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martes, 26 de marzo de 2019

No olvidemos nunca el perdón que Dios nos ofrece para ser nosotros generosos en nuestro amor y en el perdón


No olvidemos nunca el perdón que Dios nos ofrece para ser nosotros generosos en nuestro amor y en el perdón

Daniel 3,25.34-43; Sal 24; Mateo 18,21-35
No lo queremos reconocer pero el cerrarnos al perdón y guardar rencor en el corazón tiene que ser un tormento difícil de sobrellevar. No hay paz más grande que cuando generosamente somos perdonados y no hay liberación más profunda dentro de nosotros mismos cuando somos generosos para dar el perdón a quien nos haya ofendido, porque es sentir la paz que se produce dentro de nosotros cuando nos descargamos de ese tormento del orgullo y del amor propio que nos cuesta tanto mitigar. Cuando nos mantenemos en nuestro orgullo o amor propio malherido estamos engendrando negatividad dentro de nosotros que fácilmente puede explotar de muchas maneras en violencias.
Lo sabemos pero no lo queremos reconocer. Y seguimos con las espadas en alto, creando distanciamientos por heridas mal curadas que  nos alejan los unos de los otros haciendo tan dura y difícil la convivencia. Que triste es ver pasar a una persona junto a otra evitándose, no dirigiéndose ninguna palabra amable, y marcando la tensión en sus rostros y en sus vidas o ignorándose mutuamente. Nunca más se dijeron un día, por cualquier impertinencia y las distancias se han seguido ahondando entre unos y otros creando abismos que parecen insuperables. Vemos demasiado de todo eso en nuestro entorno y tendríamos que decir que sufren esas personas, como también nos hace sufrir porque vemos esa falta de amor y comprensión y esa falta de humanidad.
El problema del perdón es un problema permanente en el corazón del hombre; algo que se nos hace difícil. Algunas veces no quisiéramos ser así, nos gustaría llegar a sentir esa paz en el corazón pero nos cuesta. Buscamos subterfugios, queremos encontrar soluciones fáciles, pero seguimos poniendo límites, y es que en fin de cuentas le ponemos límites al amor; nos falta generosidad en el corazón; nos falta reconocimiento por nuestra parte de forma verdaderamente agradecida a quienes son comprensivos con nosotros y llegan a perdonarnos.
Es lo que se nos plantea hoy en el evangelio. Viene Pedro por allí preguntando hasta cuándo tenemos que perdonar, cuantas veces tenemos que perdonar al hermano que me ofende; y en un gesto que quiere llamar él de generosidad, dice si será suficiente que perdonemos siete veces al que nos haya ofendido. Y ya conocemos la respuesta de Jesús que se ha hecho bien proverbial hasta en nuestra manera de hablar. ‘Siete veces no, sino setenta veces siete’.
Aquello le parece excesivo a Pedro y por eso Jesús les propone la parábola. Del criado que ha sido perdonado por su amo, y que luego no sabe perdonar a su compañero con diferencia grande entre lo que debe uno y lo que debe el otro. Y con la parábola Jesús nos está hablando de cómo es el perdón que Dios nos ofrece, al que no sabemos nosotros corresponder siendo capaces de perdonar a los demás, cuando tantas veces hemos pedido perdón a Dios y el Señor nos ha perdonado.
Ya nos ha dicho Jesús en otro momento que seamos compasivos y misericordiosos como Dios nuestro Padre es compasivo y misericordioso. Es el modelo que tendríamos que seguir, aunque nos cueste. Pero sí es necesaria una cosa, y es que seamos nosotros capaces de saborear el perdón que Dios nos ofrece. Sí, digo, saborear. Porque quizá vamos a pedirle perdón a Dios como una rutina, pero no llegamos a saborear lo que es ese perdón gozándonos en esa paz que Dios nos da. Creo que si lo saboreáramos bien sabríamos ser capaces de saborear también nosotros el perdón que le ofrecemos a los demás, sintiendo también nosotros la paz del que libera su espíritu de resentimientos y rencores, de orgullos y de ese amor propio que nos encierra en nosotros impidiéndonos el dar generosamente ese perdón.
Qué distintas serían nuestras relaciones entre unos y otros si actuáramos así. Que hermanamiento de amor iríamos creando entre unos y otros que nos facilitarían el encuentro y la convivencia. No olvidemos nunca el perdón que Dios nos ofrece para ser nosotros generosos en nuestro amor y en el perdón.

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