No llenemos de ritualidades la vida sino tratemos de vivir cada cosa con profunda espiritualidad no quedándonos en apariencias sino expresando lo más profundo de nuestro ser
Romanos (1,16-25); Sal 18; Lucas (11,37-41)
Es más importante el ser que el parecer. Así podemos afirmarlo
rotundamente. Pero no lo hagamos solo con palabras o como unos principios.
Porque hemos de reconocer que muchas veces en la vida nos preocupamos más de lo
que querer parecer que de lo que realmente somos. Es lo que sospechamos que los
demás puedan pensar de nosotros lo que nos preocupa, esa buena imagen que
queremos conservar y así nos quedamos fácilmente en superficialidades, en cosas
de menor importancia y realmente no nos preocupamos tanto de crecer por dentro,
de crecer como personas en nuestros valores, en nuestro actuar, en el trato que
le damos a los demás nacida verdaderamente desde el corazón.
Es una tentación que nos puede llevar a la hipocresía, a una doble
cara, y mentimos ya no solo con palabras sino con la vida que queremos
manifestar y que no es lo que realmente somos. Es una tentación de todos los
tiempos y en la que nos podemos ver envueltos todos.
Era la actitud hipócrita de aquellos fariseos que estaban pendientes
de esas ritualidades que se habían impuesto en la vida y en lo que querían
juzgar a Jesús. Ahora que un hombre principal había invitado a Jesús a comer, allí
están todos pendientes de si Jesús se lava o no las manos antes de comer. No
eran solo las razones higiénicas que podríamos ver como normales en cualquier
persona, sino era ese juicio hipócrita porque unas manos manchadas podían ser
unas manos impuras y con ello significaba que era todo impuro en esa persona.
En la vida nos vamos llenando de ritualidades que en lugar de
ayudarnos nos hacen por el contrario una vida sin profundidad. Nos contentamos
con cumplir ritualmente con una cosa, un mandado o un rito, pero nuestro corazón
está bien lejos. Pensamos en nuestras actitudes, en nuestras posturas, en el
trato con los demás, pero tenemos que pensar en nuestro interior, en todo
aquello que tenemos que aprender a hacer desde el corazón, desde lo más
profundo de nosotros. Hacer crecer nuestro espíritu, darle hondura a lo que
hacemos y a lo que vivimos.
Eso nos lleva también a cuidar
mucho los actos religiosos que realizamos en nuestra vida. No los tenemos que
hacer por puro ritualismo, por la formalidad de que hacemos unas cosas, rezamos
unos rezos, hacemos unos actos piadosos y ya con eso esta todo hecho si no le
hemos dado profundidad.
Cuantas veces estamos rezando y nos contentamos con repetir palabras
porque nuestra mente está bien lejos. Cuando recemos que oremos de verdad,
porque en verdad vivamos ese encuentro intimo y profundo con el Señor. Que lo
que oramos salga de nuestro corazón y sintamos al mismo tiempo como el Señor
nos transforma. Que así le demos profundidad a nuestra oración y a nuestra
vida. Que no sean solo unas palabras que decimos con los labios o unos ritos
que realizamos formalmente en nuestras celebraciones sino que en ello pongamos todo
nuestro espíritu. Es necesario crecer en nuestro espíritu para que lo que
hacemos no se quede en apariencia sino que exprese lo más profundo de nuestro ser.
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