Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, de cuyo sacerdocio todos participamos para con toda la creación cantar para siempre la gloria de Dios
Jeremías 31, 31-34; Sal 109; Marcos 14, 12. 16. 22-26
‘Por Cristo, con El y en El, a ti Dios Padre todopoderoso, en la
unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los
siglos’. Es el momento de la Ofrenda del Sacrificio para la gloria de Dios.
Litúrgicamente decimos la doxología. Es el momento en el que el Gran Sacerdote,
el Sumo y Eterno Sacerdote que es el mismo tiempo la Victima está ofreciendo,
se está ofreciendo para la gloria de Dios. Es el momento culminante de la
Eucaristía, del Sacrificio que de nuevo vivimos en el Altar.
He querido recordar este momento de la celebración de la Eucaristía
porque en El estamos contemplando en toda su plenitud el Sacerdocio de Cristo.
El ha hecho ofrenda de si mismo en el Altar de la Cruz como sacrificio de redención
y de salvación. Es el Sacerdote, el Pontífice que nos ha servido de puente para
nuestra unión con el Padre en esa ofrenda en el que El mismo es también la
Víctima del Sacrificio. Su alimento y su vida era hacer la voluntad del Padre,
como tantas veces nos repite en el Evangelio, y ahora está haciendo esa ofrenda
y ese sacrificio. El Sacrificio ofrecido de una vez para siempre en lo alto de
la Cruz, por eso El es el Sacerdote único y para siempre, de cuyo sacerdocio
todos vamos a participar por nuestra unión con El.
Es lo que hoy estamos celebrando en este jueves posterior a la fiesta
de Pentecostés, aunque quizá pase desapercibido para la mayoría de los
cristianos. Pero es algo importante porque, como decíamos, nosotros por nuestro
bautismo estamos unidos, ungidos y consagrados para ser con Cristo sacerdotes,
profetas y reyes. Todos los cristianos vivimos ese sacerdocio de Cristo porque
unidos a El hacemos al Padre la ofrenda de nosotros mismos y de toda la
creación.
Nuestra vida, cuanto hacemos y vivimos ha de ser siempre esa ofrenda
para la gloria de Dios. Con nuestra vida, con lo que hacemos y vivimos, con
nuestras alegrías y también con nuestras penas y sufrimientos nos unimos a toda
la creación para en Cristo hacer esa ofrenda para la gloria de Dios. Todo para
la mayor gloria de Dios. Y eso lo podemos vivir, lo tenemos que vivir todos los
cristianos unidos a ese sacerdocio de Cristo.
Allí donde estemos siempre hemos de buscar la gloria de Dios; allí
donde estemos estaremos entonces ejerciendo ese sacerdocio, con nuestro
trabajo, con el desempeño de nuestras obligaciones, con nuestras alegrías, en
el ofrecimiento de amor de nuestros sufrimientos, en nuestra convivencia con
los demás, en nuestra lucha por la justicia y la búsqueda de la paz, en los
compromisos que asumimos en la vida para mejorar nuestro mundo, en todo momento
estaremos ejerciendo ese sacerdocio, porque en todo buscamos siempre la gloria
de Dios, hacemos esa ofrenda de amor de nuestra vida para el honor y la gloria
de Dios.
Claro que hoy pensamos también en quienes ejercen el ministerio
sacerdotal en una especial consagración para el bien del pueblo de Dios, los
presbíteros que participan de ese sacerdocio de Cristo con su ministerio. Por
ellos oramos hoy, para que por la santidad de sus vidas, por el ejemplo de su
entrega, por la Palabra de Dios que nos ofrecen, por el ministerio de los
sacramentos que celebran para la comunidad cristiana sean para todos ese
estimulo y en todo puedan también dar toda esa gloria y honor a Dios Padre por
Cristo, en Cristo y con Cristo con quien se sienten especialmente unidos en la
fuerza del Espíritu.
Oremos, pues, por los sacerdotes ministros del pueblo de Dios también
sacerdotal y oremos para que sean muchos los llamados a este ministerio de
especial consagración sacerdotal.
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