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viernes, 29 de marzo de 2019

La prueba de nuestra fe está en nuestro amor, un amor verdadero y por encima de todo a Dios, pero un amor sincero a los demás, a todos sin distinción


La prueba de nuestra fe está en nuestro amor, un amor verdadero y por encima de todo a Dios, pero un amor sincero a los demás, a todos sin distinción

Oseas 14,2-10; Sal 80; Marcos 12, 28b-34
Seguimos en nuestro camino de cuaresma, se acerca la Pascua. Y no podemos olvidar lo que ha sido el objetivo desde el principio de este camino que vamos realizando. Nos esforzamos, queremos superarnos, pero lo importante es que nos volvamos hacia Dios. Fue la llamada que escuchamos desde el principio. ‘Conviértete al Señor, tu Dios’.
Cada día la liturgia nos va ofreciendo diversos textos de la Palabra de Dios para ir iluminando nuestra vida y para que nos mantengamos firmes en el camino. Nos recuerda actitudes y posturas que hemos de tomar en la vida, nos hace mirar hacia la meta de la Pascua, y nos hace sentir presente en nuestra vida el amor del Señor que no nos falla. No nos hemos de cansar en considerar lo que es el amor que el Señor nos tiene.
Como nos dirá san Juan en sus cartas ‘el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó primero’. Y claro con esa consideración no nos queda otra cosa que una respuesta de amor. Es a lo que nos lleva la Palabra que en este día nos ofrece la liturgia.
El profeta Oseas que escuchamos en la primera lectura nos insiste en nuestra conversión al Señor haciéndonos reconocer que hemos tropezado, que muchas veces hemos abandonado los caminos del Señor. Pero nos recuerda la ternura de Dios que siempre es fiel en su amor, y nos busca, y nos llama, y nos cura, y nos hace volver a sus caminos, porque nos damos cuenta que solo en el Señor tenemos la salvación.
Con un lenguaje casi poético nos hace volvernos a Dios. Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos. Seré para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano. Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano. Vuelven a descansar a su sombra: harán brotar el trigo, florecerán como la viña; será su fama como la del vino del Líbano…’
¿Qué hemos de hacer? Amar y amar con todo el corazón. Nos lo recuerda el evangelio. Nos habla de un letrado que viene a preguntarle a Jesús cual es el mandamiento principal. ‘¿Qué mandamiento es el primero de todos?’ A lo que Jesús le responderá con lo que todo buen judío se sabía de memoria porque hasta lo repetían muchas veces al día. ‘El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.  El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos’.
Aquel letrado trata de justificarse como dándole la razón a Jesús y diciendo que el amor a Dios y al prójimo está por encima de todos los holocaustos y sacrificios. Pero no nos basta saberlo o repetirlo. Tiene que ser algo que en verdad tengamos muy presente en nuestra vida, se haga vida de nuestra vida. Aún quizá seguimos pensando muchas veces en la importancia de nuestros sacrificios, en la importancia de las ofrendas que podamos hacer, pero quizá no hemos llenado de verdad nuestro corazón de amor.
La prueba del algodón, por decirlo con una frase muy de moda, la prueba de nuestra fe verdadera está en nuestro amor, un amor verdadero y por encima de todo a Dios, pero un amor sincero a los demás, y cuando decimos los demás decimos a todos sin distinción. Es la única manera de volvernos de verdad a Dios, hacer que Dios sea el único centro y sentido de nuestra vida.
Es en lo que cada día tenemos que crecer más y más. No nos podemos pasar por alto ese primer mandamiento dando por sentado que ya lo cumplimos, que eso es lo que hacemos muchas veces cuando examinamos nuestra conciencia. Tenemos que preguntarnos seriamente si amamos así a Dios, si así le expresamos el amor que le tenemos. Hemos de hacer arder nuestro corazón en amor; pidamos que nos llenemos del Espíritu del amor, que es en verdad llenarnos de Dios.


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