestros
sentimientos en ese gozo de estar con el Señor.
Comenzábamos nuestra reflexión
rememorando este episodio de la muerte y resurrección de Lázaro también con
nuestras dudas e interrogantes y también con nuestras angustias ante el hecho
de la muerte. Creo que necesitamos detenernos para sentir el Señor a nuestro
lado cuando tenemos que enfrentarnos a situaciones así para poder escuchar con
todo sentido las palabras de Jesús que dan luz a nuestra vida y también a
nuestra muerte.
Que
nos abracemos a los pies de Jesús poniendo a tope toda nuestra fe para
experimentar en nosotros esa palabra de vida que nos ofrece.
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