Vivamos
un camino de ascensión y de superación que nos dé una verdadera hondura
espiritual y humana y cristianamente nos conduzca a una mayor plenitud
Eclesiástico 15, 16-21; Sal 118; 1Corintios
2, 6-10; Mateo 5, 17-37
El camino de la vida en cierto modo es
una ascensión; un camino ascendente que siempre nos ha de llevar a más. Vamos
teniendo por decirlo así unas metas parciales, pero conseguidas estas buscamos
otras más altas; no nos podemos quedar en esa primera meta parcial que hayamos
conseguido porque sería como si nuestros esfuerzos se convirtieran en inútiles
e inservibles.
Queremos más, y no es solo en el
aspecto de ganancias materiales – que también es justo que en ello vayamos
subiendo – sino en todo lo que son buenas aspiraciones de la vida en el nivel
humano, en el nivel profesional, en el nivel de la familia, o de lo que
queramos incluso conseguir para la humanidad. La imagen la tenemos en el
deportista que cada día supera sus retos, en el atleta que pone cada día el listón
más alto y no se contenta con lo ya conseguido.
En ese aspecto humano de la vida vamos
logrando superar unos retos cada día que nos hagan mejores, más humanos, que
nos lleven a cultivar los mejores valores; es el espíritu de superación y de
crecimiento que ha de haber en todo ser humano en que nunca lo damos todo por
hecho, sino que siempre queremos dar un paso más en nuestra madurez humana y en
la asunción de responsabilidades. Igual decimos en el plano profesional como en
lo que luchamos por hacer también que nuestra sociedad sea mejor y más humana
cada día.
Y así ha de ser en el cultivo de
nuestra propia espiritualidad y de nuestro ser cristiano. A esto nos invita Jesús
en el evangelio. Hoy nos habla de alcanzar plenitud. Y será así como se va
purificando y ahondando más y más nuestro amor que nos va haciendo
extremadamente delicados en sus expresiones y en su vivencia. No nos
contentamos con decir que no matamos a nadie, sino que vamos analizando posturas,
gestos y palabras que tengamos con los demás para que ya no solo evitemos
cualquier ofensa que podamos hacerle sino que además le expresemos con mayor
intensidad nuestro amor.
Por eso Jesús nos dice hoy que no ha
venido a abolir la ley y los profetas – que eran los pilares de toda la
espiritualidad del pueblo de Israel – sino que hemos de hacer que hasta los más
pequeños detalles nos tienen que conducir a darle la mayor y mejor plenitud.
Nos dice que podrán pasar el cielo y la tierra, pero ha de cumplirse hasta la
última jota o tilde de la ley. No es buscar legalismo por legalismo – eso
nunca lo querrá Jesús – sino encontrar el sentido hondo de la cosas poniendo verdadero amor en
lo que hacemos y en lo que vivimos que será lo que dará verdadera plenitud a
nuestro ser.
Así nos hablará luego del respeto y
valoración que siempre hemos de hacer de las personas poniendo todo nuestro
amor para que el matrimonio, por ejemplo, adquiera todo su sentido y valor. Es
la autenticidad y la veracidad de la que hemos de hacer gala en la vida porque
si obramos siempre en rectitud nuestra palabra estará siempre llena de sentido
y la verdad brillará por si misma sin necesidad del juramento.
Pero todo esto significa los pasos que
hemos de ir dando en nuestra vida cada día, unos pasos que nos lleven a más,
unos pasos que nos lleven a crecer y a madurar, unos pasos que nos ayudan a ir
superando en cada momento buscando siempre lo mejor. Hemos de reconocer que no
es fácil porque pueden aparecer los cansancios y las rutinas, la tentación
continuamente nos está acechando y el conformismo puede hacer aparición en
nuestra vida que sería nuestro gran enemigo.
Siempre ha de ser camino de ascensión
como decíamos al principio. Y ya sabemos que cuando subimos la montaña nos
aparecen los cansancios, el conformismo de decir bueno ya es suficiente que
desde aquí se ve bien bonito, y tenemos el peligro de no llegar hasta la cima
donde alcanzaríamos la plenitud de la montaña y la belleza de cuanto desde allí
podemos contemplar.
De ahí la mediocridad peligrosa en que
podemos vivir nuestra vida cristiana cuando nos falta este espíritu de
ascensión. Cuando nos entra esa tibieza espiritual en lugar de crecer lo que
hacemos es que nos vamos destruyendo. Nos sucede a tantos con nuestro
conservadurismo espiritual; nos contentamos con poco y así es la flojera que
vemos en nuestras comunidades cristianas a las que les falta vitalidad, empuje,
espíritu apostólico, ser verdaderos misioneros en medio del mundo.
La pendiente de la tibieza espiritual
es muy peligrosa porque cada día en lugar de ascender lo que hacemos es que
bajamos más, nos hundimos más. El espíritu mundano, materialista y sensual que
nos rodea nos va comiendo, nos va haciendo perder nuestro sentido, nuestra
verdadera espiritualidad que tiene que ser siempre ascendente y de empuje
fuerte. Tenemos que saber ser exigentes con nosotros mismos.
Escuchemos con corazón bien abierto la
Palabra del Señor y dejémonos interpelar por ella y demos respuestas de vida
porque verdaderamente despertemos de ese letargo en que tantas veces caemos en
nuestra vida espiritual y cristiana.
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