Dejemos que Jesús renueve y rejuvenezca nuestra vida escuchando su Palabra y reconociendo de forma viva las obras maravillosas que Dios hace cada día en nosotros
Éxodo
2,1-15ª; Sal 68; Mateo 11,20-24
¿Qué nos sucederá que recibimos tan buenas influencias cada día de
quienes están a nuestro lado y sin embargo seguimos con nuestras rutinas y no
tan buenas costumbres? Algunas veces parece que nos insensibilizamos o nos
endurecemos ante esas buenas influencias. Nos acostumbramos a nuestras rutinas
que ya no queremos salir de ellas, seguimos con lo mismo aunque hay momentos en
que nos damos cuenta que las cosas tendrían que cambiar, pero eso de esforzarse
para cambiar el chip, como ahora suele decirse, para comenzar con algo nuevo y
mejor, es algo que nos cuesta mucho.
Quien no quiere crecer se envejece. El organismo humano continuamente
se está renovando, mientras haya vida. Cuando no se renuevan nuestras células,
comienza a decaer la vida de nuestro organismo. Pero no nos podemos quedar solo
en la materia.
Pero ya no se trata solo de nuestro organismo en lo físico sino que es
el espíritu con que vivimos nuestra vida. algunas veces parecemos viejos que
solo ya nos preocupamos de conservar lo que somos o tenemos, y no tenemos
aspiraciones a más, no buscamos alicientes nuevos para nuestra vida, no somos
capaces de elevar nuestros pensamientos para buscar algo mejor, olvidamos lo
que son nuevas metas que nos vayamos poniendo cada vez mas altas, vamos
envejeciendo en la vida. Y envejecer es comenzar a morir.
Con Jesús podríamos decir que estaremos viviendo siempre en la eterna
juventud. El quiere hacernos siempre un hombre nuevo; nos ofrece nuevos valores
que eleven el tono de nuestra vida, pone nuevos ideales en nuestro corazón cada
vez más altos, nos está enseñando como siempre tenemos que estar cultivando
nuestra vida, lanzando de nuevo la red, sabiendo navegar por encima y mas allá
de las tempestades que nos puedan ir apareciendo en la vida.
Sin embargo hay veces que nos cuesta aceptar a Jesús, o más bien,
decimos que nos gusta aquello que nos
plantea, pero luego somos remisos para ponerlo por obra, para llevarlo a la
práctica, realizarlo en nuestra vida. Tenemos ante nuestros ojos las obras de Jesús,
pero no nos decidimos a seguirlo con radicalidad. ¿Qué sentiremos en nuestro
interior cuando intentamos ser sinceros con nosotros mismos?
El evangelio nos habla hoy de aquellas ciudades que rodeaban el lago
de Tiberíades donde especialmente Jesús realizaba toda su actividad. Muchas
veces lo habían escuchado, de muchos milagros habían sido testigos, entre ellos
Jesús había realizado con profusión las maravillas de Dios, pero no todos se decidían
a seguirle. Hay una contradicción entre aquellos momentos de fervor donde habían
dicho cosas hermosas de Jesús cuando contemplaban sus obras y lo que era la
vida de cada día. Un día habían de ser llamados a juicio.
Y nosotros, ¿Cómo respondemos a tantas maravillas que Jesús ha
realizado en nuestra vida? ¿No tendríamos que despertar de nuestras rutinas, de
nuestras vanidades, de nuestros orgullos y decidirnos de verdad a seguir el
camino de Jesús? El Señor ha realizado obras grandes en mí, reconocía María,
pero María cantaba agradecida al Señor y abría su corazón a Dios. Aprendamos de
María. Llenemos de la vida nueva de Jesús. Dejemos que el renueve y rejuvenezca
nuestra vida.
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