Jesús nos abre la mansedumbre de su corazón para que encontremos consuelo y descanso en nuestros agobios pero aprendamos a tener también un corazón acogedor para los demás
Éxodo 3,
13- 20; Sal 104; Mateo 11,28-30
Qué paz y qué satisfacción sentimos dentro de nosotros mismos cuando
en los avatares de la vida nos encontramos con alguien que nos escuche, que sea
capaz de detenerse en su caminar para tener tiempo para uno y escucharle.
Vivimos entre carreras y agobios y no sabemos detenernos al lado del hermano
para saber descubrir una tristeza que quizá se oculta tras sus ojos que a pesar
de los pesares intentan sonreír.
Nos encerramos en nosotros mismos por nuestras preocupaciones o cosas
que tenemos que hacer pero también estamos provocando que quienes se ven
envueltos en los sufrimientos que la vida les ofrece se encierren en su soledad
y se tengan que comer solos el pan de su amargura.
No nos enteramos ni queremos enterarnos de lo que pueda hacer sufrir a
los demás porque decimos que con lo nuestro tenemos. Pero cuando encontramos a
alguien que nos escuche y que pierda su tiempo por nosotros, nos sentimos en
verdad agradecidos. Nos va faltando humanidad y honda comunicación a pesar de
que hoy tenemos tantos medios de todo tipo para comunicarnos con el que pueda
estar al otro lado del mundo, pero quizá no sabemos entrar en sintonía con el
que está a nuestro lado.
Comencé haciéndome esta reflexión pensando en el gozo que sentimos
cuando somos escuchados en nuestros agobios y problemas. Espiritualmente lo
necesitamos. Y nuestra fe nos puede hacer entrar en sintonía con quien de
verdad es el consuelo y el descanso de nuestra vida. Es lo que nos dice hoy Jesús
en el evangelio. Que vayamos a El, que no temamos, que en El podemos encontrar
esa paz que tanto necesitamos, que El es en verdad la fuerza y el aliciente de
nuestra vida, que El colma todas nuestras esperanzas y da satisfacción a las
aspiraciones mas hondas y mas nobles. En El podemos llenar espiritualmente
nuestra vida de la mayor plenitud.
‘Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré’, nos dice hoy en el evangelio. Cómo lo entendían
aquellos enfermos que a El acudían, cómo lo entendían los leprosos que se veían
apartados y discriminados y que solo pensando en Jesús sentía fuerza en su
interior para llegar hasta El porque en El sabían que iban a encontrar vida.
Cómo lo entendían los pecadores, los publicanos y las prostitutas que eran
despreciados de todos, pero que se acercaban a Jesús allá donde estuviera y sabían
que podían sentarse a su mesa. Cómo lo pudo entender Pedro que tras su negación
veía como Jesús seguía confiando en El y que solo le pedía que hubiera amor en
su vida. Cómo lo entendían aquellas multitudes que venían de lejos, de todas
partes porque querían escuchar aquellas palabras de Jesús que tanta esperanza ponían
en su corazón.
Así tenemos que entenderlo
nosotros que tan locos vamos por la vida, que parece que hemos perdido el norte
y el sentido; así hemos de entenderlo en este mundo loco de carreras, pero tan
materializado que ya no sabe levantar los ojos a otros valores más espirituales
y trascendentes, y en Jesús podemos sentir que El eleva nuestro espíritu,
nuestros pensamientos, da profundidad a nuestros deseos más nobles, nos arranca
de nuestros egoísmos insolidarios y abre nuestros horizontes a algo nuevo, abre
nuestra mirada a quienes están a nuestro lado y nunca quizás miramos.
Vayamos a Jesús para que
encontremos nuestros descanso, pero aprendamos a disponer nuestro corazón para
en nombre de Jesús acoger a tantos que pasan a nuestro lado y están necesitando
esa sonrisa que les alegre el alma y esa palabra de animo que les levante de su
postración. Tenemos tanto que hacer. Tengamos siempre un corazón acogedor para
los demás.
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