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lunes, 25 de marzo de 2019

En la contemplación hoy del misterio de la Encarnación sintamos en lo hondo de nosotros mismos los pasos de Dios que viene a nuestro encuentro



En la contemplación hoy del misterio de la Encarnación sintamos en lo hondo de nosotros mismos los pasos de Dios que viene a nuestro encuentro

Isaías 7, 10-14; 8, 10; Sal 39; Hebreos 10, 4-10; Lucas 1, 26-38
Hay cosas que uno repite una y otra vez, las cuenta muchas veces repetidamente porque han sido acontecimientos que han dejado huella en su vida y compartirlo con los demás parece que se lo hace a uno revivir. Fue mi experiencia de Nazaret. Allí en la profundidad de la Basílica de la Anunciación, frente a las ruinas de lo que fue la casa de María en Nazaret leímos con el grupo que me acompañaba en esos momentos el evangelio que hoy nos ofrece la liturgia de la Anunciación del Ángel a Maria. Y recuerdo una palabra que se me quedó resonando en aquel momento y en aquel lugar en el corazón. ‘Aquí…
Sí, ‘aquí’, en aquel mismo lugar según se nos recordaba, María dijo ‘sí’ al ángel como respuesta al mensaje que le llegaba de lo alto. María dijo ‘sí’ y allí se realizó el milagro de la Encarnación de Dios en las entrañas de Maria para hacerse hombre, para hacerse Emmanuel, Dios con nosotros. Por eso repetía, saboreándolo en el corazón, y no sé expresar todo lo que sentía en aquellos momentos, ‘aquí… aquí Dios se hizo hombre en el seno de María’. Se hizo silencio para mí, se hizo silencio en mi entorno, solo escuchaba los pasos de la gente en la basílica pero que eran como los pasos de Dios que caminaba a mi encuentro, se hizo un silencio profundo en el alma para sentir en lo hondo del alma ese gozo de la presencia de Dios.
Hoy, en esta fecha del 25 de marzo, estamos celebrando el Misterio de la Encarnación. No podemos dejar de decir que es misterio, porque es algo tan maravilloso y tan grande que no nos cabe en nuestro saber humano, pero al mismo tiempo tenemos que sentir ese gozo de la presencia de Dios en medio de nosotros. Dios que nos entrega a su Hijo, tan grande es su amor, que realiza el milagro que solo Dios puede hacer.
No podemos dejar de considerar, de meditar una y otra vez esta grandeza y maravilla del amor que Dios nos tiene. Tenemos que sentir, sí, en lo hondo de nuestro espíritu esa alegría del amor de Dios que también a nosotros nos inunda. Tenemos que comenzar a cantar la alabanza al Señor porque no nos podemos cansar de alabarle y darle gracia por tan grande amor.
Miramos hoy a Maria, la que hizo posible ese milagro de amor, Dios quiso contar con ella, y como ella también nosotros queremos abrir nuestro corazón a Dios. Dios le ofrecía que se dejara inundar por el espíritu, y ella se dejó hacer por Dios. Ahí tenemos su respuesta, ‘hágase en mi según tu palabra’; se sentía en la manos de Dios y aunque comprendía que el Señor estaba haciendo en ella cosas maravillosas, sin embargo humildemente se seguía sintiendo la esclava del Señor, ‘aquí está la esclava del Señor’.
La Escritura Santo en otro lugar nos dirá que el Hijo de Dios al entrar en el mundo para encarnarse en el seno de Maria y ser así nuestro Salvador había proclamado ‘aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’. Esa era su vida y su alimento; ‘mi alimento es hacer la voluntad del Padre’, les había respondido a los discípulos allá junto al pozo de Jacob cuando le insistían que comiera. Y en Getsemaní, aunque grande era el dolor de alma ante la pasión que se avecinaba, en su oración terminaba clamando al Padre ‘no se haga mi voluntad sino la tuya’. Por eso culminaría su vida poniéndose en la manos de Dios ‘a tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu’.
Contemplar hoy este misterio de la Encarnación que hoy estamos celebrando es contemplar todo el misterio de Cristo, es contemplar su pascua, porque es contemplar su entrega y su amor. Es una contemplación que nos lleva a dejarnos nosotros inundar también por el mismo espíritu de Jesús - para eso se ha hecho hombre para darnos su mismo Espíritu -, y que nosotros también podamos decir con toda nuestra vida ‘aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’.
Como María sintámonos pequeños y humildes, pero como Maria sepamos admirar cuantas maravillas también el Señor realiza en nosotros. Queremos que se cumpla la Palabra del Señor en nosotros, queremos en verdad plantarla en nuestro corazón, y al mismo tiempo agradecemos las maravillas del Señor y, como decíamos antes, no nos cansaremos de alabarle y darle gracias por tanto misterio de amor.


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