Ganamos
o perdemos la vida en la medida en que hacemos que haya más humanidad porque el
mundo sea mejor y crezca en armonía y en justicia
Santiago 2, 14-24. 26; Sal 111; Marcos 8, 34
– 9, 1
¿Qué significará ganar o perder en la
vida? Parece que la gente lo tiene claro. Hay triunfadores y hay perdedores.
Ganar va unido fácilmente al prestigio y al poder, a la riqueza y al dominio
sobre los demás, al hacer carrera pero que de esa carrera se vean unos frutos
en unos buenos puestos y en unas ganancias, en la ostentación que pueda hacer
de mi poder, de mis riquezas, de mis influencias, del dominio sobre el mundo.
¿Perdedores? Los que son todo lo
contrario, que no tienen triunfos en la vida, que no avanzan, que se quedan
siempre en lo mismo, que estarán pendientes o quizá subyugados al dominio de
los otros; los que no son capaces, no son emprendedores, parece que van como
con miedo por la vida porque pueden ser atropellados por los que se consideran
triunfadores; los que llevan una vida callada sin sobresalir, sin destacar,
parece que van como arrastrándose por la vida. Y sus vidas se llenan de
amarguras, porque la ambición quizá está pero no han sabido cómo ganar porque
quizá han tenido miedo.
¿En esto dividimos la categoría de las
personas? Pudiera ser una manera muy simplista de ver las cosas, porque quizá
no todos entran ni en una ni en otra categoría, pero en el fondo hay quizá esa
apetencia y ambición de ser ganador así. Lo vemos en tantos que quizá con sus
palabras parece que quieren cambiar el mundo para una mayor justicia, pero
pronto entran también en esa carrera y parece que se comieron aquellas antiguas
palabras. ¿No es lo que vemos en esa carrera desaforada por el poder ya sea político,
social o económico donde al final parece que todos terminan como tiranos de los
demás? Ejemplos muy claros y palpables tenemos en nuestra sociedad actual.
Claro que con estos presupuestos de
ideas resulta muy difícil entender lo que nos dice Jesús hoy en el evangelio.
No nos extraña lo que ayer contemplábamos en Pedro como rechaza las palabras de
Jesús porque aquello que anunciaba no podía pasar. Así desconcertados se quedarían
cuando escucharon lo que seguía y hemos escuchado hoy.
Son fuertes y desconcertantes las
palabras de Jesús y creo que no las hemos meditado y reflexionado lo
suficiente. Porque realmente nos ofrece algo revolucionario. ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, que
se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su
vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la
salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su
alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla?’
A las
preguntas que Jesús les había hecho allá por Cesarea de Filipo, los discípulos
le habían respondido que El era el Mesías de Dios. Y a continuación les había
explicado hasta donde llegaría su entrega, que les había costado aceptar. Pero
ahora Jesús les dice que quien quiera seguirle, quien quiera en verdad
reconocerle como el Mesías de Dios tendrá que negarse a si mismo, porque para
salvar la vida habría que perderla. Palabras desconcertantes cuando habían
pensado en un Mesías caudillo triunfador, palabras desconcertantes también para
nosotros cuando nos queremos comer el mundo y tenemos la ambición de los
triunfadores.
¿Significarán
estas palabras de Jesús que tenemos que anularnos para no ser nada en la vida?
Ni mucho menos cuando El nos dirá que los talentos tenemos que negociarlos. Lo
que nos está queriendo decir cual es el estilo y sentido de vida que nosotros
hemos de vivir. Empezando porque siempre tenemos que estar abiertos a los
demás, que el valor de nuestra vida está en el servicio.
Es el
estilo del amor donde no nos importa darnos aunque parezca que perdamos porque
lo importante es el bien que hacemos aunque nos cueste sacrificio. No son esas
ambiciones de ganarnos el mundo, sino de hacer que el mundo gane, porque el
mundo sea mejor, porque haya una nueva armonía y paz en la convivencia de
todos, porque luchemos por la justicia buscando siempre el bien y la dignidad
de toda persona. No es que el mundo gane en ese sentido de los poderosos de
este mundo, sino que el mundo gane en humanidad, y entonces sí que nos
llenaremos de vida, sí que nos sentiremos en plenitud. Por eso cuanto valemos
siempre estará al servicio del bien, al servicio del otro, al servicio de hacer
el mundo mejor. No nos anulamos, a la larga estaremos creciendo de verdad,
porque estamos haciendo mejor nuestro mundo.
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