Los compartimientos y actitudes que mantengo en la vida tendrían que ser siempre camino que llevara a todos a hacer el bien
Romanos (3,21-30a); Sal 129; Lucas (11,47-54)
¿Podemos ser obstáculo para el bien que los otros quieren hacer?
Parecería que eso no tiene sentido porque en el fondo todos queremos lo bueno,
queremos hacer el bien, y parece que tendríamos que alegrarnos que otros también
hagan cosas buenas, hagan el bien a los demás; tendría que ser incluso un
aliciente y un estimulo para nuestra vida.
Pero ya bien sabemos cómo la malicia llena el corazón de los hombres y
en lugar de sentirnos estimulados lo que nos sucede es que nos llenamos de
envidia, y ya sabemos lo destructiva que es la envidia cuando se nos mete en el
corazón. El envidioso en lugar de ayudar querrá poner todos los obstáculos
posibles, porque quizás nos duela que nosotros no podamos hacer eso bueno que
hacen los demás. Y desprestigiamos, restamos importancia a lo que hacen los
demás, sembramos desconfianza queriendo hacer ver que hay una caprichosa intención
en quien está haciendo lo bueno, tratamos de llenar de sombras todo aquello que
tendría que estar lleno de luz.
Es la malicia que se nos puede meter en el corazón y así nos
convertimos en obstáculos para lo bueno de los demás. Cosas así nos podemos
encontrar en las relaciones de los amigos, en el trato con los que conviven
cerca de nosotros y que alguna vez por resentimientos que vienen de viejo nos
hacen brotar esas malas yerbas que tanto daño nos pueden hacer. Algunas veces
pueden ser resentimientos que se heredan de familia porque no sé quien y no sé
en qué época alguien de aquella familia hizo algo que hirió a un antepasado
nuestro y eso parece que no se olvida ni se perdona aunque pasen años y
generaciones.
He ido en mi reflexión por este camino de las envidias pero que
encierran orgullos mal curados en nuestro interior, pero también hay tantas
formas en que por nuestro mal ejemplo podemos ser ese obstáculo para lo bueno y
que de alguna manera por nuestro mal testimonio incitan o inclinan hacia lo
malo a los que nos rodean. Es el mal ejemplo que podemos ver los mayores, son
las situaciones de corrupción por ejemplo que vemos hoy en nuestra sociedad,
que nos lleva a ver las cosas tan naturales, que ya hasta lo malo e injusto nos
puede parecer bueno porque otros lo hacen. Son los obstáculos para lo bueno que
nos podemos ir encontrando en el camino de la vida, o son los obstáculos que también
nosotros mismos podemos ser para los demás.
Muchas cosas que pensar para caer en la cuenta de la rectitud en que
hemos de vivir nuestra vida. Quizá pensamos en un momento determinado que
aquello que nosotros hacemos o sentimos en nuestro interior es cosa nuestra y a
nadie tiene que interesar, pero no nos damos cuenta que una mala actitud por nuestra
parte en un momento determinado puede hacer daño a alguien, no solo porque lo
podamos ofender, sino porque nuestro mal ejemplo es el peor daño que le
hacemos, porque de alguna manera es abrirle las puertas al mal.
Me ha surgido esta reflexión - que quizá se quede incompleta porque
son muchas las consecuencias que se pueden sacar - cuando he escuchado en el
evangelio en la diatriba que sostiene con los escribas y con los fariseos
diciéndoles: ‘¡Ay de vosotros,
maestros de la Ley, que os habéis quedado con la llave del saber; vosotros, que
no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!’
Que no nos suceda así a
nosotros. Que nuestras actitudes y comportamientos ayuden siempre a los que
están a nuestro lado a hacer el bien y apartarse del camino del mal.
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