Que
no se merme ni se anule la calidad de nuestro amor y nuestra entrega por la
búsqueda de unos beneficios a lo bueno que hacemos
Eclesiástico 35, 1-12; Sal 49; Marcos
10,28-31
Todos podemos sentir esa tentación, el
pensar que aquello bueno que hacemos ha de tener una recompensa que ahora
podamos incluso contabilizar con nuestras manos, por así decirlo. Hacemos lo
bueno, queremos vivir la responsabilidad de nuestra vida, tratamos de ser
generosos y altruistas hacia los demás, pero alguna compensación hemos de
tener; y nos sentimos tentados a buscar muestras de gratitud que nos ensalcen,
compensaciones en el trato que esperamos recibir de los demás y si no lo
encontramos quizás nos sentimos mal porque nadie valora, decimos, aquello bueno
que hacemos.
Pero, ¿por qué hacemos lo bueno?
¿Estamos buscando que nos paguen por aquello bueno que con generosidad hicimos?
Echamos a perder lo de la generosidad, me parece si andamos buscando medallas y
reconocimientos por hacer el bien. Si decimos que somos generosos es que no lo
hacemos buscando algo a cambio. Claro que a nadie le amarga un dulce cuando
alguien agradecido nos lo reconoce, pero no tenemos por qué ir buscando esos
dulces de los reconocimientos en aquello que hacemos. Mermaríamos la calidad de
nuestro amor.
Los apóstoles que habían dejado todo
por seguir a Jesús eran muy humanos y también sentían esa tentación. Era en
cierto modo incierto el camino que estaban haciendo siguiendo los pasos de
Jesús, porque a la larga no veían muy claro el final de todo aquello. Eran
pobres y lo habían dejado todo y ahora vivían en mayor pobreza. ¿Quizá algún
día si se cumplían lo que eran sus sueños en que Jesús fuera el Mesías
llegarían a ocupar grandes puestos en ese nuevo Reino? Ya sabemos que en alguna
ocasión, valiéndose incluso del parentesco, algunos pretendían esos primeros
lugares y así se lo hicieron saber a Jesús.
Ahora que Jesús ha estado hablado de
las riquezas y cómo tenemos que alejar la codicia de los corazones les surge
sin embargo la pregunta. ‘Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te
hemos seguido’, ¿qué nos va a tocar? Surge espontánea la pregunta porque
quizás era algo que llevaba tiempo rondándoles en su corazón. A algo tenía que
conducirles aquella vida que estaban siguiendo. Algún día tendría que haber algún
beneficio, alguna recompensa.
La respuesta de Jesús es bien taxativa
y tenemos que saber entenderla bien. ‘En verdad os digo que no hay nadie que
haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras,
por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más
- casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones -,
y en la edad futura, vida eterna’. Claro que cada uno querrá coger el
rábano por las hojas según sean sus intereses e interpretaciones, según lo que
llevemos en el corazón.
Les habla Jesús de quienes han dejado
casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, que tendrán cien
veces más. más de uno me he encontrado más de una vez queriendo apoyarse en
estas palabras de Jesús tratan de sacar beneficio de su posición en la Iglesia,
de sus trabajos pastorales o incluso de su consagración; no son raras ‘las
carreras’ que se pretenden hacer en nuestros círculos eclesiásticos. Creo que
se tendría que leer mejor el evangelio. ¿Qué nos querrá decir Jesús? ¿Qué lo
hemos dejado todo por alcanzar esas cien veces más? ¿Por unos intereses? Pero
nos dice cien veces más, casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y
tierras, con persecuciones.
¿No nos estará diciendo que si
renunciamos a los nuestros de alguna manera estaremos entrando en una nueva
familia donde vamos a vivir una nueva comunión de amor entre todos y así nos
sentiremos ricos en lo más hondo de nosotros mismos? Pero no nos oculta una
cosa, nos habla de persecuciones ¿serán quizás sin embargo las incomprensiones
de un mundo que no entiende nuestra disponibilidad y nuestra generosidad?
Tendremos persecuciones, dificultades, incomprensiones, pero siempre vamos a
tener un hermano en esa nueva comunión que vamos a vivir. Y claro la recompensa
definitiva, la recompensa que nos dará plenitud lo tendremos en la vida eterna.
‘Y en la edad futura, la vida eterna’, premiados en el Señor.
Terminará hablándonos Jesús de hacernos
los últimos para poder ser los primeros. Lo que les decía en otro momento
cuando buscaban primeros puestos o cuando discutían de quien iba a ser el
primero y el principal. El que se hiciera el último y el servidor de todos.
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