En las situaciones difíciles que viven tantos a nuestro lado tendríamos que saber ser signos de amor misericordioso sabiendo estar a su lado en su camino
Santiago 5,9-12; Sal 102; Marcos 10,1-12
‘El Señor es compasivo y misericordioso’ es una aclamación que
rezamos muchas veces en los salmos. Y nos lo hemos de repetir muchas veces
porque tenemos que asimilarlo de tal manera que lo hagamos nuestra vida,
nuestro sentimiento y nuestra manera de obrar. Reconocer esa misericordia de
Dios que nunca nos falla – ‘es lento a la ira y rico en clemencia’, como
proclamamos en ese mismo salmo – nos hace sentir paz en nuestro corazón en
medio de nuestros infinitos fallos porque más infinito es el amor que Dios nos
tiene y la misericordia que derrama sobre nosotros.
Creo que sin ese convencimiento nos costaría vivir en paz porque
siempre aparecería en nuestra mente ese fantasma de nuestras faltas y pecados,
pero sin contamos con ese amor compasivo y misericordioso del Señor nos
sentimos como más impulsados a mejorar nuestra vida y a llenarla de esa misma
compasión y misericordia para con los demás. Teniendo presenta esa misericordia
que el Señor ha tenido con nosotros, ¿cómo es que nosotros no vamos a ser
compasivos y misericordiosos con los demás? Por eso decía que nos marcará
nuestra manera de actuar.
Y en la vida bien lo necesitamos. Todos tenemos nuestras debilidades y
nuestros fallos; todos sentimos la tentación que no siempre sabemos superar;
todos tenemos nuestro pecado y el que sinceramente se considere que no tiene pecado
será el que pueda tirar la primer piedra. ¿Quién puede tirar la primera piedra?
Pero bien sabemos que muchas veces nos volvemos intransigentes con los demás;
exigimos y no perdonamos como si nosotros no fuéramos también débiles y
pecadores.
Qué lejos tendría que estar de nuestras actitudes la intransigencia;
intransigencia que es una señal de nuestro orgullo y vanidad, que nos hace
sentirnos soberbios por encima de los otros y gamo despreciando a los demás
porque son pecadores. No son solo aquellos fariseos del evangelio que
despreciaban a los publicanos por pecadores, sino que esas posturas nos las
encontramos en nosotros mismos quizá muchas veces.
Muchas son las situaciones de la vida en las que manifestamos nuestra
debilidad o en la que nosotros nos volvemos exigentes con los demás sin querer
comprender la situación personal de cada uno. Llenamos la vida de reglas y
reglamentos, de normas, leyes y protocolos y parece que todos tenemos que pasar
por el aro, sin ver la situación personal de cada uno, que puede ser siempre
muy diferente. No es caer en un subjetivismo como regla suprema, sino atender a
la singularidad de cada persona. Si dialogáramos más entre nosotros en
verdaderos niveles de sinceridad nos conoceríamos mejor, nos entenderíamos más,
juzgaríamos menos, no seriamos nunca intransigente con los otros. Mucho tiene
cada uno de revisarse de estas cosas.
Hoy el evangelio hace referencia a una de esas situaciones complicadas
de la vida que quizá también muchos sufrimientos pudiera hacer pasar a muchos,
cuando es una faceta de la vida que tendría que llenarnos de verdadera
felicidad y tendría que ser la base de la construcción de ese mundo bueno y
cada vez mejor en que todos tendríamos que colaborar en construir. Se habla de
matrimonio y se habla también de divorcios, de rupturas. Y se lo plantean a
Jesús. Y Jesús lo que quiere es que vayamos a la base y al fundamento de lo que
tiene que ser ese matrimonio.
Hemos sido creados para amar y así, podríamos decir, hemos sido
constituidos por el Creador. Un amor que conduce a la más profunda comunión que
pudiera haber entre hombre y mujer que es el matrimonio. Y es ahí en la construcción
del amor, verdadero fundamento de la plenitud de toda persona donde tenemos que
ahondar para que construyamos ese edificio sólido y bien fundamentado.
Claro que no nos podemos
confundir en lo que es la verdadera base de ese amor. Muchos comenzamos la casa
por el tejado y nos faltan los cimientos más sólidos. No se puede llegar la
plenitud de entrega en ese amor como si fuera solo una carrera guiada por el
instinto. El amor tenemos que fundamentarlo, tenemos que construirlo bien,
tenemos que darle las bases del verdadero encuentro de la persona en el dialogo
y la amistad, en la comunicación sincera que lleve a un autentico conocimiento
mutuo y en ese deseo de caminar juntos ayudándose y apoyándose mutuamente.
Sí, como reflexionábamos al principio, en esas situaciones en que
parece que no ha madurado el amor y se llena la vida de tantos sufrimientos,
tiene que aparecer en nuestro corazón la compasión y la misericordia, para
comprender, para perdonar, para ayudar, para servir de apoyo y ayudar a madurar
en la dificultad al que sufre, para confortar en esos sufrimientos que nos
aparecen en la vida, para ser un caminante signo de la misericordia del Señor
junto al que tiene su vida llena de amargura y dolor. De formas muy concretas
la Iglesia que es madre y es signo de ese amor misericordioso del Señor ha de
saber estar al lado de esas situaciones dolorosas de la vida de tantos a
nuestro lado. ¿Cómo tenemos que hacerlo y cómo hacerlo? Que el Señor nos
ilumine.
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