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lunes, 17 de febrero de 2020

Cuidado no nos dejemos seducir solo por cosas atractivas o según sea la simpatía de quien nos ofrece el mensaje



Cuidado no nos dejemos seducir solo por cosas atractivas o según sea la simpatía de quien nos ofrece el mensaje

Santiago 1, 1-11; Sal 118; Marcos 8, 11-13
No hay peor ciego que el que no quiere ver. Siempre se ha dicho eso y es cierto. Cuántas veces contemplamos una diatriba o una discusión y hasta nos parece que están diciendo las mismas cosas una y otra parte. No se escuchan, no quiere ninguna parte entrar en razones, nadie quiere entender lo que el otro dice, sino que nos ofuscamos en nuestra idea y no sabemos ver las razones de la otra parte.
Pero no solo es en una discusión o como mejor tendríamos que decir en un diálogo, pero que no termina de ser diálogo, sino que es en la comprensión que vamos teniendo en la vida de los hechos que suceden, de lo que vemos en el actuar de los demás, de los planteamientos que se nos pueden hacer en que no somos capaces de ver lo que se nos dice, lo que sucede o de lo que se nos trata de plantear. Y pedimos más razones, y pedimos más pruebas, cuando las cosas están claras o ya se nos han ofrecido suficientes pruebas. Pero nos encerramos en nosotros mismos, en nuestros prejuicios, en la manera en que nosotros vemos las cosas que no somos capaces de abrirnos a un nuevo planteamiento, a una nueva idea, a una nueva razón para vivir.
Jesús en el evangelio hay ocasiones en que les echa en cara a los fariseos, a los maestros de la ley, o a aquellos que no querían entender el mensaje nuevo del evangelio que son ciegos que no quieren ver, y que además son ciegos que pretenden conducir a otros ciegos, y al final los dos caerán en el hoyo.
Es lo que vemos que sucede hoy en el pasaje que nos ofrece el evangelio, una vez más vienen a pedirle a Jesús pruebas, signos, cosas extraordinarias para ellos poder aceptarle y creer. No les bastan los signos que Jesús cada día realiza cuando cura a los enfermos, cuando resucita a los muertos, cuando les ha dado de comer milagrosamente allá en el desierto. Podríamos decir que aun les parecen pocas pruebas. Y en este pasaje que nos narra san Marcos, Jesús termina pasando de ellos, empleando nosotros un lenguaje de los que se usan hoy día.
En otra ocasión les dirá que se les ofrecerá el signo de Jonás, al que incluso le costaba anunciar la Palabra de Dios, pero sin embargo el pueblo creyó, o Jonás el que fue engullido por el cetáceo y vuelto con vida a los tres días al ser vomitado por aquel cetáceo, signo de la muerte y de la resurrección de Jesús. Hoy Jesús no les responde nada para que simplemente piensen en lo que están viendo cada día y los signos que Jesús continuamente realiza con sus milagros.
Pero tenemos que preguntarnos, ¿Nosotros vemos o no vemos? ¿Nos cerraremos los ojos y la mente también para no descubrir las obras maravillosas de Dios? ¿Andaremos también pidiendo o buscando pruebas, signos milagrosos para nosotros también creer? Ya bien sabemos cómo somos muy dados a las cosas espectaculares y allá donde nos dicen que ha sucedido algo extraordinario vamos corriendo para querer apuntalar nuestra fe.
Nos dejamos seducir muchas veces por cosas atractivas y parece que nos cuesta menos creer según sea la simpatía, por ejemplo, del sacerdote que conozcamos o de las cosas extrañas que pudiera hacer. ¿Buscamos la simpatía que nos atraiga o buscamos la verdad de la Palabra de Dios? algunas veces también los tienen la misión de guiar al pueblo de Dios se dejan arrastrar por esas cosas y pretenden presentarse como muy simpáticos para así, dicen, agradar a la gente y hacer más atractiva la Palabra de Dios.
Seguramente en las redes sociales les habrá llegado más de un video de si un cura en la boda de unos amigos cantó no sé qué canción que le gustaba mucho a la novia, o si en la misa se daba sus pasos de baile con vestiduras litúrgicas incluidas mientras se cantaban los cantos de la celebración, o si contaba no sé qué cosas llamativas cuando trataba de explicar la palabra de Dios. Me pregunta si es necesario que lleguemos a eso y por ese camino a quien estamos anunciando, ¿a Jesús y el mensaje del evangelio o al propio sacerdote que quiere ganarse unos enteros de simpatía con su gente?
Le pedían un signo a Jesús y Jesús no quiso darles ningún signo de lo que ellos le pedían.

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