Ya no
podremos imaginar el camino de la Iglesia sin la presencia de María desde que
se la diera como madre a Juan al pie de la cruz y el discípulo la recibiera en
su casa
Génesis 3, 9-15. 20; Sal 86; Juan 19, 25-34
Cuando celebrábamos ayer Pentecostés
llegábamos a la culminación del tiempo pascual. Hoy litúrgicamente retomamos el
tiempo ordinario en su octava semana, sin embargo este lunes posterior a
Pentecostés tiene una especial fiesta de María como Madre de la Iglesia.
Fue el Papa Pablo VI quien la proclamó así
al finalizar una de las sesiones del Concilio y en muchas partes y en algunas
congregaciones religiosas dedicadas a María tenían la fiesta de María, Madre de
la Iglesia en este día. Ha sido el Papa Francisco el que ha instituido
litúrgicamente esta fiesta en esta Advocación de María en este día, lunes
siguiente a Pentecostés.
Justo en los Hechos de los Apóstoles,
cuando los vemos reunidos en el Cenáculo en espera del cumplimiento de la
promesa de Jesús de enviar su Espíritu, vemos a los apóstoles reunidos en oración
junto a María, la Madre de Jesús. María ha pasado en cierto modo desapercibida
en el Evangelio; san Lucas en los relatos del nacimiento y de la infancia de
Jesús es el que más ampliamente nos la presenta y será Juan el que de manera
especial nos la hace presente, por una parte en las bodas de Caná como
intercesora ante la carencia de vino para la boda y luego al pie de la cruz
donde la recibirá como Madre.
El relato de la presencia de María
junto a la cruz de Jesús es breve pero bien significativo. Primero se hace
constancia de la firmeza de María en aquellos momentos de dolor al pie de la
cruz de su Hijo, pero están también las palabras de Jesús. ‘Mujer, ahí
tienes a tu hijo’, le dice Jesús a María señalándole a Juan, ‘ahí tienes
a tu madre’ le dice a Juan entregándole a su madre. ‘Y el discípulo
desde aquella hora la recibió en su casa’.
Se nos está hablando de esta nueva
maternidad de María; no solo es la Madre de Jesús, el Hijo de Dios y por tanto
la Madre de Dios, sino que desde ese momento al pie de la cruz se convierte en
la madre de todos los creyentes, por eso con razón podemos decir, Madre de la
Iglesia. En Juan, el discípulo amado, estábamos representados todos, porque
todos somos los amados de Jesús. En Juan estamos viendo a la Iglesia que la
acoge como Madre y la tendrá siempre junto a sí. Ya no podremos imaginar la
presencia y el actuar evangelizador de Juan sin María a su lado; Éfeso guarda
la tradición de que allí estuvo y predicó el Apóstol Juan y precisamente en sus
montañas, en medio del bosque aparece la casa de María, como ese lugar donde
María estaba junto a Juan; María estaba junto a la comunidad cristiana que se
iba extendiendo por todas partes, junto a la Iglesia como madre.
Y así la ha tenido la Iglesia a lo
largo de los tiempos; ya no podremos imaginar el camino de la Iglesia sin la
presencia de María; no hay un lugar donde se haya predicado el evangelio de
Jesús y haya nacido la Iglesia donde no haya un templo dedicado a María, con
sus distintas y variadas advocaciones según el lugar o según la devoción del
pueblo cristiano, pero siempre presente María para conducirnos hasta Jesús.
María, Madre de la Iglesia; María,
madre junto a nosotros en todo lo que hace una madre con sus hijos, camina a
nuestro lado y es estimulo de amor y de santidad para sus hijos; camina a
nuestro lado como el más amoroso paño de lágrimas porque es a la madre a la que
siempre acudimos desde nuestras cuitas y nuestras penas, desde nuestros
sufrimientos o nuestros problemas, desde los agobios o los cansancios de la
vida porque en su regazo de madre como hijos podemos siempre reclinar nuestra
cabeza y depositar en ella nuestras penas.
Es la madre que nos alienta, pero que
también nos estimula en nuestra entrega, nos hace creer en nuestras posibilidades
y nos hace sentir la gracia del Señor que nos fortalece para que sigamos
haciendo el camino con valentía; es la madre de los que nos sentimos pobres
pero con la confianza de que en ella y con ella nunca nos sentiremos
abandonados; es la madre que nos pone en camino para que seamos en todo momento
heraldos y testigos del evangelio despertándonos de nuestras rutinas y
comodidades; es la madre que nos enseña a tener los ojos bien abiertos y con
limpieza de espíritu en nuestro corazón para tengamos esa mirada nueva del amor
para los hermanos que sufren en el camino a nuestro lado.
Que María como madre remueva y
despierte nuestros corazones para con inquietud y valentía sepamos llegar a
todos, hasta los más lejanos, para anunciar el nombre de Jesús que es nuestro
único salvador.
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