Con la manifestación del Espíritu vamos a aprender todos que es posible esa nueva comunión porque todos podremos tener un solo corazón y un solo espíritu en el amor
Hechos 2, 1-11; Sal 103; 1Corintios 12, 3b-7. 12-13; Juan
20, 19-23
Pentecostés era una fiesta judía que se celebraba cincuenta días
después de la Pascua, de ahí el significado de su nombre; era la fiesta de las
ofrendas, de las primicias, cuando se comenzaban a recoger las cosechas lo
primero y lo mejor era para el Señor. Pero también era una fiesta que recordaba
la Ley que el Señor les había dado por medio de Moisés allá en el Sinaí cuando venían
de camino hacia la tierra prometida y que de alguna manera les había
constituido como pueblo. Era una fiesta principal y de gran importancia para el
pueblo judío, de ahí que nos encontremos con tantos judíos venidos de la
diáspora para participar en el templo en esa fiesta de Pentecostés con el
significado que hemos mencionado.
En esa fecha y en ese entorno nos sitúa Lucas en los Hechos de los
Apóstoles el cumplimiento de la promesa de Jesús, el Espíritu enviado desde el
Padre. Viene a ser como la constitución del nuevo pueblo de Dios. Aquella
primera comunidad de los discípulos se habían quedado reunidos en el Cenáculo
en Jerusalén como Jesús les había dicho hasta que se cumpliera la promesa del
Padre.
Aquel lugar donde había comenzado la verdadera y definitiva pascua,
allí donde primero se habían refugiado los apóstoles en los acontecimientos de
la pasión y donde se les había manifestado Jesús resucitado iba a ser el lugar
donde se manifestase el Espíritu en medio de grandes signos como comienzo del
nuevo Pueblo de Dios. Jesús había anunciado el Reino de Dios y con su entrega y
su sangre redentora lo había iniciado. Llegaba el momento en que se hiciese visible
y palpable ante los ojos del mundo lo que era ese Reinado de Dios.
Con la manifestación del Espíritu íbamos a aprender todos que era
posible esa nueva comunión porque todos podríamos tener un solo corazón y un
solo espíritu. Los hijos de Dios dispersos – e imagen de ello había sido la confusión
y dispersión a partir de la torre de Babel – ahora se iban a congregar en una
nueva unidad donde ya la lengua no sería un obstáculo porque habría un nuevo
lenguaje, el lenguaje del Espíritu, por el que todos llegarían a entenderse. Es
lo que vienen a expresarnos los signos que se manifiestan en este Pentecostés. ‘Todos
los entendemos en nuestra propia lengua’, porque ahora el anuncio de Jesús
se hacia con el lenguaje del Espíritu.
Cristo había venido con su sangre a derribar el muro que nos separaba
– como nos dirá mas tarde san Pablo – y ahora Jesús les concede el Espíritu
para el perdón de los pecados; un nueva vida y un nuevo corazón nacía con la
fuerza del Espíritu donde todos nos sentiremos hermanos que nos amamos, porque
nos hace por la fuerza del agua y del Espíritu hijos de Dios, como un día
anunciara Jesús a Nicodemo.
Se manifiesta en toda su rotundidad el Reino de Dios porque van
florecer los dones del Espíritu en aquellos que creen en Jesús y le siguen
formando ese nuevo pueblo de Dios. La vida según el Espíritu es la vida en la
que florecerá el amor, la alegría, la benevolencia y el equilibrio interior, la
humildad, la generosidad y el desprendimiento, el amor por la justicia y el
compromiso de la paz, que son los frutos del Espíritu en contrapartida a las
obras del mal que ya sido derrotado para siempre.
Y es que será por la fuerza del Espíritu donde reconoceremos de verdad
que Jesús es el Señor. Después que Cristo resucitado se les manifestara en el
cenáculo con la fuerza del Espíritu ya los discípulos reconocerán a Jesús como
el Señor; no es ya simplemente el Maestro que había hecho discípulos y ellos le
habían seguido por los caminos de Galilea, sino que ahora ya sería para siempre
el Señor.
Así lo anuncian los apóstoles a Tomás el ausente, ‘hemos visto al
Señor’, así lo reconocerá el mismo Tomas cuando definitivamente se
encuentra con Jesús ‘¡Señor mío y Dios mío!’, y así lo proclamará Pedro
en la mañana de Pentecostés cuando anuncia a todos con valentía que ‘aquel a
quien ellos habían crucificado, Dios lo ha constituido por la resurrección
Señor y Mesías’. Ahora nos dirá san Pablo ‘nadie puede decir Jesús es el
Señor sino por la acción del Espíritu’.
Ahora tendrán los apóstoles la energía y la fuerza del Espíritu para
salir valientemente a cumplir el mandado de Jesús de anunciar la Buena Nueva a
todas las gentes. Lo harían aquella mañana en Jerusalén ante toda aquella gente
que se había aglomerado a sentir las señales con que se había manifestado el
Espíritu pero será lo que la Iglesia ha continuado haciendo a través de los
siglos por todos los rincones del mundo.
Hoy nosotros celebramos esta fiesta del Espíritu. Sentimos también su
presencia y su fuerza que nos renueva y nos pone en camino y damos gracias por
tanto don que Dios en su misericordia nos quiere conceder. Pero los dones del
Espíritu no los podemos encerrar ni enterrar. Las puertas se han abierto porque
tenemos que salir ya a todos los caminos a hacer el anuncio y la invitación del
Señor a participar de su salvación. Las puertas de la Iglesia han de estar
abiertas para que todos puedan entrar a participar de ese banquete de vida
nueva que en el Espíritu podemos vivir.
Somos conscientes también que el mundo al que vamos a hacer ese
anuncio es un mundo muy complejo; un mundo que también se puede hacer muchas
preguntas ante nuestro anuncio y en el que tendrán también sus desconfianzas –
de los apóstoles decían que estaban bebidos -.
No nos extrañe la dificultad para hacer ese anuncio a este mundo de la
postmodernidad, que ya viene de vuelta de todo y de todo desconfía. Tenemos que
presentarnos manifestando en nosotros, en nuestra vida y en la vida de nuestras
comunidades esos frutos del Espíritu que harán mas creíble el mensaje que
anunciamos que no puede ser otro que el evangelio de Jesús. Recordemos las
señales que Jesús decía que podríamos realizar, porque con nosotros está la
fuerza del Espíritu.
No lo olvidemos. El Espíritu habita en nosotros y nos llena de vida.
Recemos con toda la Iglesia, Ven Espíritu Santo llena los corazones de tus
fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
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