Igual que expresamos la nobleza de nuestro corazón cuando somos agradecidos con los demás, sepamos cantar siempre nuestra Acción de Gracias a Dios
Éxodo 3,1-6.9-12; Sal 102; Mateo
11,25-27
Se suele decir que es de bien nacido el ser agradecido. No solo como
norma de educación sino como expresión de unos sentimientos hondos y nobles la
palabra ‘gracias’ tendría que estar continuamente en nuestros labios. Gratitud
y gratuidad se interrelacionan y se complementan. Porque nuestra gratitud es un
reconocimiento de la gratuidad del otro que nos ofrece algo aunque nosotros no
lo merezcamos. Y no es ya aquello de las cosas que en derecho y en justicia se
han de hacer por nosotros, sino que aun en el cumplimiento del deber el que me
ofrece algo está ofreciéndome algo de si mismo cuando tiene un tiempo para mi,
una palabra o una atención. Nuestra correspondencia más noble ha de ser nuestra
gratitud.
Como expresábamos de alguna manera hemos sido educados en el
agradecimiento, para que sepamos tener siempre esa respuesta de actitud ante
cualquier cosa que nos ofrezcan los demás. Cuando nos encontramos a un
desagradecido que todo se lo cree merecer y nunca es capaz de expresar esa
palabra de agradecimiento decimos que es un mal educado, pero como decíamos también
estamos descubriendo en la persona esa falta de valores y esa nobleza para ser
agradecido.
Si esto es así en las más elementales relaciones humanas, ¿qué tendríamos
que decir de nuestra relación con Dios? Tiene que hacernos pensar y hacerlo con
verdadera sinceridad. Hemos de reconocer que estamos más prontos para pedir al
Señor desde nuestras necesidades que para dar gracias. Ya el evangelio nos lo
refleja en aquel episodio que todos conocemos de los diez leprosos que son
curados, pero de los que solo uno volverá para postrarse ante Jesús y darle
gracias por su curación.
Tendría que ser la primera palabra, el primer sentimiento que con
nobleza saliera de nuestro corazón cada mañana al despertar. ‘Gracias,
Padre…’ Es el regalo de la vida, es el regalo del sol que nos revitaliza,
es el regalo de la luz que nos ilumina, la lluvia que fecunda nuestros campos,
el aire que respiramos y las personas que queremos y nos rodean cada día con su
cariño.
Gracias porque podemos sentir su presencia y por la fe que sigue
iluminando nuestra vida. Gracias por cuanto de su mano recibimos porque siempre
nos sentimos regalados por su amor. Gracias por la gracia con que nos acompaña
signo de la fuerza del Espíritu que está con nosotros y gracias por su amor
misericordioso que nos perdona, nos acompaña y nos comprende en nuestra
debilidad.
Gracias porque podemos escuchar su Palabra y alimentarnos de su vida
en los sacramentos. Gracias por la Eucaristía en que se hace pan y vida para
ser nuestro alimento y nuestra fuerza. Gracias por quienes ha puesto a nuestro
lado para acompañarnos en el camino de la vida, y la palabra de consuelo, de
fortaleza, de luz y de vida que de ellos cada día recibimos. Gracias por el
camino que hacemos en el que nunca nos sentimos solos porque con nosotros está
siempre la Iglesia, que es decir la comunidad de los hermanos que también
caminan a nuestro lado.
Gracias por cada detalle que de los que están a nuestro lado cada día
recibimos, por la sonrisa de tantos que nos alegra el alma, por la mano amiga
que me hace sentir la presencia y el calor del Señor que en esa mano amiga se
me manifiesta. Son tantas las cosas por la que tenemos que cada día dar
gracias.
Hoy escuchamos a Jesús dar gracia porque el Padre se nos revela a los
de corazón sencillo y nos manifiesta así lo que es su amor y su misericordia.
Que con Jesús aprendamos a dar gracias. El nos enseña como siempre tenemos que
santificar el nombre del Señor y lo hacemos con nuestros sentimientos de
gratitud. ¡Gracias, Señor!
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