La
prueba de nuestra fe está en nuestro amor, un
amor verdadero y por encima de todo a Dios, pero un amor sincero a los demás, a
todos sin distinción
Oseas 14,2-10; Sal 80; Marcos 12, 28b-34
Seguimos en nuestro camino de cuaresma,
se acerca la Pascua. Y no podemos olvidar lo que ha sido el objetivo desde el
principio de este camino que vamos realizando. Nos esforzamos, queremos
superarnos, pero lo importante es que nos volvamos hacia Dios. Fue la llamada
que escuchamos desde el principio. ‘Conviértete al Señor, tu Dios’.
Cada día la liturgia nos va ofreciendo
diversos textos de la Palabra de Dios para ir iluminando nuestra vida y para
que nos mantengamos firmes en el camino. Nos recuerda actitudes y posturas que
hemos de tomar en la vida, nos hace mirar hacia la meta de la Pascua, y nos
hace sentir presente en nuestra vida el amor del Señor que no nos falla. No nos
hemos de cansar en considerar lo que es el amor que el Señor nos tiene.
Como nos dirá san Juan en sus cartas ‘el
amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó
primero’. Y claro con esa consideración no nos queda otra cosa que una
respuesta de amor. Es a lo que nos lleva la Palabra que en este día nos ofrece
la liturgia.
El profeta Oseas que escuchamos en la
primera lectura nos insiste en nuestra conversión al Señor haciéndonos
reconocer que hemos tropezado, que muchas veces hemos abandonado los caminos
del Señor. Pero nos recuerda la ternura de Dios que siempre es fiel en su amor,
y nos busca, y nos llama, y nos cura, y nos hace volver a sus caminos, porque
nos damos cuenta que solo en el Señor tenemos la salvación.
Con un lenguaje casi poético nos hace
volvernos a Dios. ‘Yo curaré sus
extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos. Seré
para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano.
Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el
Líbano. Vuelven a descansar a su sombra: harán brotar el trigo, florecerán como
la viña; será su fama como la del vino del Líbano…’
¿Qué hemos
de hacer? Amar y amar con todo el corazón. Nos lo recuerda el evangelio. Nos
habla de un letrado que viene a preguntarle a Jesús cual es el mandamiento principal.
‘¿Qué mandamiento es el primero de todos?’ A lo que Jesús le responderá con
lo que todo buen judío se sabía de memoria porque hasta lo repetían muchas
veces al día. ‘El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el
único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma,
con toda tu mente, con todo tu ser. El
segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor
que éstos’.
Aquel
letrado trata de justificarse como dándole la razón a Jesús y diciendo que el
amor a Dios y al prójimo está por encima de todos los holocaustos y
sacrificios. Pero no nos basta saberlo o repetirlo. Tiene que ser algo que en
verdad tengamos muy presente en nuestra vida, se haga vida de nuestra vida. Aún
quizá seguimos pensando muchas veces en la importancia de nuestros sacrificios,
en la importancia de las ofrendas que podamos hacer, pero quizá no hemos
llenado de verdad nuestro corazón de amor.
La prueba
del algodón, por decirlo con una frase muy de moda, la prueba de nuestra fe
verdadera está en nuestro amor, un amor verdadero y por encima de todo a Dios,
pero un amor sincero a los demás, y cuando decimos los demás decimos a todos
sin distinción. Es la única manera de volvernos de verdad a Dios, hacer que
Dios sea el único centro y sentido de nuestra vida.
Es en lo
que cada día tenemos que crecer más y más. No nos podemos pasar por alto ese
primer mandamiento dando por sentado que ya lo cumplimos, que eso es lo que
hacemos muchas veces cuando examinamos nuestra conciencia. Tenemos que
preguntarnos seriamente si amamos así a Dios, si así le expresamos el amor que
le tenemos. Hemos de hacer arder nuestro corazón en amor; pidamos que nos
llenemos del Espíritu del amor, que es en verdad llenarnos de Dios.
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