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jueves, 5 de enero de 2017

Tenemos que aprender a descorrer los velos de nuestros prejuicios, de nuestras particulares apreciaciones para ir con sinceridad al encuentro con los demás

Tenemos que aprender a descorrer los velos de nuestros prejuicios, de nuestras particulares apreciaciones para ir con sinceridad al encuentro con los demás

1Juan 3,11-21; Sal 99; Juan 1, 43-51
Creo que todos podemos reconocer que los prejuicios nos anulan, porque no nos dejan ver la realidad y casi me atrevo decir que el prejuicio que nosotros podamos tener de alguien podría definirnos lo que son nuestras carencias humana y de alguna forma pueden hasta motivas sentimientos de envidia hacia los otros y muchas mas cosas dañinas para nuestras mutuas relaciones. Y digo esto ultimo por aquello de que vemos las cosas según el color del cristal con que miramos y ese cristal lleno de prejuicios es algo que ya llevamos como gravado en nuestra mente o nuestros sentimientos.
Actuamos demasiado en la vida llevados de los prejuicios; nos llegamos a imaginar lo que el otro pueda pensar o las motivaciones que nos parece a nosotros que pueda tener; nos dejamos influir por los sentimientos de los otros o las cosas que nos hayan podido decir; nos hacemos un tanto racistas y discriminatorios, porque si son de un determinado lugar, de una determinada familia, de ciertos grupos sociales o provienen de otros lugares, ya los marcamos con nuestros prejuicios y no aceptamos, no seremos capaces de valorar lo bueno que hay en toda persona, no apreciamos sus capacidades o despreciamos su cultura, su idiosincrasia o su manera de ser. Y estoy quizá resaltando algunos aspectos y sus consecuencias.
Me hago esta reflexión en estos aspectos humanos de nuestras relaciones porque son cosas, actitudes que tenemos que revisar en la vida y me surge de las reacciones que vemos en algunos en el evangelio de hoy cuando les anuncian a Jesús. Claro que nos podría dar para pensar o reflexionar en esas prevenciones que también muchas veces nos aparecen en la vida ante el hecho religioso o que podemos contemplar en los demás.
Los evangelios que venimos escuchando en estos días en que se prolonga el tiempo de navidad están tomados del principio del evangelio de Juan y nos están presentando esos primeros momentos de los primeros discípulos de Jesús. En lo escuchado hoy primero es Jesús el que llama a Felipe y pronto éste entusiasmado con Jesús corre al encuentro de su amigo Natanael para anunciarle que aquel de quien hablan los profetas y las Escrituras lo han encontrado. Y señala, es Jesús, el de Nazaret. Es cuando surge el prejuicio de Natanael, que era de Caná de Galilea, un pueblo cercano a Nazaret y por la rivalidad de los pueblos vecinos y los prejuicios que se van creando responderá que si de Nazaret puede salir algo bueno.
‘Ven y lo verás’, fue la sabia respuesta de Felipe. El había tenido la experiencia del encuentro con Jesús y lo que quería ahora era que Natanael también la tuviera. Ya conocemos el texto del evangelio que muchas veces habremos meditado y el diálogo que entabla entre Jesús y Natanael. Al final terminará haciendo una hermosa confesión de fe en Jesús. ‘Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’. Se le descorrieron todos los velos en su encuentro con Jesús y comenzó ya a ser su discípulo.
¿Cómo descorreremos nosotros esos velos de nuestros prejuicios, de nuestras particulares apreciaciones, de nuestras discriminaciones o nuestras reticencias? Hemos de querer por supuesto quitarlas, reconocer que tenemos esas formas negativas de ver las cosas, esas prevenciones llenas de desconfianza que tenemos ante lo que nos pueda parecer desconocido, esos cristales de nuestros ojos manchados o llenos de colores que nos deforman las cosas. Hemos de dejarnos encontrar por los demás, tenemos que saber llevar sinceridad y autenticidad en nuestro corazón cuando vamos al encuentro del otro.
Muchas cosas tendremos que transformar en el corazón. Dejemos que Jesús llegue a nuestra vida y nos ilumine con su luz, una luz que nos transforma, una luz que nos hará tener una mirada distinta, una luz que limpiará nuestro corazón para dar cabida en él a los demás. 

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