Todo ha de centrarse en una vuelta de nuestro corazón a Dios
y en su voluntad encontraremos la sabiduría y el sentido verdadero de nuestra
vida
Deuteronomio 4,1.5-9; Sal 147; Mateo 5,17-19
‘Mirad,
yo os enseño los mandatos y decretos que me mandó el Señor, mi Dios… Ponedlos
por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia…’ ¿Cuántos podemos decir
con toda sinceridad esto mismo acerca de los mandamientos de Dios? Claro que no
se trata solo de decirlo de palabra, sino decirlo porque esa es también nuestra
manera de actuar, respetando y cumpliendo la ley del Señor.
Tenemos la
tendencia a quitarnos de encima todo lo que signifique un mandato o una
obligación. O al menos intentamos hacernos rebajas, o decirnos que bueno está
bien, pero que no todo hay que tomárselo
al pie de la letra, que tenemos que interpretarlo con el devenir de los
tiempos, que eso estaba bien para otra época y cosas así.
Pero esto
es que es una tendencia en todo lo que signifique una ley, una norma, una
obligación legal, y así en la vida estamos siempre a ver como escapamos de
aquella obligación, a ver como nos birlamos la ley o como nos escapamos de
determinadas obligaciones, ya sea en nuestras normas de conducta más
elementales, ya sea en obligaciones fiscales, y nos buscamos mil y un
subterfugio para ver cómo escapamos y no cumplimos para hacer lo que nos da la
gana, como se suele decir vulgarmente.
Quizá en
el momento en que aparece Jesús como un nuevo profeta en medio del pueblo de
Israel, con los sueños y esperanzas del Mesías que todos tenían y sentían como
algo ya inminente, cansados de tantas normas y preceptos que se habían
inventado en la interpretación de la ley de Moisés, o de las imposiciones que
sectores más rigurosos y muy poderosos en medio del pueblo, como serian los
fariseos y saduceos, ahora pensaban que el nuevo profeta iba a abolir todo
aquello.
Pero no es
eso lo que nos viene a decir Jesús. No ha venido a abolir la ley sino a darle
cumplimiento, a darle plenitud. ¿Significa eso que tienen que seguir sujetos a
toda aquella multitud de preceptos que se habían multiplicado de tal manera que
hacia olvidar o dejar en segundo plano lo que era realmente la ley de Moisés?
No era ese
el camino de Jesús. El dar plenitud había de pasar por ir de verdad a lo que
era la ley del Señor, sabiduría e inteligencia verdadera del pueblo de Dios,
para no quedarse en cumplimientos formales, sino para llegar al fondo del
corazón. No quería el Señor que su pueblo le honrara con los labios mientras su
corazón estaba lejos de El. Y era eso lo que les estaba pasando.
Todo tenia
que centrarse en una vuelta de verdad desde lo hondo del corazón a Dios. Tenia
que ser en verdad el centro de todo. Por eso Jesús anunciaba el Reino de Dios.
Decir el Reino de Dios era decir que en verdad Dios era el único centro de la
vida y del hombre. Y desde ahí todo había de ramificarse en un nuevo sentido de
las cosas, en un nuevo sentido de las relaciones entre unos y otros, en un
nuevo sentido de vivir. Y ese sentido estaba en el amor. Ahí es donde habíamos
de encontrar la plenitud de todo.
Ahí
encontramos de verdad nuestra sabiduría y nuestra inteligencia, como nos decía
la Escritura santa en el libro del Deuteronomio. Es el camino de Jesús. Es el
amor que lo resume todo. Es el amor que vivimos como respuesta al amor que Dios
nos tiene. Es el amor que hemos de vivir en el estilo de Jesús, en el estilo de
Dios. No será un amor cualquiera; no serán cosas que hagamos para contentarnos
y por cumplir. Es la profundidad que hemos darle a nuestra vida. Es lo que va a
dar verdadera razón y sentido a nuestra existencia. Es como en verdad
construiremos el Reino de Dios.
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