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martes, 22 de mayo de 2018

Aunque aun seguimos discutiendo por nuestras ambiciones y sueños de poder abramos de una vez por todas los oídos de nuestro corazón a la Palabra de Jesús


Aunque aun seguimos discutiendo por nuestras ambiciones y sueños de poder abramos de una vez por todas los oídos de nuestro corazón a la Palabra de Jesús

Santiago 4,1-10; Sal 54; Marcos 9,30-37

Parece en ocasiones como si tuviéramos mecanismos en nuestro interior que nos hacen escuchar lo que nosotros queremos, pero en aquello en lo que no tenemos interés o que sabemos que pudiera tocarnos en alguna fibra sensible de nuestra vida se hiciera un vació en su entorno para no escucharlo ni enterarnos. Vamos por la vida con nuestra idea fija, nuestro pensamiento o nuestra manera de ver las cosas que hace que solo le prestemos atención a aquello que nos interesa y para lo demás somos como sordos.
Es nuestro amor propio o nuestro orgullo que nos encierra y solo vemos en aquello en que somos heridos; son los intereses materialistas que nos envuelven y ya solo pensamos en nuestras ganancias o en nuestro quererlo pasar bien; es nuestra sensualidad que se nos desboca y todo lo tamizamos por ese sentido placentero de la vida, de manera que lo que nos lleve a eso parece que de nada nos sirve y así en tantas cosas de las que no nos queremos enterar por muy claro que nos hablen.
Si nuestro interés es el poder, el orgullo de estar por encima de todo y de todos, lo que no nos ayude a conseguirlo o los que puedan ser un obstáculo para esas ambiciones lo vamos destruyendo a nuestro paso. No todos y no siempre actuamos así, pero son tentaciones, apetencias, visiones desorbitadas,  sorderas interesadas que se van creando en el camino de nuestra vida y en lo que podemos sucumbir.
‘¿De qué discutíais por el camino?’ les pregunta Jesús a los discípulos cuando llegan a Cafarnaún. Pero se quedan callados. Les da vergüenza responder. Habían salido a flote sus ambiciones. Estaban discutiendo quien seria el primero entre ellos.
Sucede en todo grupo, nos llevamos bien, todo parece que marcha normal pero algunas veces allá en el interior de los individuos se van incubando ambiciones, deseos de ser los primeros, pero primeros para estar por encima, para imponer sus ideas o sus criterios, para mandar, para sentir en el interior que luego también lo dejamos manifestar externamente el orgullo de que somos importantes, los más importantes. Cuantas veces se nos destruyen nuestros grupos; aquello que parecía que marchaba bien pronto aparecen divisiones que nos apartan a unos de otros, que crean recelos, que nos enfrentan, que destruyen lo bueno que quizá nos había costado tanto conseguir.
Jesús mientras iban de camino entre las distintas aldeas de Galilea les había estado anunciando cuanto un día sucedería con El. Pero no lo habían entendido. No les cabía en la cabeza. Y parece que aquello lo olvidaron pronto. Porque Jesús les había hablado de entrega y parece que ellos no estaban por esa labor. Las ambiciones iban rondando por sus corazones.
Pacientemente ahora de nuevo comienza a explicarles. En el Reino de Dios no podía suceder como en los reinados de este mundo donde todos andan como a codazos, porque todos quieren mandar, tener poder, influir sobre los demás, imponer su manera de hacer las cosas. Con que facilidad vemos eso en nuestro entorno; desde quienes no quieren bajarse nunca del poder, hasta quienes anuncian y prometen muchas cosas de un estilo nuevo, pero pronto caen en las mismas redes y aparecen las vanidades, los sueños de poder, y todas esas ambiciones que vemos todos los días y que enfangan cada vez más nuestra sociedad. Terminamos por no creer en nadie.
Pero lo que Jesús nos anuncia y nos promete tiene toda la certeza y la verosimilitud. Es el Señor y se pone a servir; es el Señor y se abaja para hacerse el ultimo y el servidor de todos; es el Señor pero en El no vemos vanidades ni cosas hechas a la fuerza por apariencia; es el Señor y se entrega a la muerte y se dejará clavar en una cruz. Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos’, nos dice, pero es lo que El hace.
Tenemos que aprender ese camino; tenemos que abrir los ojos y los oídos de nuestro corazón; tenemos que dejar que Jesús nos ponga en el dedo en la llaga, pero señalarnos bien en concreto donde están esas lagunas de nuestra vida. No podemos hacernos oídos sordos a su Palabra. El es la Luz que no podemos ocultar. Dejémonos iluminar por su luz y tendremos vida; dejémonos transformar por su amor y seremos en verdad hombres nuevos.

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