Con actitud humilde y con apertura de corazón creemos en la Palabra de Jesús que nos lleva también a una apertura a los demás creyendo en ellos para hacer un mundo mejor
Romanos (1,1-7); Sal 97; Lucas (11,29-32)
En la vida tenemos que aprender a fiarnos; no podemos andar
continuamente en la desconfianza y en el estar pidiendo pruebas para todo. Es
normal que queramos estar seguros en lo que hacemos, en los pasos que damos, en
lo que nos dicen, pero no todo podemos comprobarlo por nosotros mismos. Vivimos
en un mundo de relación y nos vamos intercambiando muchas cosas en la vida y ya
tenemos que dar por supuesto que aceptamos y creemos aquello que recibimos de
los demás, serán noticias o conocimientos, será la personal experiencia de cada
uno que puede enriquecer a los demás, es el devenir de la vida misma.
Eso significa también que no podemos estar viendo malicia siempre en
lo que los otros hacen o nos dicen, porque nos haría la vida insoportable y eso
puede ir creando un poso de amargura en nuestro interior que ni nos deja ser
felices ni ayudamos a la felicidad de los demás.
Es cierto que hay gente que actúa con esa malicia, pero no podemos
caer en las redes de nosotros actuar de la misma manera; nos hace falta una
limpieza de intenciones en nosotros mismos, una carga grande de sinceridad como
al mismo tiempo una gran comprensión en nuestro corazón ante los desaires que
vayamos recibiendo en la vida. No podemos perder la estabilidad de nuestra
vida, hemos de saber caminar con paz en el corazón y los recelos a eso no
ayudan, hemos de intentar poner por delante la carta de la confianza que nos
facilite las relaciones entre unos y otros. Cuando andamos con desconfianzas y
recelos es que no creemos en las personas y eso rompe la armonía de la
convivencia.
Hoy en el evangelio vemos que hay gente que no termina de creer en
Jesús. Son muchos los milagros y signos que realiza, claramente habla del Reino
de Dios y de las actitudes que hemos de tener en nosotros para poder vivirlo,
su Palabra es un arroyo de luz inmensa sobre las vidas de aquellas gentes
atormentadas por tantos sufrimientos, muchos le siguen entusiasmados y hay
momentos en que multitudes se congregan en su entorno.
Sin embargo hay gente que no termina de entender el mensaje de Jesús,
se ciegan y no son capaces de ver las obras de Dios que en Jesús se
manifiestan. Están pidiendo signos y pruebas continuamente. Hay desconfianza en
su corazón quizá porque vislumbran que aceptar a Jesús significará para ellos
que muchos cambios de mente, de actitudes, de manera de obras tienen que
realizarse en sus vidas.
Y Jesús les habla del signo del profeta Jonás. Que no fue solo el que
fuera devorado por el cetáceo y luego pudiera volver con vida para hacer el
anuncio que le pedía el Señor en la ciudad de Nínive, que tanto temía él. El
signo de Jonás en este caso es su predicación con la llamada a la conversión y
la respuesta que dio aquella gente a la palabra de profeta. Creyeron, se
convirtieron al Señor y no cayó sobre aquella ciudad todos aquellos males el
que el profeta anunciaba. Y como les dice aquí hay uno que es más que Jonás, o
más que Salomón a quien vino a ver la reina del Sur entusiasmada por las
noticias de la sabiduría del Rey.
¿Que tenemos que hacer nosotros ante Jesús? creer en su Palabra y
dejarnos conducir por la fuerza de su Espíritu. Es la actitud humilde y de corazón
abierto de María de Betania que se sentaba a los pies de Jesús para escuchar
sus palabras; se confiaba a Jesús, abría su corazón a su palabra, se bebía sus
palabras para descubrir lo que era la voluntad de Dios.
Y con esa misma confianza y apertura de corazón tenemos que aprender a
ir también a los demás. Cuanto de bueno podemos hacer si nos amamos, si
confiamos los unos en los otros, si sabemos sentirnos en comunión, si nos
disponemos seriamente a trabajar codo con codo con los demás por hacer un mundo
mejor.
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